Por
Carlos Del Frade
(APe).-
El “padre de la Patria” vale cinco
mangos en la vida cotidiana de sus descendientes, según los billetes.
Ni
un paquete de chicles se paga con el poder económico que le puso el poder
político en el año 1992 cuando se diseñaron los dibujos de los fantasmas del
siglo diecinueve.
Vale
veinte veces menos que Roca, el Videla del siglo diecinueve.
Y
sí sigue hasta hoy.
A
horas de recordarse el aniversario número 166 del viaje a la pampa de arriba
del guaraní derivado en general del primer ejército popular latinoamericano en
operaciones, impulsor del proyecto de la Patria Grande, es necesario repasar
algunas decisiones políticas y económicas de alguien que fue mucho más que un
militar.
Bartolomé
Mitre, el inventor de la historia oficial argentina, escribió en “Historia de
San Martín y de la emancipación sudamericana”, que el programa político llevado
adelante por el correntino en Cuyo era
un “plan cooperativo económico militar”.
“Se solicitaba
todo en auxilio, y luego se devolvía (carretas, caballos, mulas, semillas)”
y se exigían “contribuciones ordinarias y
extraordinarias”, sostuvo Mitre.
“Secuestró
los bienes de los prófugos.
Se
recogieron los capitales a censo pertenecientes a manos muertas, usando de sus
intereses;
impuesto
general según el capital de cada individuo, previo catastro (cuatro reales por
cada mil pesos de capital); contribución extraordinaria de guerra pagadera en
cuotas mensuales;
se
expropiaron los diezmos;
se
gravaron los barriles de vino y aguardiente;
propiedad
pública de las herencias españolas;
los
trabajos públicos se hacían gratuitamente”, enumeró Mitre en una perfecta
descripción de un estado que expropia riquezas según las necesidades políticas
del proyecto de liberación nacional al mismo tiempo que da trabajo e iguala a
los gauchos, indios con los ex representantes de la oligarquía nativa cuyana.
“A la idea del bien
común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el
lujo y las comodidades deben avergonzarnos”, decretó el gobernador San
Martín.
Mitre
señaló que “durante tres años el gobierno fomentó la instrucción pública, se
mejoraban los canales de regadío y se propagaba por primera vez la vacuna”.
A
los curas “les recomendaba que en sus pláticas y sermones hiciesen ver la
justicia con que la América había adoptado el sistema de la libertad.
Los
tuvo que ajustar varias veces por medio de circulares”, apuntó el creador del
diario “La Nación”.
Según
Ricardo Rojas, otro de los historiadores oficiales de San Martín,
“reglamentó el
trabajo social en el sentido de suprimir la vagancia, el juego y el delito;
creó
los decuriones que eran alcaldes de barrios, con amplias facultades para
mantener el orden instituido por él” y “el cabildo se convirtió en un cuerpo
semejante a una legislatura”.
Para
el equipo de investigación que conducía Rodolfo Walsh, “San Martín sentó en
Cuyo las bases de una economía independiente, aunque no cerrada y si la
Argentina hubiera sido gobernada con el criterio que él usó para crear su
Ejército de Los Andes, otro hubiera sido el destino nacional”.
De
otro modo, “San Martín no hubiera podido instalar en Mendoza una fábrica de
pólvora,
una
fundición de artillería en la que 300 obreros trabajaban en 7 fraguas,
un
batán para tejer las telas de los vestuarios,
una
fábrica de tintas para dar color a los uniformes, e inclusive aplicar la fuerza
motriz del agua al batán y el laboratorio de explosivos.
En
todas estas empresas los trabajadores fueron organizados dividiendo sus tareas
y coordinándose en un plan de producción”.
De
acuerdo a este punto de vista, “el mismo sentido tiene la reunión concertada en
Mendoza de alimentos, animales, tejidos, monturas, capitales, técnicos y mano
de obra proveniente de San Luis, San Juan, La Rioja, Corrientes, Córdoba y
Buenos Aires;
la
liberación de los esclavos para que sirvieran al ejército;
las
explotaciones ganaderas y agropecuarias a cargo de la Intendencia en tierras de
particulares;
la
confección del vestuario distribuyendo su corte y costura entre sastres y
mujeres voluntarias que trabajaban bajo un programa coordinado;
la
recolección en almacenes de ropa vieja que luego se usaba para forrar el
calzado;
la
construcción de 20 mil herraduras para mulas y caballos;
la
nota de San Martín al gobierno de Buenos Aires en diciembre de 1816 pidiendo
que se suprimieran los impuestos a los licores cuyanos y se gravaran los
importados para proteger la industria”.
Un completo
programa de economía que asentada en el desarrollo del mercado interno,
fomentara la industria regional, generara inclusión social y sentara las bases
para el crecimiento y la exportación.
En
Perú, años después, siguió con estos conceptos políticos económicos.
Los
mismos se vieron reflejados en el llamado Reglamento de Comercio.
Allí
dispuso la duplicación de los derechos de importación sobre los artículos que
pudieran competir con los del país;
eliminó
aduanas interiores;
decretó
que sólo los peruanos podían ejercer el comercio minoristas;
prohibió
la exportación de metálico;
rebajó
las tasas aduaneras a los barcos de bandera peruana o americana y creó un banco
presidido por el ministro de hacienda, con accionistas particulares nativos y
sus fondos se mantuvieron siempre separados del gobierno.
“El
banco peruano debió cerrar por la oposición del comercio inglés y el Reglamento
de Comercio fue modificado por la presión de los mismos intereses cuando San
Martín se alejó del Perú”, remarcaron los integrantes del centro de estudios
“Arturo Jauretche”.
Para ellos,
todos estos hechos “indican que San Martín percibía la estrecha relación entre
independencia económica y defensa nacional cuando estos temas no habían sido
estudiados aún por ninguna escuela científica ni militar”.
La
aplicación de estos proyectos políticos, económicos, sociales y educativos
generó el rechazo del grupo dominante que se hizo cargo de los resultados de la
guerra por la liberación nacional luego de 1816.
Ese San Martín
desconocido forma parte de las necesidades del presente.
Fuente:
“Historia política de la esperanza”, del autor de esta nota.
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