El hambre es un homicidio sin sentencia.
Porque no es solo la pobreza, ni la recurrente indigencia de la cual somos sus pasivos testigos lo que duele, Sino esa perversa indiferencia de reconocer que ocurre, y librarnos de la culpa por medio de las dádivas.
Ya no es pretexto preguntarse que se pude hacer, si ni siquiera se intenta.
Como tampoco justificar, que aun haciéndolo no cambiaremos ese destino.
Nadie proclamó que fuera fácil, ni doloroso.
Pero si nada hacemos, nada lograremos.
No es solo por lo propio lo que el amor profesa, sino también, por lo del otro.
Nos tiene que indignar que suceda.
Tanto, como para pensar hasta donde somos cómplices.
¡Que lo injusto nos conmueva hasta enojarnos...!
Gabriel Velxio
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