La
coalición política que gobierna se llama Cambiemos.
Y
su llegada al poder es una novedad institucional, frente a la secuencia
histórica de los últimos cien años: s
Siempre
hubieron presidentes radicales, cívico-militares, militares o peronistas.
A
diferencia de sus antecesores, Mauricio Macri buscó un punto de contacto entre
los partidos mayoritarios y prometió un método de administración inédito para
la historia de la Argentina.
Ya
no se trataría de gobernar bajo la dialéctica amigo-enemigo como hicieron
Néstor y Cristina, sino de establecer un
nuevo mecanismo basado en la ética, la transparencia y el deseo de construir
una sociedad moderna y equitativa.
Macri
enterró el pensamiento agonal que cooptó la toma de decisiones de la familia
Kirchner y se muestra abierto a perspectivas diferentes, críticas de los medios
de comunicación y a retroceder sobre sus pasos si un argumento político es más
preciso que el suyo.
Envió
al Senado los pliegos de los candidatos a la Corte Suprema y ordenó que se
convocaran a las audiencias públicas para dar legitimidad jurídica a los
aumentos a las tarifas, cuando al principio había decidido emprender otros
caminos sinuosos y opacos para llegar al mismo resultado.
Pero
estos cambios son mínimos frente a las promesas de campaña.
Macri
ejecuta una alianza de poder con gobernadores y sindicalistas que no aparece
coyuntural y extraordinaria. Obvio que se necesita un consenso político para
gobernar y es absolutamente democrático reconocer la representación gremial y
el poder institucional de los mandatarios provinciales.
Pero
el Presidente concede visibilidad institucional y millones de pesos a
personajes de la política que tienen pasado reprochable.
El
peronismo funciona en la oposición manejando a los gremios, sus mayorías
parlamentarias y a los mandatarios provinciales.
O
manda desde Balcarce 50 con sus bloques legislativos, el ariete de los
sindicatos columna vertebral del Movimiento y repartiendo fondos a sus
gobernadores.
Raúl
Alfonsín fracasó con la ley Mucci, soportó a Saúl Ubaldini y entregó su poder a
Carlos Saúl Menen, por entonces gobernador de La Rioja.
Y
después Menem, ya como Presidente, alineó a diputados y senadores, unificó a la
CGT y distribuyó la ayuda pública a sus mandatarios provinciales.
Macri no quiere
repetir la experiencia traumática que protagonizaron Alfonsín y Fernando de la
Rúa.
Y
articuló un acuerdo con los gobernadores justicialistas que le permite negociar
sus proyectos de ley en el Parlamento.
Esos
gobernadores pasan por ventanilla y después alinean a su propia tropa.
Y
posan al lado del Presidente para recuperar una legitimidad política que muchos
de ellos han perdido hace ya mucho tiempo.
Gildo
Insfran, gobernador de Formosa, está a cargo de la provincia desde 1995.
Y
antes había sido vicegobernador por ocho años.
Insfran
es responsable de todas las miserias políticas de Formosa, y sin embargo, no hay un cuestionamiento público a su gestión desde
Balcarce 50.
Junto
a Insfran se puede ubicar a Claudia Ledesma, que heredó de su marido Gerardo
Zamora, la provincia de Santiago del Estero.
Ledesma
siempre trabajó de Primera dama, y maneja Santiago del Estero casi como un bien
ganancial.
Y
al lado de Insfran y Ledesma/Zamora hay que colocar a Juan Manzur, gobernador
de Tucumán, que está sospechado de graves casos de corrupción en la provincia y
en la administración de Cristina Fernández.
El
Presidente conoce la sinuosa trayectoria de Manzur, Ledesma/Zamora e Insfran.
Pero
no hay una crítica a su gestión y su política clientelar.
Balcarce
50 no puede discriminar, ya que fueron gobernadores elegidos en comicios libres.
Sin
embargo, ante el discurso de Cambiemos a favor de la transparencia y la
institucionalidad, es necesario que Macri exhiba sus diferencias con
mandatarios provinciales que responden a una peculiar forma de entender a la
democracia y su significado ético y moral.
El
silencio presidencial sobre estos gobernadores incluye también a ciertos
jerarcas sindicales que jugaron la propia en todos los gobiernos. Gerardo
Martínez (UOCRA) y Armando Cavalieri (Comercio), para citar dos casos
paradigmáticos, no pueden justificar su patrimonio, fueron cómplices de la
dictadura militar y usan puro clientelismo para evitar a la oposición en sus
propios gremios.
A
ellos, y a muchos Gordos más, el Gobierno le concedió visibilidad y entregó
millones de pesos que CFK tenía pisados para castigar a los sindicatos que no
respondían a sus órdenes directas.
Se
trata de la misma lógica y de idéntica complejidad institucional.
Los
fondos pertenecían a los gremios, los jefes sindicales fueron elegidos por el
voto de los afiliados y la representación de los trabajadores es un derecho
intocable protegido por la Constitución.
Pero eso no
obsta a señalar que esos dirigentes son opacos, que no aceptan la competencia y
que han aplaudido a generales, abogados e ingenieros en los últimos cuarenta
años.
Existe
la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad.
Acorde
a la coyuntura, estas dos categorías de la ética política aparecen en mayor o
menor medida cuando se ejecuta el poder.
Pero
en un determinado momento, se produce la opción definitiva, la mezcla exacta
que permitirá determinar si es más de lo mismo o un cambio cualitativo, como se
prometió en la campaña presidencial.
Depende
de Macri...
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