Opinión
La
política lamentablemente cada vez más se reduce - salvo algunas excepciones -,
a pequeños tejemanejes y artimañas, ignorando su importancia en el destino de
todos.
En el lenguaje común, actualmente, no es una palabra unívoca.
No tiene un solo significado.
Se
la entiende muchas veces de distintas formas.
Es
como la palabra “negocio” que se comprende de manera muy distinta según sea la
operación de que se trate.
Sin
pretensiones de agotar la lista de las distintas clases de “política”, que se ha practicado de manera sistemática y
simultánea durante mucho tiempo en
nuestro país, se la considerado casi sistemáticamente de distintas
maneras:
El arte de lo posible;
Profesión
lucrativa o práctica de engañar y saber mentir con habilidad.
A esa relación
entre el ingenio del estafador y la estupidez del estafado, se le ha llamado muchas veces “política”.
También se ha
dicho que la Política es el arte de
ganar elecciones por cualquier medio fraudulento, sin que los defraudados se
den cuenta.
Muchas
veces frente a “iluminados” – consultores de imágenes o asesores políticos -,
la sociedad es presa fácil de estos
titiriteros o saltimbanquis y se
abandona casi a ciegas a las habilidades
de estos nuevos árlateles, equilibristas que solamente saben dividen y
extravían.
Una
vez convertida en juguete de las pasiones o los intereses de sus agitadores
la comunidad no sabe ya asentarse
firmemente sobre la roca.
Ante esta
realidad, sería insensato que el cristiano rece todos los días al Padre que
está en los cielos, lo celebre y le rinda homenaje de adoración, y luego se
degrade para dejarse llevar por la corriente del libertinaje y del vale
todo.
Hemos caído en
la aberración de confundir la sabiduría práctica, que es la política, con
una habilidad intrigante de una
aberración satánica a la que llaman populismo.
Ante este manipuleo incesante la nueva sociedad
adopta criterios permisivos, rechaza la censura, favorece el hedonismo,
abandona los altos ideales como programas de vida, se ríe de la pureza, se
farsa de lo sublime, desconfía de los heroísmos, desecha los esfuerzos, se
inclina hacia el jolgorio, elige lo fácil.
Se
toma esas posturas porque se nos da la gana, porque estamos en nuestro derecho
de hacerlo, porque cada cual tiene su criterio para elegir el camino hacia su
felicidad…
Pero
no debe resultar sorprendente que en la medida en que la humanidad desprecie
las virtudes, proliferen de igual modo los vicios, los delitos y los crímenes.
Nada es causal.
En
otros tiempos después de sus victorias en Tucumán y Salta el gobierno
-entusiasta y optimista por el triunfo-
se decide un justo premio de 40.000 pesos para el general Belgrano.
Belgrano los
dona para crear cuatro escuelas.
Él
no quiere, como creen algunos, que con esa plata se construyan edificios, sino
que prolijamente establece que con los intereses normales de la suma -500 pesos
anuales para cada escuela- se pague al maestro y se atiendan los demás gastos
de funcionamiento. Una actitud parecida tuvo San Martín.
A
un mes de Chacabuco, y después de haber entrado triunfal en Santiago, debió
volver a Buenos Aires.
Y
el 17 de marzo de 1817, en momentos en que para montar metía el pie en el
estribo, recibe la nota de O'Higgins avisándole que el cabildo le ha otorgado
10.000 pesos, como premio y para gastos de viaje.
San
Martín en vez de recibirlos le contesta que lo hace depositario a él;
dispondrá
qué hacer cuando tenga tiempo; ahora está de viaje.
Y
desde Mendoza manda una carta muy explicativa de lo que ha emocionado a su
sensible corazón el gesto generoso y sincero de los cabildantes santiaguinos.
Y
con la delicadeza correspondiente - para no ofender con su rechazo a esa
honorable y benemérita corporación - , pide que el dinero se destine a un
establecimiento que haga honor al reino, la creación de una biblioteca nacional
que perpetuará para siempre la memoria de esas autoridades municipales.
San
Martín se niega a recibir ese premio del mismo modo que rechaza un sueldo del
gobierno chileno, porque ya está pagado por la Argentina y él tiene necesidades
ínfimas, como que con sobriedad monacal se instala a vivir en el palacio
episcopal junto con O'Brien, Álvarez Condarco, Tomás Guido y el padre Juan
Antonio Bauzá.
Pero
además tiene un especial interés en las bibliotecas, porque dice que "la
ilustración y el fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas
de la abundancia y hace felices a los pueblos”.
Son
muchos los que piensan como San Martín.
En
momentos de desconcierto como los que vivimos es fundamental desarrollar la
cultura;
la
economía ya se desarrollará después, como subproducto que surge naturalmente
entre gente que sabe pensar.
Se
debe planear las formas más eficaces de difundir la cultura aprovechando las
técnicas modernas al alcance de los que se dedican a la educación, a la
difusión del conocimiento y el pulido de los sentidos y los gustos.
En tiempos de
San Martín y de Belgrano la llave eran las letras, que aún
seguirían sirviendo si la sociedad no desdeñara la lectura.
Recordemos
siempre a Sarmiento: “desgraciados los pueblos a los
que se les agote ese instinto por mantener la salud colectiva. Los ciudadanos
de tales pueblos serán tratados como presidiarios.”
Dr. Jorge B.
Lobo Aragón
No hay comentarios:
Publicar un comentario