"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 23 de abril de 2014

Yo acuso... (Émile Zola)

Publicado el 13 de Enero de 1898 en la primera página del Diario parisino Aurora, este texto fue escrito por Émile Zola.
Esta tribuna que acusa al Gobierno de la época de antisemitismo en el Caso Dreyfus, es una carta abierta al Presidente de la República.

Carta a Señor Félix Faure, Presidente de la República.

Señor Presidente.

¿Me permite usted, en mi gratitud por la benévola acogida que usted me hizo un día, de tener la preocupación de su justa gloria y de deciros que vuestra estrella, tan afortunada hasta ahora, está amenazada por la más vergonzosa, por la más imborrable de las manchas?

Salió usted sano y salvo de sucias calumnias, conquistó los corazones.
Aparecía usted radiante en la apoteosis de esa fiesta patriótica que la alianza rusa fue para Francia, y se prepara para presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal, que coronará nuestro gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad.
¡Pero qué mancha de barro sobre vuestro nombre – llegaría a decir sobre vuestro reino – que es este abominable caso Dreyfus !
Un consejo de guerra acaba, por orden, de absolver a un tal Esterhazy, alucinación suprema de toda verdad, de toda justicia.
Y se terminó, Francia tiene sobre el rostro esta bajeza, y la historia escribirá que fue bajo vuestra presidencia como tal crimen social pudo cometerse.
Puesto que ellos osaron, yo también osaré.
Diré la verdad, puesto que prometí decirla, si la justicia, regularmente sometida, no lo hiciera, plena y enteramente.
Mi deber es de hablar, no puedo ser cómplice.
Mis noches estarían llenas de vergüenza por el espectro de un inocente que expía allí, en la más horrible de las torturas, un crimen que no cometió.
Y es a usted, señor Presidente, a quién gritaré esta verdad, con todas las fuerzas de mi indignación de hombre honesto.
Pero su honor, ya que estoy convencido de que usted desconoce lo sucedido.
¿Y a quién por tanto denunciaré la turba malhechora de verdaderos culpables, si no es a usted, el Primer Magistrado del País?
En primer lugar, la verdad sobre el proceso y la condena de Dreyfus.

Un hombre nefasto dirigió todo, lo hizo todo ; es el teniente coronel Du Pay de Clam, entonces un simple comandante.
Él es el caso Dreyfus al completo...
No se sabrá hasta que una investigación legal haya establecido completamente sus actos y responsabilidades.
Aparece como uno de los espíritus más evanescentes, más complicado, obsesionado por las intrigas novelescas, por los encuentros en sitios desiertos, por las mujeres que divulgan, de noche, pruebas inculpatorias.
Es él quién imaginó dictando la nota a Dreyfus, fue él quién soñó estudiarlo en una habitación completamente revestida de espejos;
es el a quién el comandante Forzinetti nos presenta armado con una tenue lámpara, deseando hacerse introducir cerca del dormido acusado, para proyectar sobre su rostro un brusco trazo de luz y sorprender así su crimen, en la sorpresa del despertar.
Y no he dicho todo, lo que se busca, se encontrará.
Declaro simplemente que el Comandante Du Paty de Clam, encargado de instruir el caso Dreyfus, como oficial judicial, es, en orden de las fechas y responsabilidades, el primer culpable del espantoso error judicial que cometió.

