A
nuestros oponentes políticos les ofrezco un trato:
“Si
ellos dejan de mentir sobre nosotros, yo dejaré de decir la verdad sobre
ellos". Adlai Stevenson
Si
usted cree que debemos vivir en un estado de derecho y tal como hice la semana
pasada, le ruego que copie este link (http://tinyurl.com/haftfpc), lo pegue en
su navegador y, si está de acuerdo con la petición, la firme y difunda.
No
voy a hablar hoy de las consecuencias de la victoria de Donald Trump el martes,
una rareza, ya que lo votaron menos ciudadanos que a su contrincante.
Las
especulaciones sobre el futuro de los Estados Unidos y del mundo han poblado
las pantallas y las páginas de todo el globo, y habrá tiempo para hacerlo
cuando anuncie su gabinete.
Tampoco
hablaré aquí de otro número inexplicable:
Los US$ 65
millones que, en Estados Unidos, dejó a sus deudos Daniel Muñoz,
secretario
privado de don Néstor (q.e.p.d.).
La
semana contuvo un hecho realmente importante que, en medio de la vorágine, pasó
bastante desapercibido:
La
divulgación, por parte de la Secretaría de Derechos Humanos, de una estadística
confeccionada durante la "gestión" de Cristina Elizabet Fernández,
que estableció en 6348 el número de
desaparecidos entre 1976 y 1983. Cuando se conoció el dato, Estela de
Carloto bramó de indignación:
"En
vez de investigar cuántos son, lo importante es encontrarlos"
Raro,
porque
no explicó cómo buscar a los demás si ni siquiera sabe quiénes serían.
La
relevancia del número es enorme, toda vez que termina en forma definitiva con
el invento de los "30.000", que tuvo dos fines concretos:
La
instalación del concepto de genocidio para construir la venganza y, sobre todo,
habilitar la recolección de fondos internacionales, organizada por los mismos
terroristas para financiar campañas y lujos.
Hasta
ahora, no bastaba para desmentirlo ni siquiera la imposibilidad de completar
los nombres en todas esas chapitas que Kirchner colocara en el Parque de la
Memoria pese a que, para intentarlo, se incluyeron a los muertos desde 1955, a
quienes cayeron al intentar asaltar instalaciones militares, a quienes se
suicidaron ingiriendo cianuro y a los guerrilleros asesinados por sus propias
organizaciones.
Es
que, si se deja de hablar de genocidio -y la verdadera cifra revelada obliga a
ello- se cae la teórica
imprescriptibilidad en todos los amañados procesos que permitieron que, aún
hoy, cuando ya ha pasado un año del desalojo del kirchnerismo del poder, casi dos mil ancianos continúen presos,
privados de todos los derechos de los que gozamos, por imperio de la
Constitución, el resto de los argentinos:
Irretroactividad
de la ley penal, principio de inocencia, legalidad del proceso, jueces
naturales, límite máximo de la prisión preventiva, 2x1 y prisión domiciliaria a
los mayores de 70 años.
Y
todo eso mientras los corruptos de toda laya se ríen a carcajadas, se pasean en
libertad y exhiben impúdicamente sus mal habidas fortunas.
El
otro episodio fue la exacerbada polémica desatada por las declaraciones de
Miguel Pichetto en favor de una política inmigratoria racional.
El
Senador fue imprudente, pero no por el contenido de sus dichos -con los cuales,
adelanto, coincido- sino por haberlo hecho en un programa periodístico porque
los tiempos de aire son limitados y no permiten dar acabada razón de los
mismos.
Esa
imposibilidad de explicarse habilitó a que un sinnúmero de imbéciles y
malintencionados se rasgaran rápidamente las vestiduras y lo acusaran de xenófobo
y racista, pese a lo justificado de sus afirmaciones.
La
Argentina es el único país que conozco que carece de política inmigratoria, a
punto tal que no exige nada a quienes arriban a su territorio:
Carencia
de antecedentes penales, demostración de la capacidad de sustentarse o de
vinculaciones que la reemplacen, o aptitudes laborales.
Además,
al poco tiempo obtienen documentos nacionales de identidad.
No
funcionan así países como Bolivia, Venezuela, Cuba, China, Rusia, Irán, etc.,
cualquiera sea la orientación, o la falta de ella, del régimen que los
gobierna.
Nuestra
nación se formó con los inmensas oleadas inmigratorias de fines del siglo XIX y
la primera mitad del XX, provenientes de tantas latitudes diferentes que, al
fusionarse, nos dieron estas características tan originales de nuestra
sociedad.
Y
debemos continuar con esta tradición, recogida por el preámbulo de la
Constitución, de brazos abiertos.
Pero recordemos
que en él se habla de los hombres de "buena voluntad" que quieran
habitar nuestro suelo.
Ese
requisito es esencial y, en esa categoría, obviamente, no entran los
delincuentes, los narcotraficantes, los terroristas ni, en general, aquéllos
que no están dispuestos a trabajar y, sobre todo, a adaptarse e integrarse a la
comunidad.
Como
muestra de cuanto digo, basta recordar que los extranjeros representan el 20%
de nuestra población carcelaria.
Pero,
pese a que aún aparecemos como un foco de atracción para muchos
latinoamericanos, debemos reconocer que, más allá de la potencial riqueza de
nuestros recursos naturales, somos un país pobre…
Tanto
que nada menos que un tercio de nosotros vive por debajo de la línea que
permite hacerlo con dignidad, carece de agua corriente, de cloacas, de gas y
electricidad, de educación y de establecimientos sanitarios aptos, cuando no
está directamente desnutrido.
Entonces,
y como la caridad empieza por casa, debemos destinar, prioritariamente,
nuestros esfuerzos en materia presupuestaria a la atención de las necesidades
de nuestros ciudadanos, sin por ello dejar de brindar ayuda humanitaria a
extranjeros que lo necesiten.
Resulta
de todo punto de vista ilegítimo que quienes aquí residen -y pagan sus tributos
al fisco, que sostiene el sistema público de salud- deban esperar, a veces por
meses, para recibir atención en los hospitales, mientras los turnos son ocupados por "turistas" que, en la
práctica, realizan curiosos "tours de salud" para operarse
gratuitamente dentro de nuestras fronteras.
Estamos,
en este momento, soportando una presión impositiva que es record mundial y,
producto de la crisis heredada (e idiotamente no explicada en detalle),
los recursos no alcanzan para tantas necesidades sociales…
Pensemos
entonces, por ejemplo, que todos quienes llegan a un hospital hoy, reciben
gratuitamente hasta las prótesis, sin pedirles absolutamente nada.
Entonces,
¿por qué ser tan generosos con
habitantes de otros países que no asumen su responsabilidad frente a ellos,
pero les cobran sus propias gabelas?
Para
solucionar este intríngulis y, a la vez, compartir el esfuerzo, nuestra
Cancillería debería firmar acuerdos recíprocos con todas las naciones de la
región, para que cada una, mediante el depósito previo de las sumas necesarias,
se hiciera cargo del costo de los tratamientos y prácticas quirúrgicas de sus
ciudadanos, cuando éstos fueran atendidos en otro país.
Y
lo mismo debería aplicarse a la educación superior, aquí también colapsada...
Bs.As.,
12 Nov 16
Enrique
Guillermo Avogadro
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