Muy pronto, YPF, la
compañía re-estatizada bajo la bandera política de la"soberanía
hidrocarburífera", firmará el acuerdo definitivo con la estadounidense
Chevron para explorar la formación Vaca Muerta, la
mayor reserva de hidrocarburos del país.
Así,
después de una década de criticar, amenazar y hasta expropiar una petrolera, con
un par de artículos de un decreto, la presidente Cristina Fernández avanzó en
importantes reformas en el marco regulatorio del sector petrolero favorables a
las empresas con el objetivo de atraer inversiones internacionales.
El
decreto fue hecho "a la medida" de la norteamericana,
sostienen los expertos.
Lo cierto es que el decreto 929, publicado
ayer en el Boletín Oficial, da concesiones a las compañías impensadas hasta hace
poco.
Entre ellas, las autoriza a exportar una parte de su producción sin
retenciones y les garantiza la libre disponibilidad de los fondos que esas
operaciones generen.
Sin dudas, las petroleras locales celebraron la
medida.
El
decreto crea un Régimen de Promoción de Inversión para la Explotación de
Hidrocarburos.
Podrán acceder a él las empresas que realicen "una inversión
directa en moneda extranjera no inferior" a los 1000 millones de dólares en los
primeros cinco años del proyecto.
De manera que las petroleras que quieran
suscribir a los beneficios deberán ingresar divisas.
A cambio, podrán
"comercializar libremente en el mercado externo el 20% de la producción de
hidrocarburos líquidos y gaseosos producidos" en esos proyectos, con "una
alícuota del 0% de derechos de exportación (retenciones), en caso de resultar
éstos aplicables.
Las
empresas, además, tendrán la libre disponibilidad de las divisas provenientes de
esas exportaciones, por lo que no estarán obligadas a ingresarlas al país.
El
decreto les da otro reaseguro: en caso de que la producción nacional no alcance
a cubrir la demanda interna y el Gobierno deba disponer de las exportaciones
para cubrir esas necesidades, las petroleras cobrarán por esa porción "un precio
no inferior al precio de exportación de referencia", sin retenciones.
Las
empresas que deban ceder esos volúmenes, además, tendrán "derecho prioritario a
obtener divisas de libre disponibilidad a través del Mercado Único y Libre de
Cambios por hasta un 100% del precio" obtenido por la venta en el mercado
interno.
La
norma tiene el objetivo declarado de recuperar el autoabastecimiento energético,
que la Argentina perdió durante el kirchnerismo. Sólo en el primer cuatrimestre
del año, la extracción de petróleo cayó 5,6% y la de gas, el insumo más
importante de la matriz energética doméstica, 7,4%.
La menor oferta doméstica
obligó a aumentar las importaciones, que superan los US$ 1000 millones mensuales
y son una de los principales causas de las necesidades de dólares.
Sin
embargo, el decreto también da marcha atrás con los principales lineamientos
establecidos por el decreto 1277, por el que se intervino el mercado y que fue
elaborado por el viceministro de Economía, Axel Kicillof, en 2012.
Llamativamente, pese a las diferencias entre ambas normas, ambos fueron
elaborados bajo la consigna de la "soberanía hidrocarburífera".
La
iniciativa no es nueva.
Juan
Domingo Perón hizo lo mismo.
Ahorcado por las importaciones de combustibles,
negoció en 1955 un contrato con la
California Argentina de Petróleo SA, subsidiaria de la empresa norteamericana
Standard Oil de California, porque
YPF no podía incrementar la producción.
El
crecimiento de la petrolera estatal tenía un límite muy
concreto: la falta de capital.
Perón
era plenamente consciente de las debilidades de la industria local para poder
financiar las inversiones necesarias.
Así lo afirmaría en la mencionada sesión
del Congreso de la Nación:
"la cuestión no radica en la falta de combustibles,
sino en los medios para localizar y extraer de nuestro subsuelo toda esa enorme
riqueza potencial".
