EL
PECADO SE PERDONA,
La corrupción NO puede ser perdonada...
Con
ocasión de algunos hechos ocurridos en 1991, que reflejaban la corrupción en la
sociedad, el arzobispo de Buenos Aires (Jorge Bergoglio) escribió un artículo, que se convirtió
después en un opúsculo, en el que interpretaba fenomenológicamente la
corrupción y la figura del corrupto a la luz de los personajes y de las
palabras de Jesús en
el
evangelio, criticando la corrupción, incluso en el ámbito religioso, y
señalando su curación.
“Pecador,
sí”.
Qué
lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la
misericordia del Padre que nos
ama
y en todo momento nos espera.
«Pecador,
sí»,
como lo decía el publicano en el templo [...].
¡Pero qué
difícil es que el vigor profético resquebraje un corazón corrupto!
Está
tan parapetado en la satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún
cuestionamiento.
«Acumula
riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios»
(Lc
12,21).
Se
siente cómodo y feliz como aquel hombre que planeaba construir nuevos graneros
(Lc 12,16-21), y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas
para escabullirse como lo hizo el administrador
astuto
(Lc 16,1-8) [...].
El
corrupto ha construido una autoestima basada precisamente en este tipo de
actitudes tramposas…
Camina
por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su propia dignidad y la
de los demás.
El
corrupto tiene cara de yo no fui, «cara
de estampita», como decía mi abuela.
Merecería
un doctorado honoris causa en cosmética social.
Y
lo peor es que termina creyéndoselo.
¡Y
qué difícil es que allí entre la profecía!
Por
ello, aunque digamos «pecador, sí», gritemos con fuerza «¡pero corrupto, no!» [...].
Fragmentos
del libro Corrupción y pecado.
Algunas
reflexiones en torno al tema de la corrupción, Ed. Claretiana,
Buenos Aires
2005
JORGE
MARIO BERGOGLIO / PAPA FRANCISCO
Podríamos
decir que el pecado se perdona…
La
corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada.
Sencillamente
porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia:
Frente
al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la
expresión de su salud:
Se
cansa de pedir perdón.
Este
sería un primer rasgo característico de toda corrupción:
La inmanencia.
En
el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y
luego es asumida como lo más natural.
La suficiencia
humana nunca es abstracta.
Es
una actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo
engaña:
«Alma
mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date
buena vida» (Lc 12,19).
Y,
de manera curiosa, se da un contrasentido:
El
suficiente siempre es —en el fondo— un esclavo de ese tesoro; y cuanto más
esclavo, más insuficiente en la
consistencia de esa suficiencia.
Así
se explica por qué la corrupción no puede
quedar escondida:
El
desequilibrio entre el convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser
esclavo del tesoro no puede
contenerse.
Es
un desequilibrio que sale fuera y, como sucede con toda cosa encerrada, bulle
por escapar de la propia presión… y —al salir— desparrama el olor de ese
encerramiento consigo mismo: huele mal.
Sí,
la
corrupción tiene olor a podrido [...].
Generalmente
el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca vivir
(enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son estas las
que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de la gracia.
Puede
ser curado.
De
ahí que la corrupción, más que perdonada, debe ser curada.
[...]
Es
como una de esas enfermedades vergonzantes que se trata de disimular, y se
esconde hasta que no puede ocultarse su manifestación…
Entonces
comienza la posibilidad de ser curada [...].
En
la conducta del corrupto la actitud enferma resultará como destilada y, a lo
más, tendrá la apariencia de debilidades o puntos flojos relativamente
admisibles y justificables por la sociedad.
Por
ejemplo: un corrupto de ambición de poder aparecerá —a lo sumo—con ribetes de
cierta veleidad o superficialidad que lo lleva a cambiar de opinión o a
reacomodarse según las situaciones:
Entonces
se dirá de él que es débil o acomodaticio o interesado… pero la llaga de su
corrupción (la ambición de poder) quedará escondida.
EL
PECADO SE PERDONA, LA CORRUPCIÓN NO PUEDE SER PERDONADA
El
pecador, al reconocerse tal, de alguna manera admite la falsedad de este tesoro
al que se adhirió o adhiere…
El
corrupto, en cambio, ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena
educación…
Esconde
su tesoro verdadero, no ocultándolo a la vista de los demás sino reelaborándolo para que sea socialmente
aceptable. [...]
Y
la suficiencia crece…
Comenzará
por la veleidad y la frivolidad, hasta concluir en el convencimiento,
totalmente seguro, de que uno es
mejor
que los demás. [...]
El
corrupto se erige en juez de los demás: él es la medida del comportamiento
moral. [...]
«…
Yo no soy como ese» significa «ese no es como yo, y por ello te doy gracias».
[...]
La
corrupción lleva a perder el pudor que custodia la verdad, el que hace posible
la veracidad de la verdad.
El
pudor que custodia, además de la verdad, la bondad, belleza y unidad del ser.
La
corrupción se mueve en otro plano que el del pudor: al situarse más acá de la
trascendencia, necesariamente va más allá en su pretensión y en su
complacencia.
Ha transitado el
camino que va desde el pudor a la «desfachatez púdica».
[...]
Unido
a este ser medida de juicio hay otro rasgo.
Toda
corrupción crece y —a la vez— se expresa en atmósfera de triunfalismo.
El
triunfalismo es el caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, pues la experiencia
les dice que esas actitudes dan buen resultado, y así se siente ganador,
triunfa.
[...]
El corrupto no
tiene esperanza.
El
pecador espera el perdón…
El
corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado.
[...]
El
corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad.
[...]
Por
ejemplo, cuando un corrupto está en el ejercicio del poder, implicará siempre a
otros en su propia corrupción, los rebajará a su medida y los hará cómplices de
su opción de estilo.
[...]
El
pecado y la tentación son contagiosas,
¡¡¡La corrupción
es proselitista!!!
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