Alberto Benegas Lynch (H)
Alfredo Orgaz renunció como miembro de la Corte Suprema de
Justicia argentina alegando “cansancio
moral”, en 1960, por
discrepancias con propuestas para modificar el sistema judicial propiciado por
el Ejecutivo de entonces.
Salvando las distancias y las circunstancias, a veces
irrumpe aquí y allá ese cansancio por parte de quienes baten el parche en
diversos ámbitos académicos y periodísticos sobre la necesidad de respetar las
bases de una sociedad abierta.
Cansa el tener que repetir la importancia de considerar
valores y principios inherentes a un sistema republicano.
Cansa la actitud de aplaudidores que una vez que se
derrumban sus falsas expectativas, miran para otro lado con cara de “yo
no fui” para en la próxima ronda volver a repetir la misma farsa.
De vez en cuando me encuentro entre los que perciben ciertos
rasgos de aquel cansancio aunque es indispensable recomponerse y redoblar
esfuerzos en la esperanza de contar con nuevos signos de recuperación en todos
los frentes.
Bajo ningún concepto pueden abandonarse alumnos, colegas y
nuevas generaciones que se incorporan a instituciones que hacen de apoyo
logístico al efecto de lograr los antedichos objetivos a través de escritos,
conferencias y seminarios de gran provecho.
De todos modos
recapitulo lo que ilustro con algunos de los últimos cimbronazos en nuestro
país que producen desgastes de cierta envergadura.
Los voy a mencionar en sentido inverso en el tiempo, desde
el episodio actual hasta el primero, desde lo más cercano y en regresión hacia
lo más alejado.
Me limito a siete casos más cercanos en la larga historia de
frustraciones argentinas sobre los que no puedo extenderme en una nota
periodística por razones de espacio pero que sirven para ilustrar los motivos
del cansancio de marras puesto que todos implicaron desgastes enormes en
reiteradas discusiones.
En primer lugar, el gobierno actual en el que, para
variar, irrumpen los antes
mencionados aplaudidores que están
comprometiendo el futuro.
El eje central de los que nos viene ocurriendo en las
pasadas siete décadas consiste en un creciente y persistente gasto público
hasta llegar a niveles astronómicos de lo cual deriva una presión impositiva
inaguantable, un creciente endeudamiento estatal y un déficit fiscal de
dimensiones colosales a lo cual se agrega un sistema previsional quebrado que
se asemeja al esquema Ponzi que curiosamente se han extendido a los llamados
“piqueteros”, subsidios en todas direcciones y un acercamiento a estructuras
sindicales basadas en legislaciones perversas, a pesar de lo cual se avizoran
nuevos juegos políticos con bandos en pugna.
Los problemas
derivados del tamaño del aparato estatal no solo no se han corregido en la
actualidad sino que han empeorado en varios guarismos.
Como he escrito antes, las buenas intenciones y la decencia
no son suficientes para una gestión adecuada.
No se trata de hacer más eficiente el gasto, puesto que si
algo es inconveniente si se lo hace eficiente es peor.
Tampoco se trata de
recortar gastos ya que, igual que con la jardinería, la poda hace que se crezca
con más fuerza, se trata de eliminar funciones que se dan de bruces con el
republicanismo.
Lo mismo va para la pretensión de que crezca la economía
para disimular la ratio respectiva con el producto, sino, como decimos, dejar
sin efecto facultades que se han arrogado los gobiernos pero que son privativas
de la gente.
También debe recordarse que el significado de operar en la
Justicia tal como lo denunció una miembro de la coalición gobernante desde el
Congreso y, antes que eso, el ejecutivo pretendió designar a dos miembros de la
Corte Suprema por decreto, lo cual no
ayuda al efecto de contar con la debida transparencia que es uno de los
requisitos del sistema republicano.
Como se ha dicho, el
actual gobierno depende de los movimientos de la ex presidente ya que la población en gran medida
ha quedado escarmentada de su administración y apoya cualquier cosa con tal de
no retornar a esa pesadilla.
Pero una vez aplacada esa amenaza sea por derrotas
electorales o por cuestiones judiciales (o
por ambos factores), el escudo desaparece con lo que surgirá en un primer
plano cada decisión que será escrutada de una manera distinta de la realizada
que hasta el presente.
Y si no se avanza en los puntos antes señalados, se repetirá
la frustración del pasado.
La crítica
constructiva ayuda a enderezar las cosas en la buena dirección.
Todavía estamos muy a tiempo para tomar el toro por las
astas.
No he tenido que discutir permanentemente durante el período
kirchnerista debido a que sus políticas han sido tan extremadamente suicidas
para una sociedad libre y, por tanto, indefendibles desde cualquier ángulo
sensato.
Por su parte la Alianza fue tan fugaz que no hubo tiempo de
mucha confrontación.
En segundo término, el Papa argentino simpatizante de la
guardia de hierro peronista que sostiene que “el mercado mata”, que “el dinero
es el estiércol del diablo” al tiempo que propicia “la redistribución de
ingresos” y una mayor intervención estatal sin percatarse de los daños del
estatismo que invade por doquier debido a que la asignación coactiva de los
siempre escasos recursos conduce indefectiblemente a la contracción de salarios
e ingresos en términos reales como consecuencia de reducir las tasas de
capitalización y, por ende a la pobreza que, dicho sea de paso por momentos la
alaba y por momentos la condena, confundiendo
la pobreza material con la evangélica del espíritu.
