Por Gabriela Pousa (*)
De un tiempo a esta parte los argentinos nos estamos dando ciertos lujos inadmisibles en cualquier país civilizado. Desde discutir públicamente la ética de Justin Bieber hasta adentrarnos en el histrionismo revisionista de Jaime Duran Barba y Adolf Hitler, sin descuidar, desde luego, los vaivenes del divorcio de Wanda Nara, y todo en una semana.
En una semana, y en simultáneo con la toma de un comedor infantil por parte de narcos y una toma de rehenes en el conurbano que pasan de largo como pasa la arena entre las manos.
Y esa es apenas una muestra de la agenda que planea el gobierno nacional con miras a los próximos años.
A eso estamos sometidos:
A la atrocidad y al escándalo.
Esa es al dialéctica que se ha comprado.
Golpes de efecto con puestas en escena considerables pero sin grandes cambios que permitan vislumbrar un horizonte más claro.
Y es que el kirchnerismo funciona así, prepara el escenario para un gran circo y después ofrece más de lo mismo.
Acaba de suceder con la reaparición de la Presidente y los anuncios de cambio en el gabinete, aún cuando sea menester rescatar una diferencia sustancial con otras tantas veces: el reciclado de hombres es un reconocimiento público de que algo está fallando.
De ahí a que la falla se repare hay un trecho muy largo.
Lo cierto es que se nos ha dado letra para una semana de análisis, criticas, teorías y especulaciones que es, en definitiva, lo que busca con todo esto
Cristina. Vuelve, aunque nunca se haya ido para seguir con la sátira de la profundización del modelo y la creación de enemigos que conspiran.
La metodología sigue intacta:
Ella reapareció con una diatriba distractiva,
el perro venezolano Simón,
el pingüino de regalo y el video casero de la hija.
Al rato el gabinete ya estaba modificado y mandó al vocero a dar la noticia.
Es decir, la jefe de Estado demuestra que está pero no para todo tipo de actos.
Si acaso se la demanda para sus alocuciones autoreferenciales, aparece...
Pero si la búsqueda es para que se ocupe de los problemas que aquejan a la gente,
Cristina seguirá ausente.
Esperar que eso cambie es como esperar que un caballo ladre.
Hay una anécdota contada por Luigi Dallapiccola en su ópera “Il Prigionero” que narra a la perfección lo que acontece hoy.
Allí se narran las desventuras de un monje en una mazmorra torturado hasta no poder más por la Inquisición. Cuando este cree que ya todo esta perdido y la muerte es su única esperanza, escucha una voz extraña que le llama “fratello” alentándolo a fugarse.
Pero no todo es lo que parece ser.
Los hechos estaban planeados de antemano por quienes lo tenían secuestrado pues, a sabiendas que no le quedaba más que la muerte, le forjaron al prisionero una nueva ilusión con el sólo objetivo de malogrársela luego.
El kirchnerismo hace lo mismo con los argentinos.
Crean la sensación de un fin de ciclo pero retoman la trama de la película como si el desenlace fuese ficción.
Cuando la salud de la mandataria parecía modificar un ápice aunque más no sea la situación política, todo vuelve a su curso anterior.
Heraclito no subsistiría ni 24 horas en Argentina.
En ese contexto, la capacidad de recuperación es casi una utopía.
Y es que el gobierno no busca alterar el actual estado de cosas sino mantenerlo en un status quo que permita la transición, y por transición se entiende el pacto negociado de impunidad que libere a ciertos funcionarios de la prisión, no mucho más.
Hay quienes ya están condenados, no por un tribunal sino por sus mismos pares, eso es quizás lo más peculiar en la cuestión.
Guste o no hay que admitir que el kirchnerismo ha sabido permanecer sin grandes tropiezos.
La Argentina se ha transformado en un reality, los escándalos se suceden como se suceden los días, y aunque los libretos no sean originales, el espectáculo se vende como si fuese nuevo.
Espectadores pasivos aplauden, otros se duermen…
Así continúa la trama, así en trance de aparentes novedades, descubrimos de la noche a la mañana que el narcotráfico se ha instalado.
El mecanismo es simple:
Lo muestra Jorge Lanata un domingo, y el lunes se desayunan los funcionarios.
Idéntica metodología sufrió la corrupción.
A pesar de que los hechos se suceden a la vista de todos, no hay cabal percepción si no hay cámaras de televisión.
En consecuencia, será la televisión y los demás medios de comunicación quienes sigan siendo rotulados como enemigos en la medida que muestren lo que no es conveniente mostrar a la población.
La Ley de Medios sucedió hace apenas diez días pero parece ya que hubiese pasado un siglo.
¿Qué varió?
Se trata de una versión edulcorada de la Venezuela de Chávez.
No somos Venezuela por razones culturales más que geográficas, pero el modelo que se profundiza no difiere demasiado en lo que respecta a consecuencias en la Argentina.
Hay apenas sutilezas que menguan la posibilidad de una reacción social virulenta.
Reacción que podrá demorarse en la medida que se demore la percepción de la crisis económica porque aunque suene duro, el bolsillo sigue siendo el único órgano sensor.
Los argentinos pueden tolerar lo intolerable en la medida en que no se les prive de lo que en su cotidianidad consideran lo importante.
Y lo importante lamentablemente vuelve a confundirse con lo que se puede comprar.
Por eso tiene más peso una semana en la costa atlántica que un mañana de verdad.
Total, en 24 horas, volveremos a discutir alguna otra banalidad…
¿O para qué están la farándula militante, las calzas de la dama, el romance de Insaurralde o las fotos de Massa…?
(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade), es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”. Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno. Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de su autora y de "Perspectivas Políticas".
Boletín Info-RIES nº 1102
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