Antoine de
Saint-Exupéry, autor del famosísimo “El Principito” y gran aviador que se
alistó en la marina francesa durante la Segunda Guerra Mundial, en un período
particular de su vida, escribió esta bella oración al Señor para pedirle un
regalo raramente invocado:
Aquel de la sencillez y de la
fidelidad tranquila y serena en las pequeñas decisiones de cada día.
No pido
milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria.
Enséñame el
arte de los pequeños pasos.
Hazme hábil
y creativo para notar a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano,
los conocimientos y experiencias que me atañen personalmente.
Ayúdame a
distribuir correctamente mí tiempo:
Dame la capacidad de distinguir lo esencial
de lo secundario.
Te pido
fuerza, auto-control y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y
organizar sabiamente el curso del día.
Ayúdame a
hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es
la más importante.
Guárdame de la ingenua creencia de
que en la vida todo debe salir bien.
Otórgame la
lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son
oportunidades en la vida para crecer y madurar.
Envíame en
el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor.
Haz de mí un
ser humano que se sienta unido a los que sufren.
Permíteme
entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras.
No me des lo que yo
pido, sino lo que necesito.
En tus manos
me entrego.
¡Enséñame el arte de
los pequeños pasos!
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