La palabra es el símbolo más
importante de la comunicación humana.
Permite expresar nuestros sentimientos,
emociones, pensamientos, ideas y relacionarnos con los
demás.
Como decía Wingesttain los límites de
mi lenguaje son los límites del universo, porque todo lo que existe y aun lo
que dudamos que exista tiene una expresión que lo
representa.
Sin embargo en esta postmodernidad
que acompaña a nuestra generación vertiginosamente cambiante, la palabra tiene
que competir con otras expresiones simbólicas más actuales, más sofisticadas y
de gran adhesión popular.
Vivimos la era de la tecnología, la
computación, la electrónica y la imagen, y frente a ellas la palabra está en
desventaja.
Las nuevas generaciones han mamado y
se han criado con esos adelantos, y cualquier niño aún muy pequeño maneja un
teléfono celular, una tablet, un ipod, una play o una
PC.
La comunicación entre ellos por
palabras es muy escasa y sólo las necesarias, en casos
especiales.
Estos avances han sido de gran ayuda
y han permitido mayor información, más rápida y tener a nuestra disposición casi
la totalidad del saber de la humanidad.
Por otro lado se ha abreviado y
comprimido los términos escribiéndolos de otra manera o mediante simbolitos o
emoticones, que representan a las palabras.
Sin perjuicio del progreso y de la
movilidad de las costumbres, que es importante y necesario en la sociedad, y
hace al crecimiento tanto individual como social, hay otros elementos en
consideración.
Aunque no tiene el mismo criterio y
la responsabilidad que tenía hace 50 ó 100 años, expresarse en palabras
involucra un compromiso.
Las palabras tienen un plus, lo que
decimos queda, se recuerda, resuena en el espacio, y nos vuelve como un
boomerang.
Somos esclavos de lo que decimos,
como también somos lo que decimos.
Según como nos expresemos, o el
léxico que usemos seremos identificados y dará una pista de quienes somos, donde
está nuestro corazón, que pensamos, y cuales son nuestros deseos e
ideales.
Cada vez cuesta más hablar, y los
términos se entremezclan, compartiendo algunos que no son sinónimos ni
significan lo mismo, y dándole validez o carácter a otros que nada tienen que
ver con lo que se quiso expresar.
Las definiciones se toman en un
sentido light, y decimos, bueno es parecido, o quería decir otra
cosa.
Otro aspecto es el cumplimiento de la
palabra y la palabra empeñada.
Empeñar la palabra es comprometerse
uno con sus dichos, que serán sostenidos y
cumplidos.
Recuerdo el diálogo de Platón, porque
está Sócrates sentado en la cárcel, porque el pueblo de Atenas lo condenó, y él
que toda su vida predicó la sujeción a la justicia, creyó conveniente cumplir el
fallo, aun sabiendo que era mendaz, que lo hacían por envidia, que era una
felonía y totalmente injusto.
Pero su palabra empeñada en sus
discursos, y sus enseñanzas, no le permitían otra
actitud.
Expresaba a sus discípulos:
¿Que voy
a decir que prediqué y enseñé una cosa, pero cuando me tocó a mi, entonces no la
cumplí?
Como se ve la palabra tiene matices,
riesgos y condiciones que la hacen distinta.
¿Cuál es el compromiso y el desafío
de los que hacemos de la palabra nuestro oficio, y con ella comunicamos nuestros
pensamientos?
¿Qué debe hacer el escritor con sus
palabras?
El gran desafío de la palabra hoy, es
que exprese con autenticidad y coherencia nuestro pensamiento y nuestros
ideales.
Que nos comprometan con nuestros
hermanos y con la naturaleza, en pos de conseguir una vida
mejor.
Que sirvan de verdad para crear
conciencia, para que quienes las escuchen crean en ellas y puedan convencerse de
cual es la verdadera realidad y como debe ser su
comportamiento.
Que sea una forma de vida, recreada
permanentemente con nuestro crecimiento personal y con la mejor comprensión de
aquello que decimos, y un modo de llegar a ser comprendidos, entendidos y
aceptados por los demás para que expresen sus propias palabras con total
independencia, libertad y razón, en una comunión de fonemas que suenen en el
universo como la voz de la amistad, del amor, de la paz, de la vida en sí
misma.
Elías D.
Galati


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