 La nota estaba desde algún tiempo ya entre las manos del Coronal Sandherr, director de la Oficina de Investigaciones, muerto tras una parálisis general.
Algunas « huidas » tuvieron lugar, papeles que desaparecieron, como desaparecen aún hoy....
Y el autor de la nota era buscado, cuando a priori se hizo poco a poco que ese autor no podía ser mas que un oficial del Estado Mayor, y un oficial de artillería:
Doble error manifiesto, que muestra con qué espíritu superficial se estudió esta nota, ya que un examen razonado demuestra que no se podía tratar de un oficial de tropa.
Se buscaba por tanto en la casa, se examinaban las escrituras, aquello era como un asunto de familia, un traidor sorprendido en las mismas oficinas, para expulsarlo de allí.
Y, sin querer volver a contar aquí una historia en parte conocida, el Comandante Du Paty de Clam entra en escena, en cuanto una primera sospecha cae sobre Dreyfus.
A partir de este momento, es él quién inventó a Dreyfus, y el caso se convierte en su caso.
Se cree capaz de confundir al traidor, de conducirlo a una confesión completa.
Está el Ministro de la Guerra, el General Mercier, cuya inteligencia parece mediocre,
Está también el Sub-Jefe del Estado Mayor, el General Gonse, cuya conciencia pudo acomodarse a muchas cosas.
Pero en el fondo, no está en primer lugar más que el Comandante Paty de Clam, que los dirige a todos, que los hipnotiza, ya que se dedica también al espiritismo, al ocultismo, conversa con los espíritus.
No sabría concebir las experiencias a las que sometió al desgraciado Dreyfus, las trampas en las que quiso hacerle caer, las enloquecidas investigaciones, las monstruosas imaginaciones, toda una demencia torturadora.
¡Ah !
¡Este primer caso es una pesadilla para quien lo conoce en sus detalles más íntimos !
El comandante Du Paty de Clam detiene a Dreyfus, lo somete al secreto sumarial.
Corre a casa de la esposa de Dreyfus, la aterroriza, le dice que si habla, su marido está perdido.
Durante este tiempo, el desgraciado se arrancaba la carne, gritaba su inocencia.
Y de este modo fue realizada la instrucción, como en una crónica del Si.
XV, rodeada de misterio, con expedientes esquivos, todo basado sobre un único cargo infantil, esa estúpida nota, que no era solamente una vulgar traición, sino que era también la más imprudente de las estafas, ya que los famosos secretos revelados se hallaban ya prácticamente todos sin valor.
Si insisto, es porque el ojo está aquí, de donde saldrá más tarde el verdadero crimen, la espantosa negación de la justicia de la que Francia está enferma. 
Querría señalar con el dedo como pudo ser posible el error judicial, como nació a partir de las maquinaciones del Comandante Du Paty de Clam, como el general Mercier, los generales Boisdeffre y Gonse pudieron caer en él, comprometer poco a poco sus responsabilidades en dicho error, que había creído deber, más tarde, como una verdad santa, una verdad que incluso ni se discute.
Al principio, no había por tanto por su parte, más que la injuria y la estupidez.
Aún más, se les siente ceder a las pasiones religiosas del medio y a los prejuicios de su espíritu de cuerpo. Dejaron actuar a la imbecilidad.
Pero aquí está Dreyfus frente al consejo de guerra.
El secreto sumaria más absoluto es exigido.
Un traidor habría abierto la frontera al enemigo para conducir al Emperador alemán hasta la Catedral de Norte-Dame, que no tomaría más que medidas en el silencio y el misterio más estrechos.
La nación se encuentra golpeada por el estupor, se cuchichean hechos terribles, traiciones monstruosas que indignan a la historia, y naturalmente la nación se inclina a ello.
No hay castigo suficientemente severo, la nación aplaudirá la degradación pública, querrá que el culpable permanezca sobre su peñasco infamante, devorado por los remordimientos.
¿Es por tanto cierto, según todos los indicios, que los hechos más peligros capaces de lanzar a Europa a las llamas, han debido ser cuidadosamente enterrados detrás de estas puertas cerradas ?
¡No !
No ha habido detrás de ello, más que las imaginaciones novelescas y dementes del comandante Du Paty de Clam.
Todo esto no fue realizado más que para ocultar el más descabellado de los folletines.
Y basta, para asegurarse de ello, con estudiar atentamente el acta de acusación, leída frente al consejo de guerra.

¡Ah ! ¡La nulidad de esta acta de acusación !
Que un hombre haya podido ser condenado por este acta, es un prodigio de iniquidad.
Desafío a la gente honesta a leerla, sin que sus corazones rebosen de indignación y griten su cólera, pensando en la expiación desmesurada allá lejos, en la isla del Diablo.
Dreyfus conoce numerosos idiomas,
crimen; no se ha encontrado en su casa ningún papel comprometedor,
crimen; es laborioso, se preocupa en saberlo todo,
crimen: no se confunde jamás,
crimen; se confunde, crimen.
¡Estas pueriles redacciones, son afirmaciones formales en el vacío!
Se nos ha hablado de catorce cargos de acusación, pero no encontramos más que una sola a fín de cuentas, la de la nota, y descubrimos que incluso los expertos no estaban de acuerdo, que uno de ellos Sr. Gobert, fue presionado por el estamento militar, porque se permitió no llegar a las conclusiones deseadas.
Se habla también de veintitres oficiales que fueron llamados para acusar a Dreyfus con sus testimonios. Ignoramos aún sus interrogatorios, pero es cierto que no todos lo acusaron...
Y hay que recalcar que por otro lado, todos pertenecían a las Oficinas de Guerra.
Es un proceso en familia, entre ellos, y es preciso recordarlo:
El Estado Mayor quiso el proceso, lo juzgó y acaba de juzgarlo por segunda vez.
Por tanto, no quedaba más que la nota, sobre la cual los expertos no se ponían de acuerdo.

