Por Gabriela Pousa
Para vos
Cuando Mauricio Macri ganó las elecciones en diciembre pasado, desde este espacio sostuvimos la necesidad de crear consenso enarbolando alguna bandera política que lo identificara, y al mismo tiempo, no pudiera despertar polémica ni abrir aún más la grieta.
En aquel entonces, la corrupción ya se perfilaba como la causa nacional por excelencia.
En rigor de verdad, no fue mucho el esfuerzo que debió hacer Cambiemos.
La sola imagen de los funcionarios contando obscenas sumas de dinero o la postal del ex Secretario de Obras Públicas, José López, arrojando bolsos en un convento pone de manifiesto la hipótesis que establecimos tiempo atrás al sostener que el kirchnerismo moriría por implosión más que aplacado por alguna fuerza opositora capaz de hacerle sombra.
Ahora bien, resulta paradójico que, aún en su lecho de muerte, el kirchnerismo siga siendo el tema del día y ocupe el 99% de las noticias.
Es cierto que los argentinos tenemos una obsesión muy especial con el pasado.
Este nos subyuga y atrapa muchísimo más que el presente.
El peligro radica en que, simultáneamente, al futuro nos lo ensombrece.
Y es que el futuro nos obliga a salir de la zona de confort en la que nos encontramos, nos plantea trabajo (y venimos de una década en la cual se terminó de tirar abajo la cultura del trabajo y del esfuerzo como sinónimo de progreso o crecimiento)
El futuro no parece ser lo nuestro aún cuando depositamos en él las esperanzas que, a pesar de los pesares, todavía acunamos.
El futuro acá es siempre una construcción ajena, los argentinos estamos convencidos, auto convencidos, que el país que queremos o suponemos querer, se dará por añadidura.
El mensaje es casi bíblico.
Ahora bien, la pregunta es:
¿por añadidura de qué?
Sin duda, la respuesta no es por añadidura a lo que hubo.
¿Es a lo que hay?
Tampoco porque si bien se mira, se verá que no hay nada aún capaz de parecerse a la Argentina que la mayoría dice querer.
O hay un problema entre el deseo, las expectativas y lo que hacemos para cumplirlas, o no somos sinceros al confesar que pretendemos edificar el país que soñaron nuestros ancestros.
En síntesis, al futuro promisorio y de grandeza no se llegará por añadidura de distintas etapas – bastante siniestras muchas de ellas -, sino más bien por construcción de presentes donde el pasado apenas sea considerado por el aprendizaje de la experiencia que ha legado.
Durante la macabra “década ganada”, se nos ha querido hacer vivir en los setenta recreándolos con un simplismo y un revisionismo que dio y da vergüenza.
No quedó un solo prócer en el bronce.
De todos se difundió sus miserias en detrimento de su grandeza.
Si acaso San Martín cruzó los Andes fue por consumo de sustancias raras,
la sexualidad de Manuel Belgrano importó más que su legado,
se convirtió al terrorista en joven idealista y los premios y castigos quedaron, consecuentemente, mal repartidos.
Así pues hay que tener en claro qué pretendemos hacer bajo la administración macrista para no quedarnos en la mera crítica del caos kirchnerista.
Que no todo sea la corrupción que personifica Cristina.
Corremos el riesgo de ver pasar el tren y seguir parados en el andén.
Es muy pequeña la distancia que va entre la necesidad de hacer justicia y las ganas de ejercer venganza.
Si bien no justifica, es entendible que eso suceda por cuanto el daño provocado ha sido desmesurado, y no todos los argentinos merecíamos lo vivido.
Si la justicia no le gana de mano a esas ganas, terminarán pasando de genuinas a ser también legítimas.
Hay que evitar enarbolar la ley del Talión lo que no implica dejar sin castigo al ladrón.
Y si algo está claro hoy es quién es ese ladrón.
Ya no hay margen para hacerse el despistado.
La carta que hoy es motivo de escándalo (llámese la ruta del dinero K, el triple crimen y la efedrina, el robo de la Obra Pública, la mafia política…), es la carta robada del cuento de Edgar Allan Poe.
Siempre estuvo ahí, a la vista de todos, es solo que no se la quiso ver por conveniencia, por resignación, por falta de compromiso, por ese falso confort que nos lleva a creer que el futuro es un don cuando el futuro es una construcción.
Esa es la razón por la cual, a pesar de que la economía no está en su apogeo y el bolsillo siga vacío, hay apoyo a esta gestión.
Ese aval no se basa en el carisma presidencial ni en ninguna garantía escrita.
El “aguante” no es el aguante del relato sostenido en una vacua mística militante, y en la mentira como metodología, es el apoyo de la conciencia.
Un síntoma de madurez que muestra después de tanto tiempo la sociedad argentina.
Ahora bien, que la expectación del ayer no nos distraiga del hoy.
La conciencia que prima hace ver que no es la economía la crisis más grave que debe resolverse en esta geografía. Hay una moral destruida por la imposición de que da lo mismo ser honesto que ser ladrón.
La impunidad fue el mayor daño ejercido por el kirchnerismo.
Esta realidad puesta en evidencia en estos días nos plantea la necesidad de recrear una ética política.
Los argentinos somos tomistas.
Necesitamos ver para creer, el asombro no es válido porque todo lo “nuevo” ya lo sabíamos.
Las imágenes han sido la gota que quebró la clepsidra.
La justicia tiene la palabra, si habla y habla a tiempo este puede ser un tiempo bisagra para la Argentina.
Si calla, en cambio, la condena será masiva, pagarán justos por pecadores.
Mientras eso sucede, debe construirse un “ahora”, no nos redimirá nada más la cárcel para la mafia kirchnerista. No es tiempo de exclusividades porque puede perderse otra oportunidad única para enderezar tanta rama caída.
Es tiempo de hacer y de hacer más de una sola cosa a la vez.
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