Ya se nos va el año 2013 y como es costumbre, comienzan a efectuarse diversos balances a fin de sacar algunas reflexiones y conclusiones sobre el año transcurrido.
Sin embargo, como los argentinos somos devotos del sistema métrico decimal, el régimen utilizó el año en curso para celebrar los diez años de gobierno e imponer estatalmente el slogan “la década ganada”, a modo de autoelogio propagandístico. Pues bien, el balance se extiende entonces no en función de los 12 meses pasados sino de los últimos 120.
Una condición necesaria aunque no suficiente para que una gestión de gobierno sea exitosa es la buena suerte. Esta es definida como un encadenamiento de sucesos fortuitos o casuales y, por ende, esta circunstancia es ajena al mérito y responsabilidad del gobernante de circunstancia. Asimismo, si a un gobierno lo acompaña la buena fortuna y a pesar de ello dicha gestión fracasa, el reproche que le cabe a dicha administración es mucho mayor que si no hubiese gozado de tan favorable escenario.
Difícilmente en la historia Argentina algún gobierno haya tenido mayor suerte de la que ha gozado el kirchnerismo desde su inicio en el año 2003 a la fecha. Jamás un gobierno local como el actual gozó de tamaño poder para manejar la cosa pública.
Vale aclarar que el poder político de un gobierno no sólo se mide en función de su peso específico intrínseco, sino también en función del poder de contrapeso que pueda tener un partido o facción opositora. Por ejemplo, al muy poderoso gobierno de Juan Perón (1946-55) se le enfrentó toda la oposición en un solo espectro partidario y hubo, además, desde comandos civiles hasta sublevaciones militares que finalmente lo derrocaron. Incluso, hasta gobiernos de facto en la Argentina como los Presidentes de la Revolución Argentina o los del Proceso de Reorganización Nacional tuvieron por oposición a poderosas organizaciones terroristas y guerrilleras capacitadas o financiadas desde el exterior. Hoy, en cambio, durante estos diez años la oposición nacional al kirchnerismo no ha sido mucho más que el pacífico “cacerolazo” urbano, esporádicas marchas del sector agrario, algún medio de prensa supérstite, cierto programa de TV molesto o un puñado inorgánico de partiditos políticos de envergadura pueblerina y discreta. En suma, el kirchnerismo es como mínimo el gobierno que tuvo la mayor concentración de poder en la historia argentina, o en su defecto, es el gobierno que tuvo la oposición con la menor cuota de poder de la historia vernácula, lo cual es más o menos lo mismo.
En cuanto al contexto económico e internacional, nunca la Argentina tuvo un escenario tan favorable como el que transitó el kirchnerismo (esta bonanza comprende a toda América latina y por ende a nuestro país). Hasta el año 2002 (y con motivo del precio de los commodities que imperaban por entonces) por causa de la exportación agrícola ingresaban a la Argentina un promedio de 5 mil millones de dólares anuales. Con el ingreso de China e India al mercado mundial y la consiguiente multiplicación del valor de nuestra materia prima, desde el año 2003 hasta la fecha han ingresado 26 mil millones de dólares por año (21 mil millones de dólares más que el cociente de la década anterior), lo cual sumaría aproximadamente unos 210 mil millones extra acumulados en estos 10 años de kirchnerismo.
Muchas veces cuando un gobierno no logra los objetivos que se propuso, sus responsables suelen decir que “no han tenido el tiempo suficiente como para instalar su programa”. Va de suyo que esta excusa jamás podría aplicarse en el caso que estamos estudiando, puesto que el kirchnerismo es el proyecto político más largo y continuado de la historia argentina (2003-2015); jamás un presidente (en este caso un matrimonio) gobernó 12 años continuos nuestro país. Sólo Juan Perón (1946-55) y Carlos Menem (1989-99) se acercaron a ese plazo rozando los diez años y si bien el general Julio Argentino Roca llegó a 12 como presidente (1880-1886 y 1898-1904), lo hizo mediante dos períodos no continuados.
¿Qué conclusiones podemos sacar entonces en el marco del gobierno más largo de la historia argentina, que gozó del mejor contexto económico y que además tuvo virtualmente el poder hegemónico?
