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Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 26 de febrero de 2014

El gobierno de la Constitución

Por Carlos Mira

A la presidente Cristina Fernández parece que no le resultan suficientes la aberraciones que los militares venezolanos con la asistencia de agentes cubanos de inteligencia están perpetrando contra una gran mayoría de la sociedad de Venezuela, porque ha perdido una enorme oportunidad para expresarse en favor de lo que debe ser la verdadera democracia, esa misma que, por los mismos motivos, puede estar en peligro en la Argentina.

Por supuesto no es la primera vez que la Sra. de Kirchner (como antes lo había hecho su esposo) da a entender el primitivo concepto que tiene de esta forma de gobierno.
Pero frente a los desbordes de una dictadura brutal como la que encabeza Maduro, esas manifestaciones cobran mayor relevancia y una aun más preocupante perspectiva.

En Florencio Varela, la presidente, por cadena nacional, le aconsejó a la oposición venezolana “respetar la voluntad popular” y “esperar a las próximas elecciones” para llegar al gobierno y, entonces sí, hacer lo que quieran.

Es la misma aproximación a un modelo de vida que ya había expuesto Kirchner cuando encaramado en las escalinatas del Congreso, desalineado y completamente sacado, les gritaba a los manifestantes del campo
“hagan un partido político, ganen las elecciones y después hagan lo que quieran”
Los dos Kirchner parecen olvidar que el mundo evolucionó 400 años para evitar caer en las manos de gobiernos “que hagan lo que quieran” organizando, al contrario, un sistema civilizado de convivencia por el cual la suerte de todos no quede en manos del más fuerte.

La presidente y su difunto esposo pertenecen a la clase de políticos que creen que uno deja de ser “fuerte” en términos de violencia política, simplemente porque es votado.
La elección popular actuaría como un salvoconducto suficiente para hacer cualquier cosa porque por definición se supone que el votado no ejerce la fuerza.
Error. 
La fuerza no consiste solamente en andar matando gente para hacerse del poder; la fuerza consiste en ignorar la Constitución y el esquema de derechos civiles y garantías individuales que caracterizan un Estado de Derecho.
Si quien protagoniza ese embate es un gobierno votado pues es tan violento y tan gobierno de fuerza como el surgido de una insurrección, incluso armada.

¿Qué clase de abogada es la presidente que ignora estos palotes iniciales del derecho constitucional? 

La democracia no es el gobierno de la voluntad popular...
La democracia es el gobierno de la Constitución,
del Estado de Derecho,
del respeto a las minorías y de la vigencia de un sistema de derechos individuales inalienables.

Las elecciones son simplemente una herramienta para elegir pacíficamente unas autoridades y para trasmitir del mismo modo el poder, que, entre paréntesis, es por definición temporal y fijo.
No es cierto que el que gana es dueño de una especie de cheque en blanco por el cual puede hacer lo que le viene en ganas sin miramiento alguno por aquellas salvedades. 

Por lo demás, ¿qué clase de vida pendular, desasosegada y pendiente de bandazos de un lado al otro tendría un país en donde el que gana lleva todo y el que pierde no tiene nada?
En un sistema como ese el que gana impondría una voluntad omnímoda y el que pierde trataría de defenderse por todos los medios mientras (en el mejor de los casos) espera para ejercer su venganza cuando gane.
¿Qué clase de vida sería esa?

La presidente no se conformó con confundir tanto lo que verdaderamente es la democracia sino que profundizó su concepción errada de lo que ocurre.
La Sra. de Kirchner dijo:
“no se puede perder una elección y poner en vilo a un país”.
Es al revés, señora, quien pone en vilo a un país (a Venezuela o a cualquiera) es aquel que gana y, porque gana, cree que puede llevarse todo por delante.

Todas estas apreciaciones respecto de Venezuela y de cualquier país son aplicables cualquiera se la ventaja electoral de un ganador.
Así sea que quien venció lo haya hecho por un amplio margen, lo mismo
está sujeto a las limitaciones de la Constitución,
a la división del poder,
al control de la Justicia y al respeto a los derechos individuales.

Pero en el caso del país de Maduro las reconvenciones y los cuidados deberían ser aun mayores.
Son muchos los que indican, con variados fundamentos, que la “voluntad popular” que tanto desvela a la presidente, se expresó en Abril de 2013 en un sentido muy distinto al que oficialmente le dio el triunfo al sucesor de Chávez.
Concretamente, esas versiones indican que Maduro perdió las elecciones y que un monumental fraude le hizo posible la victoria por apenas 200000 votos (7.5 millones a 7.3 de Capriles,
apenas 1.5% del electorado).

Si ni siquiera una victoria holgada y legítima le da derecho a nadie a “hacer lo que quiere”, cuánto menos una de estas características, dudosa y, en el mejor de los casos, absolutamente minoritaria.
¿O acaso la Sra. de Kirchner insinúa que 200000 personas (menos que la capacidad del estadio Maracaná de Rio de Janeiro) o el 1.5% de los votos, son “el pueblo”?

Lo decíamos hace unos días y lo repetimos ahora: a veces parece más fácil explicar el fracaso argentino de lo que muchos creen.
Esa monumental decepción solo sería la consecuencia de haber sido gobernados por una clase de personas muy mal formadas e ignorantes de los principios esenciales del derecho y, muchas veces, del más elemental sentido común.

La vida pacífica de una sociedad no puede bascular entre movimientos de absolutistas y resistidores; entre extremos en donde unos se crean con derecho a llevarse todo por delante “porque ganaron” y otros a resistir hasta poder ganar.
Los periodos que corren entre las elecciones, que son donde la gente vive, se convertirían en un campo de batalla nunca sosegado sino siempre cargado ataques y contraataques.
El Derecho moderno llegó para entregar una herramienta superadora a semejante primitivismo.
Y la piedra basal de esa herramienta no son las elecciones sino la Constitución.
De lo contrario las elecciones solo habrían llegado para cambiar el método por el cual el más fuerte se hace del gobierno (antes a garrotazos, ahora a votos).

Ese hubiera sido un progreso muy poco significativo para la humanidad.
El verdadero salto hacia adelante que el Derecho moderno ha permitido es que las sociedades (los que ganan y los que pierden unas elecciones) puedan vivir tranquilas bajo la seguridad de que nadie atropellará una serie de derechos garantidos y de que el gobierno no tendrá el poder absoluto sobre la vida individual, objetivo que se logra por el respeto a la división del poder y a la existencia de una Justicia independiente. 
Si el Derecho solo hubiera cambiado el método por el cual unos pueden sojuzgar a otros su contribución al progreso humano habría sido mínima.

Quizás la presidente debiera volver a repasar estos conceptos.
Tal vez hasta cierto punto pueda ser entendible que un político obsesionado por la idea de la victoria (no es casual que así se llame su partido) a veces se confunda con los alcances reales que tiene un triunfo.
Pero pasadas las reverberaciones del momento de gloria, lo que debe prevalecer es el funcionamiento de un sistema que nos permita vivir en paz.

La lógica presidencial, expresada el otro día en Florencio Varela, solo da origen a lo que hoy padece Venezuela:
Un gobierno militarizado que se asume como la expresión completa del pueblo y una sociedad cada vez más mayoritaria que le recuerda que lo suyo es solo una fantasía del fascismo...

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