Se cuenta que, en la cámara del consejo, los jueces querían naturalmente absolverlo.
¡Y, desde entonces, como se comprende de la obstinación desesperada con la que, para justificar la condena, se afirma todavía hoy la existencia de un documento secreto, abrumador, un documento que no se puede mostrar, que legitima todo, delante del cual debemos inclinarnos, como ante un Dios invisible e irreconocible !
¡Refuto esta prueba, la refuto con todas mis fuerzas!
Un documento ridículo, si, puede ser el documento que obsesiona a mujeres jóvenes, en que se ha hablado de un tal Sr....., que se ha vuelto muy exigente:
Algún marido que sin duda creyera que no quería suficiente a su mujer.
Pero un documento que compromete la seguridad nacional, que no se podría comunicar sin que la guerra fuera declarada mañana!
¡No, no!
¡Es una mentira!
  
Aquí están por tanto, señor Presidente, los hechos que explican como pudo cometerse un error judicial  y las pruebas morales, la azarosa situación de Dreyfus, la ausencia de motivos, su continuo grito de inocencia, acaban por mostrar como una víctima de extraordinarias imaginaciones del comandante Du Paty de Clam, del medio clerical en que se encontraba, de la caza de los «sucios judíos» que deshonra nuestra época.
Y llegamos al caso Esterhazy.
Han pasado tres años, muchas conciencias se mantienen profundamente agitadas, se inquietan, buscan, y terminan por convencerse de la inocencia de Dreyfus.

No haré relato de las dudas, como de la convicción del Sr. Scheurer-Kestner. Pero, mientras investigaba por su lado, graves hechos sucedían incluso en el Estado Mayor.
El coronel Sandherr había muerto y el teniente coronel Picquart le había sucedido como jefe de la Oficina de Investigaciones.
Y es en esta función, en el ejercicio de sus funciones, como este último tuvo entre sus manos un telegrama, dirigido al comandante Esterhazy, por un agente de una potencia extranjera.
Su estricto deber era abrir una investigación.
La verdad es que nunca actuó fuera de la voluntad de sus superiores.
Dirigió por tanto sus sospechas a sus superiores jerárquicos, el general Gonse, como al general Boisdeffre, así como el general Billot, que había sucedido al general Mercier como ministro de la Guerra.
El famoso dossier Picquart, del que tanto se había hablado, no fue más que el dossier Billor, entendiendo el dossier hecho por un subordinado para su ministro, dossier que debe existir aún en el Ministerio de la Guerra.
Las inventigaciones duraron de mayo a septiembre de 1896, y es preciso afirmarlo bien alto, el general Gonse estaba convencido de la culpabilidad de Esterhazy, así como los generales Boisdeffre y Billot no ponían en duda que la nota fue escrita por Esterhazy.
La investigación del teniente coronel Picquart había conducido a dicha certera constatación.
Pero la emoción era grande, ya que la condena de Esterhazy conllevaba inevitablemente la revisión del proceso Dreyfus, y eso era algo que el Estado Mayor no quería a ningún precio.
Debió haber allí un minuto psicológicamente lleno de angustia.
Fíjese usted que el general Billot no estaba comprometido en nada, llegaba sin ninguna deuda, podía decir la verdad.
No se atrevió, sin duda aterrorizado ante la opinión pública, ciertamente por el miedo a enfrentarse a todo el Estado Mayor el general de Boisdeffre, el general Gonse, sin contar los que se encontraban bajo sus órdenes.
Entonces, no hubo allí mas que un minuto de combate entre su conciencia y lo que él creía el interés militar Cuando ese minuto hubo pasado, era ya demasiado tarde. Se encontraba atado, se encontraba comprometido.
Y desde entonces, su responsabilidad no hizo más que crecer, cargó en su conciencia con los crímenes de otros...
Es tan culpable como los otros, es más culpable que ellos, ya que fue capaz de hacer justicia, y no hizo nada.
¡Comprenda esto!
¡Hace ya un año que el general Billot, que los generales Biosdeffre y Gonse saben que Dreyfus es inocente, y se guardaron para ellos tales espantosos hechos!
¡Y esas gentes duermen, y tienen mujeres e hijos que los aman!.
El coronel Picquart había cumplido con su deber de hombre honesto.
Insistía al lado de sus superiores, en nombre de la justicia.
Incluso les suplicaba, les decía cuantos de sus plazos eran anti-políticos, frente a la terrible tormenta que se anunciaba, que debía desencadenarse, cuando la verdad fuera conocida.
Este fue más tarde, el lenguaje que Sr. Scheurer-Kestner mantuvo con el general Billot, jurando por patriotismo tomar el caso en sus manos, no dejarlo agravarse, hasta el punto de convertirse en un desastre público. !No¡El crimen se había cometido, el Estado Mayor no podía ya confesar su crimen.
Y el teniente coronel Picquart fue enviado en una misión, se le apartó cada vez más lejos, hasta Túnez, un día se quiso incluso honrar su bravura, encargándole una misión que le habría seguramente matado, en los parajes donde el Marqués de Morès encontró la muerte.
No había caído en desgracia, el general Gonse mantenía con él una correspondencia amistosa.
Este es, tan solo, uno de los secretos que no hace bien haber conocido.

