Con la ropa hecha jirones, lleno de heridas abiertas y acarreando un cadáver en los brazos.
Así se paseó este jueves un hombre por las calles de San Sebastián, aunque en esta ocasión era sólo maquillaje, disfraz y un bulto envuelto en papel térmico.
Era el artista Omar Jerez.
Visitó así los lugares en donde la banda terrorista ETA asesinó con un tiro en la nuca a los empresarios José Antonio Santamaría y José Manuel Olarte y al concejal del Partido Popular Gregorio Ordóñez.
Un paseo de 15 minutos "contra el susurro y el silencio".
"He ido al hígado y al pulmón del nacionalismo radical e intolerante", explica a este periódico.
En su trayecto no evitó la conflictiva calle Juan de Bilbao, zona de herriko tabernas.
Jerez, tan duro en sus acciones como en sus declaraciones, cree que "es una inmoralidad que el arte no ataque a ETA" y anima al "gremio" a hacer algo serio contra los que han matado a casi 900 personas,"como hace contra las guerras o los EEUU".
"Me uno a las víctimas, al margen de su color.
Esto es un Apartheid psicológico, los radicales son los fuertes y hay que empezar a derrotar el silencio", explica.
Según le cuentan, a lo largo del recorrido no ha habido ni malas palabras ni gestos de solidaridad.
Sólo una persona, al final del recorrido, en el Museo San Telmo ha aplaudido.
El artista compara el germen del nacionalismo vasco con el nazismo, por "la esencia del pensamiento único".
No es la primera vez que Omar Jerez denuncia el terror etarra y homenajea a sus víctimas.
El pasado diciembre, cuando Josu Uribetxeberria Bolinaga era puesto en libertad, Jerez se encerró durante 8 días en un zulo similar a aquel en el que el terrorista mantuvo secuestrado al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara durante 532 días.
No todo salió como él quisiera, pero lidiando con pro etarras eso es lo de menos.
El artista tuvo que retrasar su intervención más de un mes después de que la galería La Mutante de Valencia, donde se iba a desarrollar, amaneciera con una pintada en la que se leía "gora ETA".
También se vio obligado a abandonarla un día antes de lo previsto por agotamiento.
"No podía más, he pasado un frío terrible y estoy devastado", aseguro entonces.
Lo suyo es enseñar a quien contempla no sólo que la muerte es cotidiana, sino que la obviamos, que la relegamos a los márgenes de la mirada y que hacemos como si la propia muerte fuese objeto de sí misma y no existiera.
Tiene hasta un manifiesto al respecto, su Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC), que firma junto al también artista Abel Azcona y que ambos presentaron en marzo en el madrileño Círculo de Bellas Artes.
En esta declaración de intenciones Jerez propone recurrir a la muerte como elemento plástico en el arte "asumiendo el hecho de poner rostro a los problemas de nuestro tiempo", de modo tal que "la obra se alía con la crítica" y expone al propio artista al problema de morir.
"La muerte no sería simplemente como una reacción de tu obra, sino que el mismo hecho de morir forma parte de la obra y adquiere sentido artístico", precisa el manifiesto.
Hay tantas formas de morir como formas hay de dejar que la gente muera, y por eso la fórmula de Jerez para aproximarse y hablar de la muerte no acaba, ni mucho menos, con el terrorismo.
La nueva acción del artista, anunciada ya en su web, consistirá en encerrarse durante tres días con un enfermo terminal de SIDA en una galería aún por determinar para criticar que la condición legalmente irregular del enfermo –un sin papeles– le priva del acceso a los retrovirales y, por tanto –como si fuera poco–, de la posibilidad de vivir.
"Un hombre muere mientras los demás observan", anuncia Jerez, que obligará a 23 personas a mirar durante cuatro horas seguidas.
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