El
11 de mayo de 1955, Perón se presentaba en la Cámara de Diputados para impulsar
un proyecto de ley que lo autorizara a firmar un contrato con la norteamericana
para la explotación de petróleo en el país.
Un
abanderado del nacionalismo popular, supuesto enemigo de los pulpos
imperialistas, que negociaba en términos generales que la compañía privada
aportara el capital
necesario e YPF se comprometía a comprarle la producción.
En
efecto, eran tiempos de acercamiento con USA en un marco de inestabilidad
política.
La oposición era intensa aún dentro del peronsimo.
Pero
las críticas
al contrato también partieron de los ámbitos académicos y
legislativos.
El
radical Arturo Frondizi lo consideró “la marca física del vasallaje”; aunque
posteriormente lo tomó de modelo para sus propios contratos que anulara Arturo
Illia en 1966.
Con
el contrato Perón consiguió unificar a todos los especialistas energéticos del
campo nacional, pero en su contra.
Debe
señalarse que el gobierno provisional de la Revolución Libertadora no lo
ratificó a pesar de tener facultades legislativas fácticas para hacerlo...
Dejó
vencer el plazo establecido en el contrato y este perdió su vigencia.
Con
los años, la Standard Oil cambió de nombre: hoy es
Chevron.
Hace
poco más de un año, Axel Kicillof explicó a los senadores, con el dedo índice en
alto, que, por el hecho de ser una multinacional, jamás Repsol protegería los
intereses del productor y el automovilista argentinos.
Sólo el Estado podría
alcanzar ese objetivo.
Desde
aquella arenga, los precios de las naftas no han dejado de subir y las
importaciones de combustibles no han parado de crecer.
Así es como el Estado,
que expulsó de YPF a la multinacional Repsol, busca el auxilio de la
multinacional Chevron.
Nuevas
víctimas de las mismas ideas que intentan instalar.
Perón
lo vivió con sus polémicos contratos.
Desde el radicalismo, por ejemplo, se
criticaba a la conducción económica no por excesivamente estatista y
nacionalista, sino por todo lo contrario.
Una publicación partidaria afirmaba de
la política económica del gobierno:
“Además
de hallarse plagada de errores y excesos parciales, se mantuvo desde el comienzo
dentro de la misma esfera que singularizó a la política económica de los
gobiernos conservadores. Es decir, dentro de la esfera delineada por el interés
de los privilegios nativos y extranjeros.”
El
mencionado Frondizi publicaba por entonces Petróleo y política, y defendía la
tesis de que YPF era capaz de abastecer por sí sola las necesidades petroleras
del país. En una alocución radial, insistía sobre el carácter imperialista del
acuerdo con la petrolera norteamericana:
“Ese
convenio enajena una llave de nuestra política energética, acepta un régimen de
bases estratégicas extranjeras y cruza la parte sur del territorio con una ancha
franja colonial, cuya sola presencia sería como la marca física del
vasallaje".
También
en su
segundo libro en el exilio, Los Vendepatrias, editado en Caracas a fines de
1957, Juan Domingo Perón criticaba la política económica de la
dictadura que lo había derrocado.
Entre otras cosas, criticaba la “dialéctica
capciosa” de la política dictada por Raúl Prebisch, donde “el
capital extranjero aparece como una especie de ungüento cura lo todo que se ofrece
gratuitamente para eliminar nuestros males”.
No
pocos le recordaron entonces que tan sólo dos años antes, había
firmado el decreto 6.688 con la norteamericana.
Se
entregaba una extensa porción de territorio, se le permitía establecer un precio
mayor al del petróleo importado y se condecía autoridad jurisdiccional a la
compañía.
Por
la decisión, que como se mencionó le valió incluso las duras críticas de
sectores del mismo oficialismo, se llegó a hablar de traición al
artículo 40 de la Constitución de 1949, que mencionaba el carácter inalienable e
imprescriptible de los derechos soberanos de la Nación sobre sus recursos
naturales.
Una
vez que el gobierno de facto de Lonardi, Aramburu y Rojas asumió el poder, se
anularon dichos contratos, por considerarlos “inadmisibles”.
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