En París, la verdad continuaba su camino irresistible, y es conocido de qué manera la tormenta esperada se desencadenó.
Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy como el verdadero autor de la nota, en el momento en que D. Scheure-Kestner iba a poner, entre las manos de la Guardia de Altos Secretos, una solicitud de revisión del proceso.
Y es en este punto en que el comandante Esterhazy apareció.
Los testimonios lo muestran enloquecido, presto al suicidio o a la huida.
Después, de un golpe paga su audacia, sorprende a París por la violencia de su actitud.
Sucedió que la ayuda había llegado, recibió una carta anónima advirtiéndole de los movimientos de sus enemigos, una dama misteriosa se había tomado la molestia de enviarle una carta robada al Estado Mayor, que debía salvar.
Y nada me impide encontrar allí al teniente coronel Du Paty de Clam, reconociendo los trazos de su fértil imaginación.
Su obra, la culpabilidad de Dreyfus estaba en peligro, y quiso seguramente defender su obra.
La revisión del proceso, significa el agotamiento del folletín tan extravagante, tan trágico, ¡cuyo desenlace abominable tiene lugar en la isla del Diablo!
Eso era algo que él no podía permitir.
Mientras, el duelo tendrá lugar entre el teniente coronel Picquart y el teniente coronel De Clam, uno a cara descubierta, el otro oculto.
Se les encontrará a continuación a ambos frente a la justicia civil.
En el fondo, es el Estado Mayor quien se defiende, quien no quiere confesar su crimen, cuya abominación crece a cada hora.
Nos preguntamos con estupor quienes eran los protectores del comandante Esterhazy.
Es en principio en la sombra, el teniente coronel Du Paty de Clam fue quién todo lo maquinó, a quién todo conduce.
Su autoría se revela en acciones ridículas.
Después está el general de Boisdeffre, está el general Gonse, está el general Billiot incluso, que están obligados a absolver al comandante, puesto que no pueden dejar de reconocer la inocencia de Dreyfus, sin que las oficinas de guerra caigan en el desprecio público.
Y el verdadero resultado de esta prodigiosa situación es que un hombre honesto, aquí dentro, el teniente coronel Picquart, que solo ha cumplido con su deber, va a ser la víctima, lo que lo escarnecerá y castigará.
Oh, justicia, que terrible desesperanza oprime el corazón.
Se llega hasta a decir que es un falsificador, que fabricó el telegrama para hacer caer a Esterhazy.
Pero, ¡por Dios!
¿Por qué ?
¿Con qué fin?
Dadme un motivo.
¿Ha sido él pagado por los judíos?
Lo irónico de esta historia, es que él era precisamente antisemita.
¡Si !
Asistimos a un espectáculo infame, de hombres llenos de deudas y de crímenes de los que se proclama su inocencia, mientras que se golpea el honor de un hombre con una vida sin mácula! Cuando una sociedad llega a ese punto, cae en la descomposición...

