LA AGENDA SECRETA DE LA PRESIDENTA EN LA HABANA
Poco después de las 9 de la mañana del pasado martes 28 de enero, dio inicio en Cuba la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el célebre foro nacido como contra cara de la Organización de Estados Americanos (OEA).
A pedido de Fidel Castro, el debate estuvo centrado en la declaración del continente como "zona de paz", para prevenir una eventual decisión de Estados Unidos de intentar colocar bases militares en algún país de América.
Todo lo que allí ocurrió fue público y hasta se conoció con anticipación:
Primero se dieron las deliberaciones, luego hubo un almuerzo privado y finalmente los mandatarios se dirigieron a la Plaza de la Revolución, donde Raúl Castro ofreció una cena.
Lo que aún nadie pudo explicar es por qué Cristina Kichner llegó cuatro días antes del encuentro al aeropuerto José Martí de La Habana.
Lo hizo el sábado 25 por la mañana, vestida de negro, con un tapado, pollera y lentes oscuros… y en el más absoluto de los misterios.
Si bien se especuló con la posibilidad de que la jefa de Estado mantuviera reuniones privadas con Fidel Castro y con José Mujica, ello se desvaneció luego de que trascendió que el primer día que llegó a Cuba se mantuvo encerrada en el Hotel Nacional, donde mantuvo sendos encuentros con su vocero, Alfredo Scorrimarro, y el canciller Héctor Timerman.
¿Qué hizo Cristina en La Habana realmente?
¿Por qué viajó tantos días antes de la cumbre de la Celac?
La respuesta está en la cabeza de la presidenta y fue confirmada a este periodista por dos fuentes oficiales, una de ellas fue parte del equipo que la acompañó.
“Cristina parece tener un tumor en la cabeza, esa es la verdad, y fue a hacerse ver por el equipo médico que atendió en su momento a César Jaroslavsky”, advirtió el informante, poderoso hombre del PJ.
Su comentario hace referencia a lo ocurrido en 1992, cuando el otrora caudillo radical pasó varios meses en ese país haciendo un tratamiento contra la parálisis de sus piernas, patología que amenazaba con postrarlo para siempre.
A su regreso, en agosto del 93, Jaroslavsky podía pararse sobre sus propios pies y, a partir de entonces, supo defender a muerte la “Revolución Cubana”.
Ahora, Cristina fue a ver a ese mismo equipo médico para que la revisen, preocupada por los resultados que aparecieron en su último chequeo, luego de haberse operado de la colección subdural crónica en octubre del año pasado.
El hallazgo se produjo el 9 de diciembre en el Hospital Universitario de la Fundación Favaloro.
Allí le fue detectada una mancha en la cabeza que los médicos diagnosticaron como posible tumor.
A partir de entonces, la presidenta decidió dejar de lado sus extensas actividades protocolares, apoyada en la recomendación de sus médicos.
Lo único que no pudo suspender fue su participación en los festejos por los 30 años de la recuperación de la democracia argentina, evento al cual ya se había comprometido para el día siguiente, 10 de diciembre.
Allí estuvo más moderada que de costumbre y dejó una frase enigmática, que hoy podría cobrar sentido luego de lo aquí revelado:
“Yo no soy ingenua. No creo en las casualidades.
Tampoco creo en los hechos que se generan por contagio, porque por contagio son las paperas o las varicelas”.
¿Hablaba de sí misma o de algo más la mandataria?
Lo único certero a esta altura es que Cristina decidió entonces hacer silencio absoluto durante más de 40 días.
Siempre, según las fuentes consultadas, por recomendación de los profesionales médicos.
Como sea, nadie sabe qué arrojaron los chequeos hechos a la jefa de Estado en Cuba.
Ni siquiera aquellos que la acompañaron en estos días sabe qué le dijeron los médicos de La Habana.
¿Se confirmó el supuesto tumor?
¿Se descartó?
¿Qué pasó?
“Después de lo que pasó con el falso tumor que terminó siendo solo un problema de tiroides, nadie en el gobierno quiere otro papelón. Se va a hablar cuando haya completa seguridad”, reveló el informante oficial que dio la primicia a este portal.
Es sabido que el kirchnerismo hace del secretismo una cuestión de Estado, sobre todo en lo que refiere a la salud familiar.
La prueba de ello fue el tratamiento que se le dio a las dolencias de Néstor Kirchner, quien estuvo a punto de morir en una intervención quirúrgica en 2004 y finalmente falleció en 2010 en un hecho que persiste en tener certeros interrogantes.
Las cosas no son diferentes ahora, Cristina ostenta la misma filosofía de mutismo.
No aprendió nada luego de lo sucedido a su marido.
Lo único que parece haber asumido la presidenta es aquella vieja frase de Séneca:
“Si quieres que tu secreto sea guardado, guárdalo tú mismo...”
Christian Sanz
Tribuna de Periodistas
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