Por Justo J. Watson (*)
El innovador empresario privado Steve Jobs (1955 - 2011), fundador de Apple, Pixar y otros fantásticos emprendimientos capitalistas no subsidiados con fondos del agro solía decir -y su vida fue cabal ejemplo de ello- que la relación correcta con el dinero es la de considerarlo una herramienta que nos permite ser independientes, sin formar parte de quienes somos.
Un pensamiento alejado de la cultura de la dádiva y alineado con la mejor doctrina pontificia.
Que también considera a cada ser humano como único, con pleno derecho de libre albedrío, sagrado e independiente en tanto hecho a imagen y semejanza de Dios y -sin sombra de duda- un fin en sí mismo; nunca un objeto exprimible o un medio esclavizable a los fines de otros, quienes quiera que sean.
Pensamientos todos cuya contracara percibimos 44 millones de argentinos en el ejemplo de vida de la pareja presidencial, que tantos supieron elegir y reelegir.
Sociedad conyugal iniciada al amparo de una despreciable tradición familiar de usura, dedicada luego a convertir a todos los habitantes de Santa Cruz en medios manipulables al servicio de sucios negociados y que culmina en la impúdica apoteosis nacional de riqueza malhabida, impunidad y soberbia que dan sentido a la existencia de la actual presidente, de su familia y de todos sus socios-cómplices.
Para ellos, por historia expuesta, el dinero sí forma parte de quienes son.
Parece evidente, por otra parte, la predilección de un alto porcentaje de argentinos por una inclusión social basada en la violación de todos los derechos de propiedad establecidos por la Constitución. Un abstruso tipo de “solidaridad” financiada con fuertes tributos regimentados, cobrados y administrados por funcionarios venales, haciendo pie no ya en el deseo de igualdad de oportunidades para ser independientes, sino en el anhelo mayoritario de un forzamiento impositivo orientado al simple rasamiento económico.
Por cierto, lo que Argentina necesita es mucho más un crecimiento explosivo que una nivelación de rentas hacia abajo.
Crecimiento lograble cuadruplicando nuestro ingreso per cápita por el obvio camino de cuadruplicar inversiones y exportaciones.
Los intentos progresistas de inclusión vía coacción resultaron sin excepción y en todas partes lentos, ineficientes, costosos, minados de robos, coimas e insostenibles a largo plazo.
Aserto confirmado por los intentados aquí sin solución de continuidad durante las últimas 7 décadas (y por la historia socioeconómica de la humanidad en diferentes sitios durante las últimas 500 décadas).
Con instituciones políticas y económicas extractivas (no-inclusivas) en lo comercial y leyes limitadoras de libertades en lo productivo, nunca se lograron buenos resultados.
Lo insólito es que aún haya aquí quien rechace la libre empresa a pesar de que el 98 % de nuestros problemas fueron creados por el Estado, en uso de su poder de freno contra la iniciativa privada. Que aún haya quien crea que insistiendo en la fórmula socialista lograremos (¡esta vez sí!) resultados diferentes.
Que no perciba que la naturaleza humana en cooperación voluntaria ordenada por mutua conveniencia, siempre operó natural y enérgicamente en favor de aquel crecimiento explosivo del bienestar general toda vez que se dio libertad de acción y de renta a los emprendedores (cosa que hace más de 70 años que no ocurre).
Parece mentira que haya gente que aún no asuma que no nacimos para ser forzados.
Y que a más libertad de acción y de ganancia individual por derecha siempre se corresponde un mayor bienestar general, más deprisa (porque la vida es hoy y para los más vulnerables, ayer).
Datos todos que son parte de la fórmula áurea que una vez funcionó entre nosotros; cuando hacia el Centenario, el liberalismo hizo de la Argentina el segundo país más inclusivo y poderoso del continente.
El mismo multimillonario Steve Jobs, hombre de innovaciones audaces y esforzado empresario capitalista no subsidiado con fondos del agro solía decir también que en toda creación humana, “la sencillez es la máxima sofisticación”.
Tal como son sencillas las -hoy- sofisticadas propuestas libertarias integrales para un crecimiento exponencial de la fortuna de los argentinos, que supere la pobreza arrasando con todos los contra-valores estatales de mentira, corrupción y violencia confiscatoria.
Propuestas de sentido común que dejarían atrás, en la caverna de los resentimientos y los garrotes tributarios, al mito de la igualdad económica.
Caverna hipócrita en la que mal-vivimos, donde casi nadie se atreve a señalar que las comunidades que más progresan en inclusión y renta per cápita, donde la pobreza y la exclusión desaparecen más rápidamente, donde hay cada día más ricos “trigo limpio” y menos deuda nacional, son aquellas donde también hay… ¡las más espectaculares desigualdades! y pocos impuestos.
Algo que tras la simple dinámica de un mercado competitivo debería ser evidente para todos. Salvo para los envidiosos, a quienes lastima en su orgullo ver que algunos de entre ellos se eleven en demasía, aún si ello implica que la mayoría se eleve muy por sobre donde estaba…
Aunque mucho menos que los exitosos.
Sucias envidias que en modo alguno avala la doctrina pontificia, siempre deseosa de sacarse de encima otro persistente mito: el de un catolicismo de mente estrecha, retrógrado y amigo de la dádiva contribuyendo por siglos al atraso de sus fieles frente al de la ética de cultura productiva y riqueza social de los protestantes.
La Iglesia no las avala porque es consciente de la utilidad de la herramienta dinero reinvertida y multiplicada por medio del trabajo humano inteligente.
Porque sabe que no puede considerarse virtud solidaria a ninguna contribución social obtenida a punta de pistola; por robo.
Y porque conoce por experiencia la muy poderosa caridad empática que surge de las personas cuando han decidido, sin estúpidos cepos ni podas, sobre lo que les es propio.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor
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