No tengo un segundo de kirchnerismo.
Desde el primer momento que fue propuesta la candidatura presidencial de Kirchner me ubiqué, rápidamente, en la vereda de enfrente.
Pues no creo en el progresismo ni en el peronismo antiguo. Son cosmovisiones viejas.
Atada a paradigmas que se hundieron en 1989.
De modo que me siento en libertad para opinar sobre el conflicto político-ideológico surgido, entre la corporación de científicos e investigadores y el gobierno nacional, al que los primeros (con sólo mirar las firmas se puede verificar) acompañaron un buen tramo de la experiencia política que nos gobierna desde hace diez años.
Y ahora se hacen los distraídos.
Desconozco las razones por las cuales la Secretaría de Cultura de la Nación decidió prescindir del Director del Museo Histórico Nacional.
Hombre de prestigio y de títulos para detentar esa función. ¡Sin dudas!
Especialmente por haber sido un exiliado en los años de plomo.
Para el kirchnerismo, convengamos, no hay currículum más elevado que el del exilio.
Todos los que nos quedamos en la patria somos sospechados de cómplices.
Lo que me resulta difícil digerir es que los firmantes de la declaración lo hagan en nombre de “desterrar las visiones unilaterales y partidistas del pasado que fueron dominantes durante décadas” puesto que los apellidos que allí figuran han sido militantes de la Revolución Libertadora, la izquierda racional e irracional, el radicalismo en sus distintas variantes, el peronismo light, el conservadorismo liberal y tutti cuanti.
Y en sus trabajos han dejado traslucir, como no puede ser de otra manera, su ideología.
Cierto es que tanta variedad podría estar indicando un nuevo período de síntesis.
Por ejemplo que el síndrome de Francisco haya permeado a las ciencias y a los científicos.
Permítanme desconfiar, especialmente al observar ciertos apellidos que abundan entre los firmantes.
Al fin al cabo es lícito desconfiar de ellos como ellos lo hacen del Instituto Dorrego y los revisionistas.
EL REVISIONISMO
Fue una experiencia intelectual de extraordinario valor científico.
Entre sus miembros hubo buenos, regulares y malos historiadores.
Lo que no se puede negar es que no hayan contribuido honestamente a desentrañar y valorar del pasado acontecimientos y fenómenos que habían quedado en las sombras por descuido o interés.
Pero las barajas se emparejaron.
Y hoy el problema historiográfico es otro.
Ni el cientificismo aséptico ni el revisionismo que ya no tiene más para dar.
Es un tiempo de síntesis, integración y aceptación.
Unos y otros debiéramos confluir en un espacio donde estuvieran representadas todas las visiones, siendo la única razón para ocupar cargos públicos y cátedras universitarias la idoneidad y la capacidad personal. Cosa que no veo vulnerada con la nueva Directora del Museo Histórico Nacional.
Claudio Chaves
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