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Javier Ruíz Portella
Por una vez hasta los telediarios han hablado de ópera. Pero a éstos sólo les importa el morbillo con que excitar a las buenas gentes: la puesta en escena de “Tannhäuser” de Wagner, a cargo del británico Ian Judge y con la participación de grandes voces wagnerianas como Peter Seifert y Lioba Braun, comporta, señoras y señores, escandalosas escenas de sexo explícito y colectivo. “¡Oh, aah, oooh!”, exclamaban las comadres (y los compadres). “¡Qué vergüenza!”, añadía alguno… muriéndose de oscuras ganas de verlo, o de participar en tan procaces coyundas.
Debo confesarles que mi temor era grande al entrar en el Real. Temía encontrarme con alguna de tantas astracanadas “modernosas” en las que, so (pre)texto de (de)construcción y (des)dramatización, es el arte sin más lo que queda destruido. Temblaba pensando, por ejemplo, en las mamarrachadas de un Calixto Bieito (esperma, vómitos, orina… en escena). Pero no, es todo lo contrario lo que ocurre aquí.
Envuelto en la música voluptuosa, hipnotizante, de Wagner, esa música que llega hasta las entrañas y desciende hasta las hondonadas últimas del ser, Tannhäusserdesarrolla un dilema por desgracia bien conocido: el enfrentamiento (para quienes consideran que esas dos cosas están enfrentadas) entre el “amor puro y casto” y el “amor voluptuoso y carnal”.
Al principio, y en particular en la famosa Obertura, que se desarrolla a telón alzado, es el amor voluptuoso el que triunfa de forma clamorosa. El caballero Tannhäuser, retirado en la montaña en donde mora Venus, se ha convertido en el amante gozoso de la diosa. (Vale decir: el amor sensual es cosa divina, sagrada; a través de él es como si los mortales se enlazaran con cosas propias de los inmortales.)
Conviven con Venus bacantes, ninfas y sátiros que irán despojándose de sus ropas —rojas como la luz que empapa la escena— hasta que sólo queden envueltas las primeras en insinuantes corsés y ligueros que tampoco tardarán mucho en caer. Exhibirán entonces, tanto ellas como ellos, la gloriosa desnudez de unos cuerpos esplendorosos que se entrelazarán, mezclándose sin estricta distinción de sexos, en multitudinaria orgía.
¡Y en medio de todo ello la música!… En medio no: llevándolo, embriagándolo todo, la dionisíaca música (¡cómo debía de extasiarse todavía aquí Nietzsche!): esa música que se funde con abrazos, acoplamientos, felaciones… (fingidas, ¡no se asuste nadie!). Sin la música y sin el canto, sin la escenificación y la coreografía, sin la obra toda —“la obra de arte total” que buscaba Wagner—, la bacanal se quedaría en un simple acoplamiento, soso y vulgar —“pornográfico”— como ésos en los que tanto se complace un Bieito.
Ahí está toda la diferencia —la siempre buscada diferencia entre “erotismo” y “pornografía”, entre belleza carnal y vulgaridad carnosa. Una de dos: o la carne se queda reducida a mera carne, a simple materia; o a través de su expresión artística y gloriosa se está haciendo sentir otra cosa: el gran estremecimiento que se juega cuando los humanos, tocando algo de lo que hace muchos siglos se consideraba divino, se entrelazan entre sí y parten en éxtasis —como parten en la Obertura losgrandes crescendos de la orquesta— hasta llegar a los más remotos, extraviados confines.
El amor puro y casto
Todo ello, sin embargo, sólo configura uno de los dos ejes de la obra. El otro es el opuesto: aquél en el que el arrebato, el éxtasis, el extravío… no existen —o sólo se presentan de manera secundaria, de forma desdibujada.
¿Por qué el caballero Tannhäuser, pese a la denodada insistencia de Venus, abandona de pronto a su amante? En realidad no queda claro. Sí, por supuesto, lo hace movido por el arrepentimiento que, de pronto, le causan los “pecados” cometidos en el lecho de la diosa. Pero su culpabilidad —y su peregrinación a Roma, donde irá a implorar un perdón que el papa, en primera instancia, le denegará— sólo estalla al descubrir el “amor puro” de otra mujer: Elisabeth. Antes, durante el torneo en el que los cantores debaten sobre la esencia del amor, el héroe aún se opondrá vigorosamente a todos sus contrincantes. Frente a quienes definen el amor como “expresión de castidad” o lo califican de “fuente maravillosa y cristalina”, Tannhäuser proclamará con fuerza que su naturaleza es sensual (“nada es el amor que no se puede saborear y tocar”)… para caer fulminado un instante después ante el amor puro de Elisabeth y marcharse como penitente tras los peregrinos que van a Roma.
Es constante la ambigüedad de Wagner respecto a la idea central de su ópera: el triunfo final del amor casto. No sólo por lo ya dicho; no sólo porque, al regresar de Roma, Tannhäuser intentará volver, aunque no lo consiga, a los brazos de la diosa (la cual reaparece en escena rodeada de desnudas ninfas y sátiros). La ambigüedad de Wagner procede de algo aún más fundamental. La oposición entre semejantes ideas y semejante música; la contradicción entre lo formalmente alegado y lo dionisíacamente musicado-cantado es tal… que no hay quien pueda creerse que lo que aquí se está defendiendo es la parodia triste del amor. Parsifal y “la caída del caballo” que implica esta última ópera de Wagner aún tardarán treinta y siete años en llegar.
El que hoy haya podido llegar semejante puesta en escena; el que ésta —inimaginable aún no hace demasiados años— sea recibida por la inmensa mayoría del público (hasta la Reina estaba en el estreno) con atronadores vítores y aplausos, pero como una cosa normal, como algo en lo que nadie ve el menor motivo de escándalo: todo ello implica otra cuestión. Por desventurados que sean los tiempos que corren —y bastantes pruebas de ello se dan en este periódico—, existe al menos un ámbito en el que los hombres y mujeres de hoy podemos reconciliarnos con nuestros tiempos y hasta sentirnos orgullosos de ellos.
Ficha técnica:
- Director musical: Jesús López Cobos.
- Director de escena: Ian Judge.
- Principales intérpretes: Peter Seiffert, Christian Gerhaher, Petra Maria Schnitzer y Lioba Braun.
- Representaciones efectuadas en el Teatro Real de Madrid del 13 de marzo al 2 de abril de 2009, con localidades agotadas desde varias semanas antes del estreno.
Fuente: El Manifiesto.com
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