Joaquín
Morales Solá
LA
NACION
Gran
parte de los senadores peronistas le hicieron a Mauricio Macri un favor más
grande que ayudarlo a sacar al país del viejo default.
Le
permitieron mostrarle al mundo que sus novedosas políticas son compatibles con
la gobernabilidad de la nación política.
Es
decir, que no es sólo un pregonero de buenas intenciones, sino que también está
en condiciones de convertirlas en realidad.
Ése
es un precedente fundamental para una Argentina de la que desconfiaban casi
todos los sectores internacionales.
La
pregunta sin respuesta refiere a cuánto tiempo le llevará al Presidente
trasladar esas conformidades del mundo al territorio menos amable de su país.
Macri
zigzaguea entre esos dos mundos, el exterior y el interior.
Barack
Obama ya lo había ayudado a Macri antes de abrirle las puertas de Washington, y
de espolear su paseo por el principal escenario de la política internacional, o
antes, incluso, de que aterrizara en Buenos Aires.
El
propio presidente argentino suele contar que el jefe de la Casa Blanca colaboró
considerablemente con él para moderar a la justicia norteamericana y a los
holdouts.
Es
cierto que Macri hizo su trabajo antes de pedirle ayuda a Obama.
No
bien se acomodó en la presidencia argentina ordenó que le pagaran al special
master Daniel Pollack una deuda por honorarios de 300.000 dólares que Cristina
Kirchner se negó a saldar.
También
les indicó a sus funcionarios que lo trataran con respeto al juez Thomas
Griesa, a quien el cristinismo insultó sin pausa.
Con
Griesa y Pollack predispuestos a cerrar el caso argentino, le correspondía a
Macri probar que podía controlar el Congreso, poblado por muchos más peronistas
que macristas.
Es
lo que logró el miércoles último.
Hay
una línea de la política exterior que se está definiendo sin que nadie la
verbalice.
La
relación externa prioritaria de Macri está en Washington, más allá del discurso
oficial que privilegia los tratos multilaterales.
Una
pequeña anécdota sirvió, por ejemplo, para despertar en Obama su interés por el
presidente argentino.
Sucedió
cuando el mandatario norteamericano lo llamó a Macri para felicitarlo por su
elección como presidente. Macri le contó entonces que había tenido muchos
socios extranjeros en su experiencia como empresario, pero que los
norteamericanos habían sido los más confiables y previsibles.
Otra
melodía tocaban en Buenos Aires.
Obama
le respondió en el acto que vendría a la Argentina cuanto antes.
El
interés de Washington estimuló luego la atención del resto de las potencias
mundiales.
Es el olimpo
externo que habita Macri en las últimas semanas.
Dentro
de su país, las cosas son más complicadas.
El
populismo es siempre una receta que resulta cara.
El
cristinismo agotó todos los stocks que tenía el país:
El energético,
el ganadero y los dólares del Banco Central, entre otros.
Modificar
esa política es un camino de decisiones a veces impopulares, otras veces
injustas.
El
trayecto no tiene atajos.
O
se cambian de raíz esas políticas públicas o el sueño concluye en una pesadilla
parecida a la gran crisis de principios de siglo.
Más
de una vez Macri se despertó en la noche con dos preguntas cruciales:
Cuándo
y cómo terminaría con políticas que dejaron una sociedad acostumbrada a vivir
subsidiada.
Influyeron
en la elección del tiempo y la forma los consejos que recibió de importantes
líderes extranjeros (Obama y el rey Juan Carlos fueron algunos).
Las
malas noticias deben darse en los momentos inaugurales de los gobiernos.
O
no se darán nunca.
Es
lo que Macri escuchó una y otra vez.
Siguió
esos consejos.
El
Presidente sabe que corre el riesgo de dejar algunos jirones de popularidad en
el camino.
