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Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 4 de febrero de 2014

En guerra con la Naturaleza


Por: Carlos Mira
Publicado: 04/02/2014 - EDITORIALES

Hagamos un ejercicio. 
Demos por cierta una de las afirmaciones del jefe de gabinete en el sentido de que “el problema central del desenvolvimiento de la economía argentina es que quienes atesoran moneda extranjera no lo vuelcan al circuito productivo”. 
Supongamos efectivamente que eso es lo que ocurre; que la gente amarroca, que la gente en lugar de producir, guarda.

¿Por qué ocurre eso?, ¿se lo ha preguntado Capitanich?, ¿se ha preguntado el jefe de gabinete cuánto tiene que ver él y su gobierno con esa circunstancia?

Las cosas no ocurren mágicamente. 
Las conductas humanas no suceden porque el aire es gratis. 
Las personas toman un determinado tipo de decisiones en una armonía racional con un conjunto de causas.

El primer motor de la toma individual de decisiones es la preservación de lo propio, el tratar de asegurar lo de uno. 
¿Está mal eso?, ¿que un individuo trate de defenderse es acaso una conducta achacable?

Las personas no son superhéroes. 
No llegaron a este mundo para que se espere de ellas conductas sobrehumanas o completamente excepcionales. 
La gran gracia de un gobierno debería consistir en organizar un orden legal según el cual a las personas les convenga personalmente tomar aquellas decisiones que secundariamente traerán un bien al conjunto. 
Esa es la clave de un gobierno inteligente y de una sociedad progresista.

Se trata de la conducta explicada brillantemente por Alexis de Tocqueville hace 183 años cuando describió la “teoría del interés propio bien entendido”, según la cual el secreto del progreso material de las democracias consistía en armonizar el sano interés individual con el bien común.

Si un gobierno definiera por adelantado al interés propio como un anatema y considerara que las personas comunes debieran comportarse siempre en sacrificio hacia las demás esperaría una conducta que está por encima de la vara del promedio humano. 
Es lo que se llama conductas supererogatorias.

Pero un país no puede organizarse en la esperanza de que todos sus habitantes van a comportarse siempre en base a conductas supererogatorias porque eso sería esperar que la excepcionalidad sea la regla.

Es cierto que este tipo de conductas, que conllevan el hacer más de aquello a lo que uno está obligado o más de lo que conforma la satisfacción del interés propio, tienen una cercanía notoria con la épica y son elogiables cuando ocurren. 
Pero, repetimos, un país no puede organizar su orden jurídico general en base a conductas excepcionales de los hombres. 
Debe ser más humilde y organizar un sistema por el cual la sociedad se beneficie subsidiariamente cuando el hombre actúa normalmente como lo que es.

Desde el punto de vista de la demagogia política esas apelaciones a reclamar este tipo de conductas quedan bien porque hace aparecer a los acusados como insensibles antisociales. 
Pero cuando los mismos parámetros le son aplicables a los acusadores ninguno de ellos puede superar la más mínima de las pruebas.

Es perfectamente legítimo que las personas busquen su propio interés. 
Es más, cualquier batalla que se plantee contra ese dictado de la Naturaleza está condenada a la derrota. Por eso lo inteligente para un gobierno no es enojarse contra eso y lanzar una cotidiana cadena de improperios contra los que para él son un conjunto de egoístas. 
Al contrario, lo inteligente sería buscar la manera de que lo que les convenga a esos individuos en particular, repercuta de una manera favorable en el resto de la comunidad.

Plantear la vida como un conflicto permanente, como dijo la presidente en su última aparición pública, puede resultar románticamente muy glamoroso, pero no es conveniente. 
Lo que le conviene a un gobierno que sinceramente esté interesado en conseguir el bien general (y que no haga esos planteos solo pour la galerie o por hacer un poco de “fulbito para la tribuna”) es tratar de plasmar un orden legal compatible con la armonía entre lo individual y lo social. 
Siempre la búsqueda de la armonía es más inteligente que la búsqueda del conflicto, pero en este caso es también más conveniente.

Y solo el gobierno está en posición de hacer eso porque solo el gobierno es el que tiene la capacidad de hacer la ley, las normas y las resoluciones que regulan nuestra vida. 
Hechas esas leyes luego nosotros seremos soberanos en la toma de decisiones a las que esas leyes nos inclinen. 
Pero serán esas leyes nuestro marco de referencia para tomarlas.

El gobierno hasta ahora, solo ha dado muestras de estar enojado con las decisiones que tomamos nosotros sin advertir que las tomamos basándonos en las leyes, normas y resoluciones que dictan ellos.

Es verdad: en base a las leyes, normas y resoluciones que dictan ellos y en base a nuestro interés individual. Pero rebelarse contra esa ley del Universo no le servirá de nada. 
Al contrario. 
Probablemente el enojo lo lleve a tomar decisiones adicionales que empasten más la ya complicada grilla de normas con las que pretende regular la vida en común y esto dispare más comportamientos “antisociales” (como los definiría el gobierno) o de autodefensa.

El gobierno en todo este tiempo ha mentido las estadísticas públicas, ha enfrentado a unos contra otros, ha lanzado medidas y luego se desdijo, 
ha cambiado las reglas, 
estableció controles policiales de lo que deberían ser variables normales de la economía, 
ha intervenido mercados por doquier, 
ha liquidado 12 millones de cabezas de ganado, 
casi 30 mil millones de reservas,
prohibió actividades lícitas como el ahorro, 
obligó a exportar para poder importar generando, en el fondo, un estúpido sistema de compra de facturas que no aumenta un solo dólar los saldos exportables… 
¿Qué quieren que hagamos, muchachos?, 
¿Qué no nos defendamos?

Proyectar 2 años más de mañanas llenas de acusaciones, insultos, improperios es mucho. 
Máxime cuando para que eso no pasara nos tendríamos que convertir todos en poco menos que santos. 
El gobierno es artero cuando sugiere que el que no es un santo es un mal nacido
Porque olvida que, precisamente, en el medio de esos dos extremos oscila la vida normal del hombre común. 
De aquel de quien no se puede esperar lo excepcional ni tampoco la bajeza, sino apenas la humilde aspiración de cuidar lo que tiene, de aquello que tanto le costó lograr y que, probablemente, los que miran todo desde una alta torre y tienen gran parte de su vida resuelta gracias al presupuesto público, no alcanzan a valorar en toda su enorme dimensión.

Ojalá Dios los baje de su pedestal y los ilumine para que nos entreguen un conjunto de normas más afines a los que somos: 
Apenas un conjunto de seres normales, con miedos, con incertidumbres y con un pasado de demasiados fracasos y defraudaciones como para andar haciendo de la vida un acto permanente de heroico arrojo.

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