Fuente:
El Manifiesto.com
El
Congreso, con el voto unánime de las izquierdas y los separatistas, más la
adhesión bobalicona de los pijos de Ciudadanos, aparte del remoloneo cobardía
del PP, ha decidido hacer legalizar la profanación de tumbas.
Sertorio
No
es bueno desenterrar cadáveres; las antiguas culturas trataban siempre de fijar
a los ancestros en el más allá, de impedir que retornaran desde el Hades a
nuestro mundo, en el que podrían causar terribles trastornos como vampiros,
aparecidos o demonios.
Violar
las tumbas siempre ocasiona una maldición, es un tabú que sólo los muy
imprudentes, sacrílegos o bobos cometen.
En
fin, que el dejar que los muertos entierren a los muertos del Evangelio no se
decía por decir ni eran vanos lugares comunes los versos de Antígona.
El
Congreso, con el voto unánime de las izquierdas y los separatistas, más la
adhesión bobalicona de los pijos de Ciudadanos, aparte del remoloneo cobardía
del PP, ha decidido hacer de Howard Carter y legalizar la profanación de
tumbas.
El
gran Tutankamón del Valle de los Reyes ibérico, el Ramsés de Cuelga muros, va a
ser desalojado de su Abú Simbel para ser deportado a El Ferrol o al museo de
Cera, cualquiera sabe.
Si
de Podemos o sus adláteres socialistas se tratase, me imagino que preferirían
colgar sus mondongos resecos de una gasolinera.
Así,
ochenta años después del Día de la Victoria, la milicia nada zarrapastrosa, que
no hizo más que correr delante de los nacionales en tres implacables años de
derrotas, cree revertir el ridículo del Alcázar,
el
fiasco de Oviedo, la bajada de pantalones de Santoña,
la
vergüenza de la entrada triunfal de los nacionales en Barcelona,
la
bufonada estalinista del maquis y demás amargos reveses que el Innombrable les
infligió sin tregua, con la vara inflexible del severo paterfamilias que
castiga al siervo inepto.
Estos
aquelarres necrófilos son los que despiertan los arquetipos, no saben bien
nuestros aprendices de brujo la potencia que se convoca con semejantes alardes
de vindicta póstuma:
¿Resucitará
el Caudillo de entre los muertos?
¿Volverán
banderas victoriosas?
¿Resonará
en el hipogeo de Cuelga muros el Hemos pasado?
Todo
puede ocurrir en el mundo de la parapsicología, de los fenómenos para
anormales y de la constante ouija que
practican los escarba cunetas de la Memoria Histórica .
Ganar las
guerras en diferido es menos vistoso que vencer en el campo de batalla.
No
es lo mismo subirse a una escalera oxidada y quitar las placas del Instituto de
la Vivienda que entrar en el Madrid rojo marcando el paso y con banderas
flameantes.
Ni
queda igual de bien liberar el Alcázar después de tres gloriosos meses de
resistencia que derribar el humilde monolito de los Alféreces Provisionales a
mano airada y chapucera.
Porque
toda la rencorosa iconoclastia de la Memoria Histórica tiene un aire de
venganza de cornudo, de furor de impotente, de acto fallido, de vudú del
esclavo contra el amo, de envidia del feo frente al guapo, del tonto frente al
listo, de ira de Calibán frente a Próspero.
No
hay mejor ejemplo de esto que el más reciente:
Con
una hombría digna de su causa, los demócratas del Congreso alancean al moro
muerto tras cuatro décadas de prudente espera.
Los
símbolos importan.
Mover
la huesa del Caudillo es una primera estación.
Luego
será cambiar la bandera y el himno, que para eso son los del 18 de julio.
Más
tarde, acabar con ese residuo del Innombrable que es Felipe VI, ahijado de
Franco, porque, sin duda, algo de la baraka de su padrino se le habrá pegado
por magia simpática o por imposición de manos.
Evidentemente,
nosotros no moveremos un dedo por el último Borbón, favor con favor se paga.
Entonces
tendremos la III República, que será una mala imitación de la II, sólo que esta
vez serán los curas
los
que quemen sus iglesias por eso del aggiornamento, y vendrá un nuevo Alzamiento Nacional porque
esta rehala de perro flautas siempre vuelve a su propio vómito y harán
inevitable el Ragnarökk:
Una
nueva carga de los nacionales con música de la Walkirias y una nueva espanta de
la chusma frente populista.
La magia negra
tiene la propiedad de volverse siempre contra los que la practican.
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