Los
severos aumentos de las tarifas de los servicios públicos, anunciados la semana
pasada, suceden cuando hay salarios viejos y, sobre todo, cuando la sociedad
viene de tiempos de inflación alta, que se disparó más desde los últimos dos
meses de Cristina Kirchner.
El
tirón inflacionario no tiene fin.
El
propio presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, avaló en los hechos
a quienes sostienen que la inflación del año superará el 32%.
Lo
hizo cuando fijó en el 38% anual la tasa de interés de los depósitos en pesos.
Tal
vez haya influido también la necesidad de secar de pesos el mercado para bajar
la inflación, pero la tasa es muy alta para ser sólo una estrategia de
contención de precios.
Era
difícil combatir la inflación sin acceso a los mercados internacionales de
crédito, vedados por el default que enfermó al país durante 14 años.
Sectores
importantes del gobierno sostienen que la inflación es la segunda prioridad de
la administración, luego del acuerdo con los holdouts.
Ha
llegado entonces la hora de esa prioridad.
Las
encuestas señalan que, por ahora, una importante mayoría social critica más a
los empresarios que al Gobierno por los aumentos de los precios.
Por
ahora.
El
proceso social termina con la gente mirando al Gobierno más que a los
empresarios.
Así
fue siempre.
La
tercera prioridad debería ser el crecimiento de la economía, porque ése será un
reclamo de la sociedad cuando el Gobierno logre domar el potro inflacionario.
Macri
no cree sólo en la inversión privada, sobre las que también trabaja en el
exterior.
Está dispuesto a
endeudar al país por muchos millones de dólares para cambiar su
infraestructura.
Quiere
llenar el país de obras, dice.
Su ejemplo de
una buena administración es la Capital que él gobernó.
Deuda,
pero con tantas obras como solo un ingeniero puede imaginar.
Hay
otros protagonistas que ayudaron al Presidente:
Cristina
Kirchner, el peronismo y la crisis que los envuelve a los dos.
Nadie,
ni el propio Macri, supuso nunca que el desmoronamiento de la estructura
política, empresaria y mediática del cristinismo sería tan veloz.
En apenas tres
meses, Cristóbal López y Lázaro Báez dejaron de ser pujantes empresarios y se
convirtieron en hombres cercados por la bancarrota y la Justicia.
El
proceso judicial no ha hecho más que comenzar.
La
tardía prisión de Ricardo Jaime es una prueba.
En
altas instancias de los tribunales se aguardan más medidas importantes de los
jueces federales en causas de corrupción.
Seguirán
la línea trazada hace poco por el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, quien los exhortó a "terminar con
la impunidad".
Las
próximas decisiones afectarían a ex funcionarios kirchneristas y a empresarios
muy vinculados al gobierno que se fue.
En
menos de 70 días hábiles, la ex presidenta dejó de ser dueña y señora del
Congreso y se transformó en una
perdedora serial.
El
peronismo está dividido entre los que gobiernan y los ideológicos.
Los
que gobiernan (gobernadores e intendentes) prefieren resolver los problemas
antes que empeorarlos.
Un
ejemplo:
El
senador Miguel Pichetto se reunió con los principales intendentes peronistas
bonaerenses dos días antes de que el Senado tratara el acuerdo con los
holdouts.
Pichetto
ya tenía la opinión de los gobernadores, que apoyaban el acuerdo.
Los
intendentes le dijeron lo mismo.
Existe,
sin embargo, una segunda división, que es ideológica.
El
problema de Cristina Kirchner es que se acorraló acompañada sólo por La
Cámpora,
por
los restos del Partido Comunista y por Nuevo Encuentro, el partido de Martín
Sabbatella.
El
peronismo nunca fue eso, dicen los peronistas.
Por
primera vez en mucho tiempo el peronismo es un universo sin dioses, donde todo
está permitido.
Cristina
no dejó nada, ni conservó su liderazgo ni permitió nuevos liderazgos.
El
resultado indica que su célebre relato no fue político, sino literario.
Es
decir, una ficción…
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