Empecemos por las exportaciones totales sucedidas entre el año 2003 al 2012 y veamos en dónde estamos parados. Por ejemplo, nótese cómo el festival de números optimistas que solemos escuchar en las transmisiones estatales de los partidos de fútbol se desvanece de manera rotunda cuando comparamos la suerte de la Argentina respecto del resto de los países de América Latina. En estos diez años hemos crecido las exportaciones en un 172%. ¿Suena auspicioso verdad? Pues comparado con el guarismo que ostentan nuestros vecinos es un desastre: ocupamos el lugar número 10 en América Latina sobre 11 países escrutados. En efecto, nuestro crecimiento exportador está en décimo lugar, muy por debajo de Bolivia (que aumentó un 570%), de Perú (que aumentó un 407%), de Ecuador (que aumentó un 385%), de Colombia (que aumentó un 367%) y así sucesivamente. Otra medición que se cierne entre nosotros con suma preocupación es la relativa al “Riesgo País”, índice del que no escuchábamos hablar desde los tiempos del crack del año 2001. Resulta que la Argentina exhibe (a julio del 2013) el escandaloso guarismo de 1186 puntos básicos (superando a la republiqueta de Venezuela que mantiene 971) y se ha convertido en el coeficiente más alto de América Latina.
Efectivamente, en los últimos años la gran vedette para los inversionistas ha sido y sigue siendo Latinoamérica. Pues miremos un reciente informe de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), entidad que depende de las Naciones Unidas: en el año 2012, la región recibió 173.361 millones de dólares en concepto de inversión extranjera directa. Si el flujo de inversiones récord en Latinoamérica durante 2012 se consideró una ola de dólares, lo de América del Sur en particular fue un verdadero tsunami, ya que recibió de ese monto el 83% de la IED total, es decir que 143.831 millones de dólares tuvieron destino sudamericano. De ese total, Brasil superó diez veces la inversión de la Argentina, la cual además estuvo muy por debajo de México, Chile, Colombia y Perú. Es decir, sin compararnos con el primer mundo y tan solo tomando como referencia países de América Latina, la Argentina no califica ni destaca en ningún lado.
Todo indica que en esta década tuvimos los mejores términos de intercambio de 200 años de historia y por ende han ingresados divisas de las exportaciones como nunca, sin embargo, prácticamente nada ha funcionado bien. El gobierno en vez de darle oxígeno a los ciudadanos los atosigó con impuestos confiscatorios aplicando la mayor presión tributaria que se recuerde: el 40% del PBI es secuestrado por el Estado en impuestos (incluyendo el impuesto inflacionario). Actualmente, la carga fiscal llega hasta el 56% de los ingresos de un hogar de clase media. Es decir que en la Argentina kirchnerista se trabaja medio año sólo para pagar impuestos.
¿Qué se hizo entonces con tamaña recaudación? De las obras de infraestructura confeccionadas en este decenio por el kirchnerismo no se puede enumerar ni siquiera una sola obra relevante que haya iniciado y terminado: se construyeron apenas 100 km de autopistas y autovías por año (lo mismo que la provincia de San Luis, que tiene un presupuesto cien veces menor). Se edificaron dos pequeños gasoductos en la Patagonia para no más de 200 mil personas (y las obras terminaron en escándalos judiciales, como la de Skanska). Se construyeron apenas 350 mil viviendas en una década (menos que en los años ’90 cuando los commoditties tenían un precio 6 veces menor). No se levantó ni una sola represa hidroeléctrica de importancia (apenas terminaron una ya muy avanzada en San Juan). Colapsó el sistema ferroviario (los familiares de los muertos de la “tragedia de Once” y los muertos por la masacre ferroviaria de Castelar pueden dar fe de ello), y la infraestructura edilicia es tan vetusta que se inundó hasta el barrio donde vive la extravagante madre de la Presidente (los familiares de muertos de la inundación en La Plata también nos pueden ilustrar con su triste testimonio). Asimismo en otros rubros esenciales como el petróleo, las demagógicas estatizaciones desplomaron la producción de naftas (desde diciembre del 2011 a diciembre del 2012 las naftas “Súper” y “Premium” de YPF aumentaron los precios al consumidor el 30% y ya al año de la estatización patriotera exhibía una caída del beneficio neto del 12,2% a la vez que la rentabilidad sobre patrimonio cayó un 26% y la deuda neta aumentó en 1.200 millones de pesos).