Este es por tanto, señor Presidente, el caso Esterhazy:
Un culpable que trataba de justificarse.
Después de dos meses, podemos seguir a cada hora sus afanes.
Abrevio, porque no es más, que a grandes trazos, de hacer el resumen de la historia cuyas encendidas páginas serán un día escritas en conjunto.
Y hemos, por tanto, visto el general Pellieux, después el comandante Ravary, realizado una investigación malvada conde los pícaros salen transfigurados y los honestos manchados.
Tras esto, se convocó el consejo de guerra.

 ¿Como se puede esperar que un consejo de guerra deshiciera lo que un consejo de guerra había creado?

No hablo ni siquiera de la posible elección de los jueces.
La idea superior de disciplina, que se encuentra en la sangre de los soldados ¿bastaría para invalidad su equidad ?
Quien dice disciplina, dice obediencia.
Cuando el Ministro de la guerra, el mando supremo, estableció publicamente entre aclamaciones de la representación nacional, la autoridad de lo establecido, ¿pretendeis que un consejo de guerra realice un desmentido formal?
Jerárquicamente, esto es imposible.
El general Billot sugestionó a los jueces con su declaración, y estos juzgaron como si debieran arrojarse a las llamas, sin razonar.
La opinión preconcebida que aportaron sobre su sede era evidentemente esta:
«Dreyfus fue condenado por el crimen de traición por un consejo de guerra, es por tanto culpable, y nosotros, el consejo de guerra, no podemos declararlo inocente. Por otro lado, sabemos que reconocer la culpabilidad de Esterhazy sería proclamar la inocencia de Dreyfus».
Nada podía hacerles salir de ahí.
Realizaron una sentencia llena de iniquidad, que pesará por siempre sobre nuestros consejos de guerra, que llenará a partir de ahora de sospechas todas las detenciones.
El primer consejo de guerra pudo ser ininteligible, el segundo es por fuerza criminal.
Su excusa, lo repito, es que el jefe supremo había hablado, declarando lo juzgado como inatacable, santo y superior a los hombres, de manera que los inferiores no podían decir lo contrario.
Se nos ha hablado del honor del ejército, se quiere que lo amemos, que lo respetemos.
¡Ah, ciertamente!
El ejército que alzaría a la primera amenaza, que defendería la tierra francesa, es todo el pueblo, y no tenemos por él más que cariño y respeto.
Pero no se trata de él, del que queremos su dignidad, a quien afecta nuestra necesidad de justicia.
Se trata del sable, el señor que nos golpeará quizá mañana.
¡Y ¿podemos besar devotamente la empuñadura del sable?, pero ¡no aceptarlo como a Dios!
Lo he demostrado en otro lugar:

El caso Dreyfus era el caso de las oficinas de Guerra, un oficial del Estado Mayor, denunciado por sus camaradas del Estado Mayor, condenado bajo la presión de los jefes del Estado Mayor.
Todavía una vez, no puede ser declarado inocente sin que todo el Estado Mayor fuera culpable.
También las oficinas, por todos los medios imaginables, mediante campañas de prensa, comunicados, influencias, han protegido a Esterhazy para condenar una segunda vez a Dreyfus.
¡Qué escobazo debiera dar el Gobierno en esta jesuitería, tal y como lo llama incluso el general Billot! ¿Donde está, ese ministro verdaderamente fuerte y de un patriotismo sabio, que se atreverá a refundarlo todo y a renovarlo todo?
¡Cuanta gente conozco que frente a una posible güera, tiemblan de angustia, sabiendo en qué manos está la defensa nacional!
¡Qué nido de bajas intrigas, de comadreos y dilapidaciones se han convertido este lugar sagrado, donde se decide el destino de la patria!
Nos espantamos delante del día terrible en que acabe cayendo el caso Dreyfus, ese sacrificio humano de un desgraciado, de un “puerco judío”!

