La
justicia tiene un valor superior, está primero que la paz.
Opinión:
Los
argentinos tuvimos una guerra.
Desgraciada
y sucia, sí, pero fue una guerra.
Hay quienes
dicen que no.
Que
eso arguyen los partidarios de la represión.
Pero al comienzo
fueron los subversivos los que hablaron de guerra, lo que servía
de justificación a sus violencias.
Porque
estábamos en guerra y ocupaban un territorio - las laderas del Aconquija -, solicitaron a las Naciones Unidos que se
los considerara potencia beligerante.
Y
a esa guerra, por errores en la conducción política y económica, falta de
objetivos - ya que el único enarbolado era la vuelta a la democracia -, derrota
militar en las Malvinas, corrupción infiltrada en las fuerzas armadas y algunos
otros más, la ganó la subversión.
Nos
guste o no, quedaron triunfantes.
Ocuparon
cargos en la conducción del Estado, algunas madres de sus muertos hicieron alardes de sus heroicos
comportamientos, descalificaron mediante
una prensa adicta a todos los que se les opusieron, a sus abogados se los ha
elegido Ministros y hasta presidente.
Y los represores -como suele
ocurrir con los bandos derrotados- han
desaparecido, se han diluido, se han borrado ante el cambio de frente de
sus enemigos, que hasta han hecho suya la política de Martínez de Hoz.
Podría
pensarse que venciendo los subversivos hubieran implantado el comunismo más
absoluto, como se vislumbraba en la década del setenta.
Pero
han cambiado los tiempos:
Ya
ni en Rusia gobierna el comunismo, desplazado por la aplastante fuerza del
capital, y los que quedan en Cuba y en la China parecen domesticados,
reprimidos, morigerados.
Los
extremistas muertos no lo hubieran aceptado, pero los vivos se
encolumnaron tras el Fondo Monetario.
Hubo una guerra
y los subversivos triunfaron.
Pueden
juzgar a los vencidos e imponerles penas.
Pueden
ejercer el violento derecho que da la fuerza.
Está
en sus manos.
Muchas guerras
han terminado matando como a criminales a los jefes vencidos.
Pero,
por la dignidad de la Nación, por decoro, correspondería que a la revancha se
la ejerza con un mínimo de circunspección. Pero
quienes han tenido que enfrentar
una guerra y ante el que muchas
rodillas se hincaron condescendientes; que
en su momento recibieron el aplauso y
acatamiento de toda una clase dirigente, se lo trate ahora como a un
malhechor común, equiparado en su vulgar delito a pandillas de mafiosos, resulta
un insulto a la nación que en su momento le rindió respetuoso homenaje y que
hasta le agradeció el haberla sacado de la descomposición del peronismo
isabelino.
La nación corrió
el peligro de ser tomados por grupos armados capaces de organizarse y emprender
acciones conjuntas de profundo alcance.
A
esta organización no la demostraron en los secuestros que les aportaban gruesas
sumas con las que con holgura cubrían sus cuantiosos gastos, pues las técnicas
empleadas eran comunes a las de las bandas simplemente delictivas.
Demostraron su
capacidad militar en los asaltos a los diversos cuarteles y, sobre todo, en su
ocupación de las serranías tucumanas.
La
subversión empleo distintas tácticas.
La
más generalizada es la gramsciana, basada en copamiento de las conciencias
mediante el adecuado empleo de técnicas aportada por la psicología freudiana.
Otra
era la lucha urbana, para la que se necesita el apoyo de fuertes sindicatos
adoctrinados.
Y
otra la guerrilla rural, con la que Fidel Castro obtuvo el triunfo en Cuba y
con la que Ernesto Guevara fracasó en Bolivia a pesar de su dedicación, tal vez
coraje y experiencia.
Pero
la guerrilla rural, la subversión halló un magnifico escenario en los cerros
tucumanos.
Sin duda durante
el gobierno de Isabelita Martínez la subversión se fortificó.
La
Iglesia en su momento ha condenado el Irenismo. "Irene" en griego
significa paz.
Por
lo que se llama Irenismo al movimiento que aspira a la paz a todo trance.
La
paz es buena, sí, pero la paz que surge de la justicia.
La paz que
imponen los dominadores al margen de lo justo, es sólo un camino para
usufructuar su poder.
La
justicia tiene un valor superior, está primero que la paz.
Nuestro
“Señor” empleó la violencia contra los mercaderes que hacían del templo un
mercado.
Con
eso nos enseñó que la violencia, bien aplicada, es buena…
Hasta puede ser
santa.
¿En
qué circunstancias se justifica?
¡Ah!,
eso precisa de un prudente criterio, como los de San Martín y de Belgrano.
Sabemos
también del mal que causó el terrorismo
y el proceso que asoló al país, y
debemos adherirnos al dolor sufrido por sus víctimas.
Pero
siempre debemos que tener presente las
verdades de nuestros próceres.
Decía
Sarmiento y debemos recordarlos “desgraciados los pueblos a los que se les
agote ese instinto por mantener la salud colectiva. Los ciudadanos de tales
pueblos serán tratados como presidiarios.”
No
debemos bajar los brazos en este empeño que, para todo hombre, debe ser
primordial que las personas y especialmente nuestros héroes y quienes lucharon
por nuestra patria en una guerra declarada sean juzgados conforme las reglas de
la sana crítica, del debido procedimiento, en tiempo cierto y con argumentos
legales.
El
tan mentado Principio de inocencia. (In Dubio Pro Reo) de Jerarquía
constitucional.
Son
las pruebas no los jueces los que condenan.
Muchos
todavía están enceguecidos por el odio y la venganza que debe acabar.
Sabemos que una
justicia lenta no es justicia.
(1) El doctor Jorge B. Lobo Aragón es abogado penalista.
Es especialista en Derecho Penal.
Finalmente, un escritor de fina pluma que aborda temas de leyes, actualidad nacional o -con su prosa poética- cuentos de fantasía épica y relatos novelados de historia universal.
El doctor Aragón conoce el ‘juego’ de las leyes desde adentro y desde afuera.
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