Promediando el año 2013, la mitad de los argentinos no tiene cloacas y un tercio no cuenta con gas natural, ni agua corriente. Otro epígrafe del que el kirchnerismo suele hacer alarde, es el educativo, ostentación bastante infundada, puesto que conforme al ranking internacional publicado en el año 2012, que combina resultados de exámenes, número de matriculados en universidades e índices de graduados del último quinquenio, sobre un total de 40 países estudiados, la nómina la encabeza Finlandia con el primer puesto y en cambio la Argentina “pelea el descenso” en el lugar número 35. Vale subrayar que en la Argentina kirchnerista, uno de cada dos jóvenes no termina su educación secundaria.
Otro índice en el cual no dejamos de dar vergüenza, es el de la inflación, en cuyo ránking mundial descollamos con maradoniano orgullo: la misma oscila entre el 25% y el 30% anual, ubicándose entre las cuatro más altas del mundo junto a Sudán, Sudán del Sur y Bielorrusia.
Una sección de la que el régimen suele alardear, lo tenemos en la generación de empleo. Sin embargo, mientras en el resto de América Latina crece el empleo en serio, en la Argentina sólo aumentó el empleo de fantasía, es decir aquel que artificialmente genera el Estado con subsidios clientelistas y planes sociales que hacen la parodia de constituirse en “sueldos” por trabajos que nadie hace. Esta lamentable tendencia hizo que a fin del año 2013 nos encontremos con que 14 millones de argentinos dependan laboralmente del Estado y cada vez menos gente actúe en la iniciativa privada.
¿Cómo venimos en corrupción? Si bien en este asunto la nómina de escándalos es de tal extensión que para analizarlos en profundidad deberíamos dedicar varios libros de muchos tomos al tema, sólo nos limitaremos a indicar que, conforme al estudio efectuado por Transparencia Internacional (TI) en el año 2013, ocupamos el puesto 102 (compartiendo el lugar con Burkina Faso, Yibuti y Gabón) entre los 176 países evaluados. Asimismo, los resultados del Barómetro Global de la Corrupción 2013 que llevó adelante “Transparencia Internacional”, indican que la Argentina lidera el ranking de países latinoamericanos con mayor percepción de la corrupción, superando a México y a Venezuela. En efecto, nada menos que un 72% de los argentinos advierten que en los años de kirchnerismo la corrupción ha aumentado dramáticamente.
En estas conclusiones finales no queremos dejar de detenernos un puñado de renglones a indagar un poco en la institucionalidad, dado que en el año 2007 el lema de campaña presidencial de Cristina Kirchner prometió “mejorar la calidad institucional”, la misma calidad institucional que había devastado su marido entre el año 2003 y el 2007, pero que ella se comprometió a reconstruir. Desde entonces, no sólo no se reconstruyó nada sino que hemos retrocedido. Así lo confirma el ránking mundial de Calidad Institucional, el cual nos indica que desde el año 2011 ocupamos el indecoroso puesto número 122, y desde el año 2007 (en el cual asumió Cristina comprometiéndose a revertir la tendencia negativa), la Argentina se ha convertido junto a Nicaragua en el país que más lugares perdió hasta hoy: descendió 29 puestos. Por su parte, en la “Dimensión Calidad Institucional y Eficiencia Política” del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina 2012, nos encontramos en el penúltimo puesto de todos los países de la región, sólo superando a Venezuela.
En conclusión, hemos despilfarrado una década que puso haber sido gloriosa y otra vez el peronismo rifó una increíble oportunidad.
La dilapidó en los años ’40 malgastando las abultadas arcas del Banco Central de postguerra. La malgastó en los años ’90 malversando la plata de las privatizaciones y, ahora, la vuelve a desaprovechar secuestrando los dólares de la soja y productos afines del campo para inyectarlos en el otorgamiento de un bienestar efímero y anestésico en las masas clientelares en el marco de un inequívoco programa cortoplacista y electoralista.
Si acatamos aquella sentencia de San Gregorio Magno que rezaba “la corrupción de lo mejor es lo pésimo”, el hecho de que en el mejor contexto posible el kirchnerismo haya gobernado con estos resultados a la vista, nos lleva a concluir que pocas veces hemos visto hacer tan bien las cosas mal...
La Prensa Popular | Edición 252 | Viernes 22 de Noviembre de 2013
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