¡Ah, todo lo que está movido allí por la demencia y la estupidez, por imaginaciones locas, por prácticas de policía de baja estofa, prácticas inquisitoriales y tiránicas, por el placer de algunos engalanados que ponen sus botas sobre la nación, devolviéndoles a su seno sus gritos de verdad y de justicia, bajo el pretexto mentiroso y sacrílego del asunto de Estado!

Y es otro crimen verse apoyado por una prensa inmunda, que...
Esta verdad, esta justicia, que nosotros queremos tan apasionadamente...
  
Esta es la pura verdad, señor Presidente, y es espantosa...

Permanecerá en vuestra presidencia como un deshonor
No tengo ninguna duda que no tiene usted ningún poder en dicho caso, y que es usted prisionero de la Constitución y de vuestro entorno.
Usted no tiene más que un deber como hombre, al que se debe usted y que cumplirá.
No es que yo desespere ni un ápice del triunfo.
Lo repito con la certeza más vehemente:
La verdad está en marcha y nadie la detendrá.
Hoy tan solo el caso empieza, puesto que solo hoy las posiciones están claras:
De un lado, los culpables que no quieren que se haga la luz...
Del otro lado, los justicieros que darán su vida para que se haga la luz.
Lo digo otra vez y lo repito aquí:
Cuando se entierra la verdad, ésta se comprime, y provoca tal explosión, el día que explota, que hace saltar todo por los aires.
Ya veremos si no estamos creando para más tarde, el más sonoro de los desastres.

Pero esta carta es larga, Señor Presidente, y es tiempo de terminar.

    Acuso al teniente coronel Du Paty de Clam de haber sido el diabólico creador de este error judicial, quiero creer que inconscientemente, y de haberlo a continuación defendido, durante tres años, mediante las maquinaciones más ridículas y culpables posibles.

    Acuso al general Mercier de haberse convertido en cómplice, al menos por debilidad de espíritu de una de las mayores iniquidades del siglo.

    Acuso al general Billot de haber tenido entre sus manos las pruebas notorias de la inocencia de Dreyfus y de haberlas ocultado, de ser culpable de este crimen de lesa humanidad y de lesa justicia, con un objetivo político y para salvar al Estado Mayor incriminado.

    Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse de haberse convertido en cómplices de dicho crimen, uno sin duda por pasión clerical y el otro quizá por ese espíritu corporativo que crea las oficinas de guerra, templo sagrado, inatacable.

    Acuso al general de Pellieux y al comandante Ravary de haber hecho una investigación malintencionada, tal y como lo veo, una investigación de la más monstruosa parcialidad, de la que tenemos, en relación a la segunda, como un imperecedero monumento de su infeliz audacia.

    Acuso a los tres expertos en escritura, los señores Belhomme, Varinard et Couard, de haber hecho informes mentirosos y fraudulentos, a menos que un examen médico los declare afectados por una enfermedad de la vista y el juicio.

    Acuso a las oficinas de guerra de haber dirigido en la prensa, particularmente en El Amanecer y El Eco de Paris, una campaña abominable, para asustar a la opinión pública y ocultar sus errores.

Acuso, en fin, al primer consejo de guerra de haber violado el derecho, enviando a un acusado bajo un acta mantenida en secreto y acuso al segundo consejo de guerra de haber ocultado esta ilegalidad, según las órdenes, cometiendo a su vez el crimen jurídico de absolver voluntariamente a un culpable.
Y portando estas acusaciones, no ignoro que me someto al peso de los artículos 30 y 31 de la ley de prensa del 29 de julio de 1881, que castiga los delitos de difamación.
Y me expongo voluntariamente.
En cuanto a las personas que acuso, no las conozco,
no las he visto jamás,
no tengo contra ellos ni rencor ni odio.
No son para mías más que entidades, espíritus de maldad social.
Y el acto que realizo no es más que un medio revolucionario para activar la explosión de la verdad y de la justicia.

No tengo más que una pasión:
La de la luz, en nombre de la humanidad que tanto ha sufrido y que tiene el derecho a la alegría.

Mi protesta indignada no es más que el grito de mi alma.
¡Que se atrevan a llevarme a la Corte de justicia y que la investigación tenga lugar un gran día!

 Lo espero...
  
Reciba usted, señor Presidente, la seguridad de mi profundo respeto.
...
Traducción de Rogelio Carrillo
...
Recomiendo leer, imprimir y guardar como el histórico documento que significa para la humanidad que pretenda defender lo JUSTO...

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