En
estos días en mi país como en muchos países del mundo, la gente se pregunta
¿qué pasa en mi país?,
¿qué
pasa en la región?,
¿qué
pasa en el mundo?
Como
si un cataclismo hubiera trastocado la
estructura y obligado a la gente a replantearse toda su existencia, no sólo la
forma de vivir, sino también el objeto y los principios vitales.
A
mi entender, y en especial por lo que pasa en mi país y en la región
circundante, que es la que uno habita y tiene a mano, es como sufrir un
desgarrón psíquico, emocional e ideológico, que lo comparo con el título de
este ensayo "quitar el chupete".
Es
una situación similar a la que sufre él bebe, el infante, o el nene ya
mayorcito al que de pronto le sacan el chupete, porque ya es hora, porque no
puede ser que todavía lo siga usando.
Pero
desde el sujeto que padece la acción, la misma es brutal, casi inhumana, cala
su interior y lo deja anonadado y sin saber qué hacer.
Si
es muy pequeño es posible que llore desconsoladamente durante muchos días y
hasta semanas.
Si
es mayor lo buscará afanosamente, y a escondidas tratará de volver a usarlo
complaciéndose con la fruición de lo que ya creía perdido definitivamente.
Se
llenará de súplicas, rabietas, rebeldías y hasta conductas improcedentes con el
fin de retornar al idilio infantil.
Es
una etapa que debe pasar, y que debe padecer.
Lleva
su tiempo, no es inocua, y de la forma que lo resuelva será cómo se comportará
en el futuro, porque marcas habrá, por sí mismas y por las que queden con sus
reacciones.
Corre
el peligro de no comprenderlo o no soportarlo y enfermarse, y aún enfermarse
gravemente.
Puede
necesitar un período de adaptación, lleno de vaivenes, ora de aceptación ora de
rebeldía y vuelta, pero que de a poco va formando su carácter y gestando una
condición libre y que ya no necesita del adminículo.
Puede
por fin lograr el equilibrio y entender que forma parte del crecimiento, que el
crecimiento es ganancia de aptitudes superiores, pero también pérdida de la
condición anterior, a la cual uno estaba acostumbrado y que amaba.
La
metáfora es apta para señalar el crecimiento de los pueblos.
El
hombre busca tutores, paternales, a los cuales pueda recurrir, en los cuales
pueda refugiarse, y que realicen sus tareas, piensen por él y le indiquen
cuales son las soluciones a su vida.
Es
una condición natural de la primera edad, en la cual no existe responsabilidad
y por lo tanto la libertad está limitada.
Pero
no podemos seguir siendo niños, alguna vez hay que crecer, y crecer significa
libertad, responsabilidad, marcha, enjundia, carácter y firmeza.
Es
un gran cimbronazo, nos sacude hasta lo más íntimo, nos deja indemnes y a
merced de lo que seamos capaces de hacer, estamos desnudos frente al mundo y
dependemos sólo de nosotros.
Ya
no tendré quien se ocupe de mí, deberé ser el que se ocupa;
ya
no tendré quien me alimente, debo buscar mi sustento;
ya
no tendré quién me dé mágicamente las soluciones a mis problemas, deberé
abordarlos, encararlos y solucionarlos por mí mismo.
En
la pulsión, el intercambio entre la sociedad y cada hombre, hay una relación de
crecimiento, porque si no se crece se retrocede, y no es bueno que el hombre
retroceda.
El
hombre demanda a la sociedad y la sociedad demanda al hombre.
Pero
en general hay un acostumbramiento, un quedarse, un estar, que es así y para que
lo vamos a cambiar.
Pero
el cambio es necesario, la vida son etapas que debemos transitar como personas
y como pueblos.
Los
cambios que produce el fin de una etapa son como quitar el chupete, si somos
capaces de entenderlos, de crecer como personas, como comunidad, en
solidaridad, bondad, honestidad y confianza, si somos capaces de convertirnos
en artífices de nuestro destino y el de nuestra comunidad y el de la Patria
habremos logrado el equilibrio y seremos verdaderamente hombres…
Elías
D. Galati
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