Ignacio
Camacho
Ven, vamos a
llorar, que es tiempo, y además qué otra cosa podríamos hacer sino lo que mejor
sabemos.
Sin
darnos cuenta nos hemos convertido en expertos del luto virtual, que viene a
ser en la cultura posmoderna una evolución sentimental de la ética de la
solidaridad.
Qué
hermosas lágrimas derramamos en las redes sociales, con qué dolorida emoción,
con qué plasticidad simbólica, con cuanta elegancia moral.
Si
fuese verdad eso que dicen los paulos coelhos acerca de que la energía positiva
del mundo conspira a favor de nuestros buenos deseos, con la intensidad emotiva
que desplegamos después de cada tragedia o de cada atentado podríamos encender
una central eléctrica.
Otra
cosa no pondremos pero sensibilidad, toda.
Ésta es la
sociedad que mejor llora por las víctimas que no defiende.
Porque
convendrás en que hacer no hacemos mucho.
Ya
me dirás qué ha avanzado desde Bataclán, y mira que nos conmovimos.
¿Te
acuerdas de aquella coalición que iba a ir a combatir al ISIS?
Ni
en Francia tienen ya mucha noticia, me temo.
Aquellos
pactos firmes, aquella vocación de firmeza, aquel estallido de ira cívica...
Verduras
de las eras, que decía don Jorge Manrique.
Hemos
perdido la cuenta de los ataques desde entonces.
Sólo
que eran en Damasco, en Ankara, en el Cairo... y ya se habían llenado de nuevo
las terrazas del viejo Marais, qué bonita es París cuando se acerca la
primavera.
Eso
sí, ahora estamos más vigilados, y encima hay algunos que protestan.
El
otro día, fíjate, leí en una novela de un escritor inglés de moda que en París
hay más policía que en la Alemania nazi.
Lo
habría escrito antes de noviembre pero qué buena ocasión de callarse.
Porque
¿sabes? toda esta barbarie tiene un coste en vidas y otro en libertad, y otro
en miedo.
Y
aunque digamos para confortar el ánimo que no van a poder doblegarnos, no hay
más que analizar cómo era nuestra vida cotidiana antes, y cómo es ahora, para
saber que sí pueden, vaya si pueden.
Y
más que podrán si persistimos en el encogimiento y en la tibieza.
Si
no acabamos de identificar a un enemigo que bien nos tiene identificados a
nosotros...
y
calados en nuestra pusilanimidad congénita.
Pero
verás cómo ahora tampoco ocurre nada por muchos lacitos negros que hayan puesto
hasta en los varales de los pasos de Semana Santa.
Verás
cómo cuando haya que hablar en serio se agrieta toda esta hermosa fraternidad
jesuítica –de jesuis– que acabamos de sentir con Bruselas y los belgas.
Cómo
esos conmovedores dibujos de Tintín no acaban con el héroe luchando en el
desierto.
Cómo
a la hora de plantar cara vuelve a triunfar la moral indolora y el pensamiento
débil.
Cómo
cunde el eufemismo relativista, la corrección política, el abrazo
multicultural, el candoroso buenismo de nuestra mano armada de nobles y dulces
sentimientos.
Se van a rilar
los malos cuando lean lo unidos y cabreados que estamos en Facebook.
©
ABC
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