Por Agustín Laje (*)
La patética carta de Cristina Kirchner al Papa Francisco por el Día del Pontífice se inscribe en una serie de estupideces presidenciales que se han ido sucediendo en los últimos años y potenciado en los últimos meses. No es la primera ni será la última sandez, pero evidencia a las claras un viraje en el orden del discurso político que resulta necesario de analizar.
En el best-seller La audacia y el cálculo, Beatriz Sarlo dedicó algunas páginas a desentrañar el discurso kirchnerista, y en esa oportunidad sostuvo que “Cristina llevaba adelante el discurso argumentativo y Néstor el confrontativo.
La retórica de la razón y la retórica de la pasión habían cambiado sus lugares tradicionales.
La mujer argumentaba, mientras el hombre se enojaba, se ponía nervioso, mostraba sus pasiones”.
Pero la muerte de Kirchner empezó a trastocar este equilibrio conyugal:
El discurso kirchnerista corría el peligro de anclarse en el elitismo de una retórica elaborada y cuidada que, con pretensiones pedagógicas, caracterizaba las enunciaciones políticas de Cristina.
La alternativa escogida frente a este dilema se ha transformado más en un problema que en una solución. Cristina ha contraído una bipolaridad discursiva que la ilustra como una mujer desequilibrada y perturbada, protagonista de los ridículos más desfachatados que la hacen merecedora de los primeros lugares en la lista de “mandatarios hazme reír” del mundo.
Basta con leer algunos periódicos extranjeros para comprobarlo.
La bipolaridad de Cristina Kirchner se estructura en una indefinición: ésta quiere ser a la vez “popular”,
“refinada”; “nacionalista”, “globalizada”; “académica”, “militante de barricada”; Presidente, “doña Rosa”;
“setentista”, “moderna”; “mujer corajuda”, a la vez chiquilina con “buena onda”.
Pero situarse simultáneamente en los opuestos extremos de pares contradictorios, desemboca en un absurdo que dibuja a una Cristina carente de rumbo, desapegada de la realidad, y desubicada del tiempo y del espacio.
“Me mandaron un modelo de carta que parecía escrita de compromiso protocolar del siglo XIII.
Les dije ¡eso no lo firmo!
Así que me tomé la licencia de dirigirle una carta (acepté que fuera dirigida a Su Santidad bla, bla, bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada)”, escribió Cristina en su misiva a Francisco, con una prosa adolescente, más propia de una quinceañera chateando con una amiga que de una supuesta abogada.
Esta lingüística de infanta cool ya la podíamos advertir quienes seguimos la actividad de la Presidente por Twitter, desde que ésta tomó la decisión de manejar su cuenta ella misma y desplazar a los “acartonados” encargados de la administración de su usuario en la red social de los 140 caracteres.
Algunos ejemplos: “Leisbeth, me quiso llevar a un salón especial, pero yo preferí ir a un baño. Why?”;
“Alta, delgada, bonita. También estaba Alicia Castro. Eramos todas mujeres.
Obvio, si estábamos en el baño.
Pero bueno, lo aclaro igual.
Uno nunca sabe.
A Rosaura, así se llama la chica, le pregunto como al pasar: Cuántos años tenés? Me contesta: ‘48 años’. What? Parece de veintipico!
Alicia le pregunta que tratamiento hace. ‘Ninguno’ contesta. Agrego: ‘Genética pura’”;
“No lo puedo creer. What?
Leo Tiempo Argentino ‘Cierran causa por polo gastronómico en la SRA’ (Soc. Rural Argentina)”.
Cristina suele referirse a sí misma hablando en tercera persona: “Che! Qué bueno esto del twitter…
¿Y a esta qué le pasa?
¿Lo descubrió ahora después de más de dos millones de seguidores?”;
“Pero si hablaste más de 50 minutos!!!
Dale, hacela corta…
¿Que te olvidaste CFK?”.
En fin, son tan sólo algunas muestras de la bipolaridad discursiva de la mandataria.
¿Pero a qué obedece semejantes tonteras?
Cristina Kirchner advirtió que la muerte de su marido modificó la percepción que respecto de su gobierno tenían, principalmente, las mujeres y los jóvenes (o al menos eso le dijeron sus asesores).
Aquéllas se solidarizaron con la viuda, en un gesto de “empatía femenina”;
éstos encontraron cierta épica en el gobierno, vehiculizada por el protagonismo que adquirió La Cámpora. Así las cosas, Cristina primero insistió hasta el hartazgo con el discurso de “me hacen la vida imposible por mi condición de mujer”, y ahora juega a hacerse la chiquilina escribiendo bobadas y bailando el himno nacional, como si la idiotez fuese la condición natural de la juventud.
No hay que olvidar que, cuando Cristina Kirchner anunció su reelección, dedicó a los jóvenes un mensaje claro, con pretensiones épicas:
“En esta etapa, mi rol debe ser convertirme en un puente entre generaciones”.
Como en el cuento titulado “El traje nuevo del emperador”, ante la ridiculez bipolar de Cristina, el kirchnerismo aguarda que alguien le avise a la reina que está desnuda.
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
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