"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 11 de noviembre de 2016

¿Cómo dijo...?

EL PECADO SE PERDONA,
La corrupción NO puede ser perdonada...


Con ocasión de algunos hechos ocurridos en 1991, que reflejaban la corrupción en la sociedad, el arzobispo de Buenos Aires (Jorge Bergoglio) escribió un artículo, que se convirtió después en un opúsculo, en el que interpretaba fenomenológicamente la corrupción y la figura del corrupto a la luz de los personajes y de las palabras de Jesús en
el evangelio, criticando la corrupción, incluso en el ámbito religioso, y señalando su curación.
“Pecador, sí”.
Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos
ama y en todo momento nos espera.
«Pecador, sí», como lo decía el publicano en el templo [...].
¡Pero qué difícil es que el vigor profético resquebraje un corazón corrupto!
Está tan parapetado en la satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún cuestionamiento.

«Acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios»
(Lc 12,21).
Se siente cómodo y feliz como aquel hombre que planeaba construir nuevos graneros (Lc 12,16-21), y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas para escabullirse como lo hizo el administrador
astuto (Lc 16,1-8) [...].
El corrupto ha construido una autoestima basada precisamente en este tipo de actitudes tramposas…
Camina por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su propia dignidad y la de los demás.
El corrupto tiene cara de yo no fui, «cara de estampita», como decía mi abuela.
Merecería un doctorado honoris causa en cosmética social.
Y lo peor es que termina creyéndoselo.
¡Y qué difícil es que allí entre la profecía!
Por ello, aunque digamos «pecador, sí», gritemos con fuerza «¡pero corrupto, no[...].

Fragmentos del libro Corrupción y pecado.
Algunas reflexiones en torno al tema de la corrupción, Ed. Claretiana, 
Buenos Aires 2005
JORGE MARIO BERGOGLIO / PAPA FRANCISCO

Podríamos decir que el pecado se perdona…
La corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada.
Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia:
Frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud:
Se cansa de pedir perdón.
Este sería un primer rasgo característico de toda corrupción:
La  inmanencia.
En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como lo más natural.
La suficiencia humana nunca es abstracta.
Es una actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo engaña:
«Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida» (Lc 12,19).
Y, de manera curiosa, se da un contrasentido:
El suficiente siempre es —en el fondo— un esclavo de ese tesoro; y cuanto más esclavo, más insuficiente en la consistencia de esa suficiencia.
Así se explica por qué la corrupción no  puede quedar escondida:
El desequilibrio entre el convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser esclavo del tesoro no puede
contenerse.
Es un desequilibrio que sale fuera y, como sucede con toda cosa encerrada, bulle por escapar de la propia presión… y —al salir— desparrama el olor de ese encerramiento consigo mismo: huele mal.
Sí, la corrupción tiene olor a podrido [...].

Generalmente el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca vivir (enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son estas las que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de la gracia.
Puede ser curado.
De ahí que la corrupción, más que perdonada, debe ser curada.
[...]
Es como una de esas enfermedades vergonzantes que se trata de disimular, y se esconde hasta que no puede ocultarse su manifestación…
Entonces comienza la posibilidad de ser curada [...].
En la conducta del corrupto la actitud enferma resultará como destilada y, a lo más, tendrá la apariencia de debilidades o puntos flojos relativamente admisibles y justificables por la sociedad.
Por ejemplo: un corrupto de ambición de poder aparecerá —a lo sumo—con ribetes de cierta veleidad o superficialidad que lo lleva a cambiar de opinión o a reacomodarse según las situaciones:
Entonces se dirá de él que es débil o acomodaticio o interesado… pero la llaga de su corrupción (la ambición de poder) quedará escondida.

EL PECADO SE PERDONA, LA CORRUPCIÓN NO PUEDE SER PERDONADA

El pecador, al reconocerse tal, de alguna manera admite la falsedad de este tesoro al que se adhirió o adhiere…
El corrupto, en cambio, ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena educación…
Esconde su tesoro verdadero, no ocultándolo a la vista de los demás  sino reelaborándolo para que sea socialmente aceptable. [...]
Y la suficiencia crece…
Comenzará por la veleidad y la frivolidad, hasta concluir en el convencimiento, totalmente seguro, de que uno es
mejor que los demás. [...]
El corrupto se erige en juez de los demás: él es la medida del comportamiento moral. [...]
«… Yo no soy como ese» significa «ese no es como yo, y por ello te doy gracias».
[...]
La corrupción lleva a perder el pudor que custodia la verdad, el que hace posible la veracidad de la verdad.
El pudor que custodia, además de la verdad, la bondad, belleza y unidad del ser.
La corrupción se mueve en otro plano que el del pudor: al situarse más acá de la trascendencia, necesariamente va más allá en su pretensión y en su complacencia.
Ha transitado el camino que va desde el pudor a la «desfachatez púdica».
[...]
Unido a este ser medida de juicio hay otro rasgo.
Toda corrupción crece y —a la vez— se expresa en atmósfera de triunfalismo.
El triunfalismo es el caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, pues la experiencia les dice que esas actitudes dan buen resultado, y así se siente ganador, triunfa.
[...]
El corrupto no tiene esperanza.
El pecador espera el perdón…
El corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado.
[...]
El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad.
[...]
Por ejemplo, cuando un corrupto está en el ejercicio del poder, implicará siempre a otros en su propia corrupción, los rebajará a su medida y los hará cómplices de su opción de estilo.
[...]
El pecado y la tentación son contagiosas,

¡¡¡La corrupción es proselitista!!!

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