"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 6 de noviembre de 2014

El Muro:

La infame cicatriz que cambió al mundo -y a Berlín- dos veces

Un momento cumbre. 
Fueron 28 años de espera, en los que Berlín quedó literalmente partida a la mitad; en 1989, una multitud de alemanes occidentales se concentró frente al Muro para asistir a su demolición. Foto: AFP 

Cuando fue levantado, hace 53 años, se convirtió en el mayor símbolo de la Guerra Fría; cuando cayó, la memorable noche del 9 de noviembre de 1989, fue el comienzo de una nueva era
Por Luisa Corradini  | LA NACION

Hace 25 años, caía el Muro de Berlín, pulverizado en un abrir y cerrar de ojos por la presión popular.

Un cuarto de siglo después, se puede decir que ésa fue la noche más importante de la segunda mitad del siglo XX, sin dudas el más mortífero de la historia. Esa noche, el Muro de Berlín arrastró con él lo que quedaba de la Guerra Fría. Un conflicto que por más de cuatro décadas obligó al mundo a vivir bajo la amenaza de un apocalipsis nuclear.

Desde que fue construido en 1961, ese siniestro Muro había separado el Este del Oeste como una horrible cicatriz a través de Berlín.
Durante las noches, la parte occidental de la ciudad quedaba sumergida en la oscuridad, dándole la espalda a esa "franja de la muerte" hecha de minas y trampas antipersonales, custodiada permanentemente por guardias con orden de disparar para matar.

Hasta que fue derribado en 1989, Este y Oeste vivieron en forma tan diferente como podrían serlo dos países distintos. Como dos hermanos gemelos separados al momento de nacer y criados por dos parejas de padres diferentes.

Del Muro al memorial. 1973. A lo largo de la construcción era visible el clamor de los berlineses: ''El Muro debe caer''.  Foto:  AP y AFP

Mientras los "ossis" -como se apodaba a quienes vivían en Alemania del Este- conducían sus rudimentarios Trabant, vestían ropa triste y de mala calidad y bebían gaseosas sin marca, sus vecinos, los "wessis", consumían Pepsi, usaban jeans Levi's y se movían en BMW. Cuando cayó el Muro, Alemania occidental, abierta y democrática, era la cuarta economía del mundo.

Veinticinco años después, aquella castigada ciudad se ha metamorfoseado. No sólo se transformó en símbolo de la memoria europea, sino que pasó de ser una urbe gris (Berlín este) y frontera del fin del mundo (Berlín oeste) a capital de un gran Estado.

Hoy, con algunas escasas excepciones, toda Berlín es una invitación a la ensoñación: joven, luminosa, limpia, acogedora. Su alcalde, Klaus Wowereit, acuñó una frase para definirla: "Pobre, pero sexy".

Su alcalde, Klaus Wowereit, acuñó una frase para definirla: "Pobre, pero sexy"

Vitrina de la imaginación creativa de los mejores arquitectos, la futurista Potsdamer Platz, donde se elevan torres de vidrio y centros comerciales, era hace un cuarto de siglo un no man's land abandonado a los conejos salvajes. Convertida en tercer destino turístico de Europa, Berlín -decidida a no olvidar sus dos pasados recientes- tiene más de 170 museos, la mayor cantidad del Viejo Continente. Esa recuperada bonanza tiene, no obstante, un lado oscuro.

Aun cuando Alemania parezca más unida que nunca, un reciente estudio demostró que, cuando 75% de los ciudadanos del Este consideran la reunificación como un verdadero éxito, sólo la mitad de sus compatriotas del Oeste piensan lo mismo. Todos se sienten, sin embargo, orgullosos de su capital. Pobre, quizá, pero definitivamente sexy
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