El Papa Francisco acepta las posturas de uno de sus mentores
Monseñor Enrique Angeleli quien celebraba misa bajo las insignias de los
terroristas Montoneros y es un admirador de sacerdotes tercermundistas como
Carlos Mugica y tantos otros.
De a ratos no parece
que tenga presente los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos.
Descontamos que está imbuido de las mejores intenciones pero
resultan irrelevantes a los efectos de los resultados de las recetas que
proclama.
En tercer lugar el menemanto con su colosal corrupción, el
sideral aumento en el gasto público y el endeudamiento estatal junto a una
desfachatada justicia adicta.
En cuarto lugar el alfonsimismo que si bien contribuyó a
reparar los procedimientos aberrantes de los militares en su guerra contra los
terroristas y su condena también a estos últimos, finalmente engrosó el
Leviatán y terminó entregando el poder anticipadamente debido a una
hiperinflación galopante.
Quinto, la demencia indescriptible de la invasión a las
Malvinas por parte de la gestión militar
de entonces que fue ruinosa también en esta materia.
“El que no salta es un inglés” fue el alarido del momento
aunque hoy parece que nadie estuvo en aquella multitudinaria Plaza de Mayo en
apoyo a la locura de marras.
Sexto, el referido gobierno militar autodenominado Proceso
de Reorganización Nacional cuya característica medular fue el antedicho método
a todas luces inaceptable para combatir la guerrilla y, en otro plano, también
el aumento exponencial del gasto, la deuda, el déficit gubernamentales y la
manipulación cambiaria.
Siempre en regresión,
el séptimo y último motivo para el cansancio moral se refiere a la cantinela
del “tercer Perón” como si ese sujeto hubiera modificado su tradición autoritaria.
Dado el peso que aún mantiene el peronismo en el escenario
argentino, es menester dedicarle más especio antes de finalizar este racconto.
Echó a los Montoneros de la plaza cuando se percató que
querían copar su espacio de poder pero no porque hubiera modificado su larga
trayectoria en la defensa y promoción de grupos terroristas, secuestros,
atentados y matanzas, alentando y premiando a los asesinos como el caso del
general Aramburu.
Esta postura se revela también en la carta de Perón a Mao
Tse Tung donde expresa su admiración por
ese tirano (misiva publicada por Claudia Peiró en Infobae, julio 8, 2017). En
una columna reciente (“El caso del peronismo”) me detuve en otros aspectos de
Perón, especialmente la demolición en el nivel de vida y su terrorífica
correspondencia con su lugarteniente John William Cooke donde el primero invita
a tomar cuarteles y matar a los superiores, asesinar a los dueños de estancias
para que queden en manos de los asesinos, sus frases sobre que “al enemigo, ni
justicia”, colgar a los opositores, que hubiera sido el primer Fidel Castro si
la Unión Soviética lo hubiera ayudado, y sobre todo resalté en esa columna los
engaños y trapisondas en la llamada cuestión social, el unicato fascista
sindical y sus ataques a la prensa libre. También puntualicé en esta tercera
irrupción al poder, la corrupción de su ministro de economía José Ber Gelbard
en el contexto de una inflación galopante y la vuelta al establecimiento de
precios máximos de los primeros gobiernos peronistas donde ni siquiera había
pan blanco debido a la escasez generalizada.
Su estímulo a las bandas criminales de su ministro de
bienestar social, José López Rega, y su ascenso en un día de cabo a comisario
general y su abrazo con el ya por entonces peronizado Ricardo Balbín quien en
su momento lideró la oposición, se ve que sin los necesarios fundamentos en
cuanto al contenido de la política peronista centrando su atención en el
amordazamiento de la prensa, en la persecución policial a opositores, a las
torturas, adhesiones obligatorias al partido gobernante y el escandaloso adoctrinamiento en las
escuelas. Todo eso pasó por alto Balbín con intenciones pacificadoras pero a
esta altura suscribía la patraña del
tratamiento nefasto de la antes referida cuestión social y no previó la
repetición del vandalismo que se avecinaba en la tercera gestión.
Ya hay bastantes obras muy bien documentadas sobre estos
latrocinios como para detallarlos nuevamente. Estos autores que escribieron
sobre los daños causados por Perón son, por ejemplo, respecto a su alarmante
corrupción, Ezequiel Martínez Estrada y Américo Ghioldi, sobre su fascismo,
Joseph Page y Eduardo Augusto García, sobre su apoyo a los nazis, Uki Goñi y
Silvano Santander, sobre su censura a la prensa, Robert Potash y Silvia
Mercado, sobre sus reiteradas mentiras, Juan José Sebreli y Fernando Iglesias,
sobre la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la
Constitución, Juan González Calderón y Nicolás Márquez, sobre su destrucción de
la economía, Carlos García Martínez y Roberto Aizcorbe, sobre sus ataques a
estudiantes, Rómulo Zemborain y Roberto Almaraz, sobre sus órdenes para
torturar y matar, Hugo Gambini y Gerardo Ancarola y sobre su unicato sindical
adicto, Félix Luna y Damonte Taborda.
Es de desear que no se repitan los agotadores debates sobre
lo señalado ya que en definitiva se trata de comprender las ventajas de la
tradición alberdiana y rechazar la idea de que el gobierno puede manejar
prepotentemente vidas y haciendas ajenas.
En otras palabras, para tomar lo dicho en la novela de Ray
Bradbury Farenheit 451 donde los bomberos incendiaban en lugar de apagar
incendios:
Los gobiernos deberían proteger derechos en lugar de atropellarlos…
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