A la derecha, Francisco Correa, cabecilla de la llamada 'trama Gurtel'.
Un
estudio observa que la reacción emocional negativa relacionada con los actos
deshonestos se va atenuando con la acumulación de pequeñas trasgresiones
Daniel
Mediavilla
Los
seres humanos, o al menos la mayoría de ellos, cuentan con mecanismos
biológicos que dificultan los comportamientos deshonestos.
Cuando
engañamos, experimentamos distintos tipos de excitación emocional que nos hacen
sentir mal.
Esas
reacciones se pueden medir y son la base de los detectores de mentiras.
Algunos
investigadores han mostrado incluso que las barreras fisiológicas contra la
transgresión se pueden derribar con fármacos.
En
un experimento con estudiantes de 1964, ya se observó que cuando tomaban un
medicamento simpaticolítico, que bloquea las señales asociadas con el
comportamiento deshonesto, tenían el doble de probabilidades de engañar durante
un examen que los que tomaron placebo.
Un
buen número de análisis ha mostrado que la respuesta frente a un estímulo que
provoca una emoción se debilita con el tiempo.
La
repulsión que puede provocar la violencia o la ilusión del enamoramiento
pierden intensidad cuando se han experimentado muchas veces.
Un
grupo de investigadores del University College de Londres ha comprobado que eso
sucede también con las sensaciones asociadas a saltarse las normas morales, un
fenómeno que podría explicar cómo se puede llegar a cometer actos deshonestos
graves a partir de otros que al principio parecen irrelevantes.
La amígdala es
la región del cerebro donde se procesan las emociones que dificultan la
deshonestidad
En
un artículo que se publica en la revista Nature, los autores pusieron a prueba a
los participantes de varios experimentos que tenían la oportunidad de engañar
para obtener beneficios personales a costa de otros.
Los
voluntarios, 80 personas de entre 18 y 65 años, debían estimar, junto a un
compañero al que no veían, la cantidad de dinero que contenía un recipiente.
Se
plantearon varias situaciones.
En
la inicial, los sujetos debían ajustarse al máximo a la cantidad real para que
los dos se beneficiasen.
En
otras fases del juego, pasarse o quedarse corto en la estimación beneficiaría al
participante en el experimento a costa de su compañero, beneficiaría al
compañero a su costa o solo beneficiaría a uno de los dos sin efecto en la otra
parte.
Con este juego,
observaron que las pequeñas deshonestidades para obtener una ganancia a costa del
socio se incrementaban progresivamente.
Además,
a parte de los participantes se les midió la actividad cerebral a través de
fMRI (imagen por resonancia magnética funcional).
De
esta manera, observaron que la respuesta de la amígdala, una región del cerebro
en la que se procesan las reacciones emocionales, era más intensa la primera
vez que los participantes engañaban a sus compañeros.
Esa
reacción, sin embargo, se iba atenuando en las fases posteriores del juego, y los autores eran capaces de predecir el
nivel de deshonestidad de un individuo a partir de la reducción de la actividad
en la amígdala en la prueba anterior.
“En
conjunto, nuestros resultados revelan un mecanismo biológico detrás de la
escalada de deshonestidad”, apuntan los responsables del estudio.
“Los
resultados muestran los posibles peligros de cometer pequeños actos
deshonestos, peligros que se observan con frecuencia en ámbitos que van desde
la política, los negocios o las fuerzas de la ley”, continúan.
Por último,
concluyen que este conocimiento sobre el funcionamiento de esa pendiente
resbaladiza de la deshonestidad puede ayudar a mejorar las políticas para
evitar la corrupción.
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