"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 7 de febrero de 2014

La escuela del "cinismo"


El cinismo no fue una escuela a pesar de este título.
Una escuela filosófica era un establecimiento en el cual se impartía una doctrina o inspiración intelectual mantenida por un grupo de personas dirigidas por un superior.
Antístenes fue uno de sus fundadores y las reuniones las realizaban en un gimnasio que frecuentaban.
Ellos estaban en contra de la escuela, repudiaban las ciencias, las normas y las convenciones, en especial Antístenes.

Con el tiempo, el concepto de cinismo fue mutando, y hoy se asocia a la tendencia a no creer en la sinceridad o bondad humana, ni en sus motivaciones ni en sus acciones, así como una tendencia a expresar esta actitud mediante la ironía, el sarcasmo y la burla.

Petronio
(Roma, ?-id., 65) Escritor latino.
Supuesto autor del Satiricón, se le suele identificar con un aristócrata citado por Tácito que vivió en Roma en el siglo 1 de la era cristiana y que fue gobernador y procónsul en Bitinia.
Famoso por su elegancia, se ganó el sobrenombre de Árbitro porque ejerció de «árbitro de la elegancia» en la corte de Nerón, que lo había nombrado su consejero en «cuestiones de buen gusto».
Se suicidó tras ser condenado a muerte por haber conspirado contra el emperador.
Conservado sólo fragmentariamente, el Satiricón de Petronio es una obra en prosa con algunos pasajes en verso que narra las aventuras de unos jóvenes libertinos.
Estructurada en episodios y repleta de novedosos recursos estilísticos, constituye una sarcástica descripción de la sociedad romana de la época.

Última carta de Petronio a Nerón, antes de suicidarse

"Bien sé, divino César, que me esperas con impaciencia, y que tu leal corazón de amigo fiel padece con mi ausencia.
No ignoro que está dispuesto a colmarme de honores, a nombrarme prefecto de la guardia pretoriana y a mandar a Tigelino que torne ser lo que a los dioses les plugo que fuera:
Mulero, en las fincas que heredaste después de envenenar a Dominicio...
Pero, divino, tengo que excusarme…

Por el Averno, y más particularmente por las sombras de tu madre, de tu esposa, de tu hermano y de Séneca, te juro que no puedo ir a verte.
La vida es un tesoro y me vanaglorio de haber sacado de él los materiales con que he hecho, para disfrutarlas, las más preciadas joyas.
Pero también hay en la vida cosas que no tengo resignación para soportarlas más. 

No creas, te lo ruego, que me ha herido profundamente el que asesinaras a tu madre, a tu mujer y a tu hermano...
Que me he indignado porque incendiaras a Roma y enviarás al Erebo a todos los ciudadanos honrados de tu imperio...
No, amadísimo nieto de Cronos:
La muerte es el fin natural de todos los seres y no era dable esperar de ti otras proezas.

Pero tener que soportar por largos años tu canto que me destroza los oídos,
ver tu barriga digna de Domicio,
y tus flacas piernas dando grotescas volteretas en la pírrica danza;
escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, (desdichado poetastro de suburbio),
son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir.
Roma se tapa los oídos por no oírte, y el mundo se ríe de ti y te desprecia.
En cuanto a mí, no puedo continuar avergonzándome de tu insignificancia, ni aunque pudiera lo querría.
¡No puedo más!

Los ladridos de Cerbero serán para mí menos molestos que tu canto, aunque a él se parezcan; porque, al fin y al cabo, nunca fui amigo de Cerbero, no tengo motivos para avergonzarme de su ladridos.

Salud, augusto, y no cantes...
Asesina, pero no hagas versos;
envenena, pero no bailes; 
incendia, pero no toques la cítara!

“Estos son los deseos y el último consejo del Arbiter Elegantiorum."

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