Dámaso
Uriburu Montes
Con
gran sorpresa veo que en los últimos días el nivel de chabacanería para
expresarse ha crecido a niveles preocupantes. Inadmisibles.
Tanto
como la mentira de algunos opinólogos que inundan las redes sociales con sus
mensajes entre mesiánicos y apocalípticos.
Esto muestra el
nivel de exacerbación que existe en nuestra sociedad.
Porque
presiones y problemas tenemos todos.
Pero
eso no nos habilita a expresarnos sin respeto a quienes me van a leer.
Y
mucho menos mintiendo, tomando al eventual lector destinatario del mensaje como
una persona ignorante, que cualquier dato le viene bien.
Decimos
defender la libertad, la democracia, la pluralidad.
Sin
embargo olvidamos todo eso en un santiamén.
¿Libertad?
Son
muchos los que quieren que pensemos como ellos y no quieren que pensemos como
sencilla y humanamente lo hacemos.
O
sea nada de libertad, sino todo se reduce a una imposición.
¿Democracia?
También
hay muchos que proponen que salgamos con
las armas a luchar contra lo que no les gusta.
¿Saben
de qué están hablando?
¿Tienen
noción de las consecuencias de una reacción así?.
¿Se
percatan que precisamente eso es lo que quieren los que piensan distinto, para
poder justificar las armas que ellos también poseen?.
En
esto hay una regla muy simple:
En
la guerra contra el caníbal, uno no se puede comer al enemigo.
Y,
¿pluralidad?.
¿Cuál
pluralidad?
La pluralidad es
el resultado de la convivencia en sociedades que existe respeto mutuo.
Donde
pese a las diferencias internas, se tienden puentes de consenso mutuo, que al establecerlos,
precisamente poco a poco van permitiendo que esas diferencias desaparezcan.
No
creo que uno deba convertirse ni en Shakespeare, ni en Cervantes, ni en
Voltaire.
Ni
tampoco ser un poeta de la talla de Lugones.
Pero
sí tenemos el deber de expresarnos con educación, y obviamente con la verdad.
Ni
tampoco hace falta tener estudios de alto grado.
Yo
conozco personas de origen muy humilde, que escucharlos es un gran placer,
porque se expresan con palabras simples, pero dicen grandes verdades.
Y
también conozco los que usan un floreo innecesario, solo para ocultar su falta
de fundamento en lo que dicen.
Una
vez viajé a Chile, a pocos meses de haber sido derrocado Allende.
Me
llevaron a visitar una mina de cobre (donde bajé a galerías que estaban a 100
metros de profundidad, pudiendo conversar con los mineros que allí se ganaban
la vida.
Todos
muy educados y amables.
Al
salir, me invitaron a un almuerzo en las oficinas de la dirección, al cual
concurrieron todos los gerentes y algunos profesionales de la mina.
De
ese evento, dos cosas me llamaron la atención:
1)
La buena: Nunca en mi vida pude volver a comer unos locos apanados tan ricos
como los que comí ese día en “La Africana” (así se llamaba la mina de cobre).
2)
La mala: La forma inadecuada y grosera con que se expresaban los comensales
presentes.
Quizás
por eso, mi anfitrión, el muy querido y recordado César Sepúlveda Latapiat (a
la sazón presidente del directorio) me sopló al oído:
“Vea
don Dámaso, esa forma incorrecta de expresarse es una de las peores herencias
que nos ha dejado el socialismo de Allende”.
¿Queremos
cambiar?.
Empecemos
por ser nosotros mismos cada día mejores personas.
El
cambio no viene de afuera hacia adentro, sino al revés.
El
cambio que viene de afuera hacia adentro, es
pura imposición.
O
sea, falta de libertad.
¿Queremos
democracia y pluralidad?
Aceptemos
las leyes que rigen la República, y abramos el entendimiento (y el corazón)
para poder lograr consensos mínimos.
Que
así se construyen los cimientos de los grandes consensos.
No
es difícil y tenemos todo para lograrlo.
¡¡¡Solo
falta poner manos a la obra !!!.
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