Por
Marco Denevi (1922 – 1998)
Frente
a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica:
Buscará
el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde
distintos flancos, de
razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar
la salida.
La inteligencia
conduce al éxito.
Aquel
mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a
algunas autoridades universitarias, tiene un verbo "stupere", que
significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y en sentido traslaticio,
mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera "Stop"
De
aquí deriva la palabra "estúpido":
Hombre
que permanece entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a
veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy
fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de una jaula.
Hablo siempre de
lo ocurre en la mente.
Las dos únicas
reacciones del estúpido serán la resignación o la violencia:
Dos
falsas salidas, dos fracasos.
Salvo
casos patológicos, todos somos inteligentes frente a un tipo de problemas,
y
estúpidos respecto a otros tipos de problemas.
Pero
nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de nuestra moral.
Hay inteligentes
moralmente canallas, y hay estúpidos moralmente intachables.
Cuánto
deben la inteligencia y la estupidez a los genes, y cuánto a la educación
(digamos la gimnasia), es
un asunto que dejaré de lado para que no me usurpe todo el espacio del que
dispongo.
Pero
no querría pasar por alto un dato:
Sin el auxilio
del intelecto
(esto es la capacidad de análisis crítico del problema),
y
sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por
experiencia propia, o
por revelación ajena, la pura
inteligencia que acumule conocimientos no sabe qué hacer con ellos.
Y
no es raro que un intelectual ducho en el análisis crítico, sea incapaz de
hallar soluciones.
El
desarrollo en un mismo individuo de la inteligencia, del intelecto y de los
conocimientos bien puede llamarse
sabiduría, si no en la aceptación teísta que le dan las escrituras, por lo
menos como tributo humano susceptible de adquisición o pérdida.
Con
alguna frecuencia, la realidad nos pone, de momento, mentalmente
paralíticos. cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa
"estar hechos unos estúpidos".
La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez, que por no ser insalvable, se llama estupefacción.
La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez, que por no ser insalvable, se llama estupefacción.
Situada
a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, está la "viveza",
capaz
de producir acciones en cualquier dirección, excepto hacia la salida del problema.
Este es su
secreto:
La
fórmula intrascendente que le permite ponerse a salvo y resguardo de la
humillación y desprestigio que se sufren en la estupidez.
La viveza, creo
yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin resolverlo.
La
persona dotada de viveza no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo apto
para entenderse con las consecuencias prácticas del problema, pero no con la
sustancia del problema.
En otras palabras, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de los problemas, cómo volverlos beneficiosos para él, o lo peor de todo, cómo desviarlos en perjuicio de un tercero.
En otras palabras, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de los problemas, cómo volverlos beneficiosos para él, o lo peor de todo, cómo desviarlos en perjuicio de un tercero.
La
viveza, entonces, se conecta imprescindible e irrenunciablemente con la
moral.
Sin el concurso
del egoísmo no resulta posible ser vivo, y
para echarle el fardo al prójimo sin que éste se resista, es menester cierto grado de inescrupulosidad, y
hace falta practicar algún género de fraude, siquiera verbal.
Observado
durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido el éxito, de
ser inteligente:
Se
desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias, o mejor aún,
sacándoles provecho.
Pero
el flujo de los efectos del problema es ininterrumpido, por lo que el vivo no
puede entregarse a los ocios y recesos de la inteligencia.
De
ahí que se los puede calificar de "despiertos".
Aparentan
una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales.
El
inteligente, como está armando sus estrategias para resolver el problema,
parece amodorrado y en comparación con el vivo, un tanto estúpido.
Cuanto
más complejo sea el problema, mas exigirá al inteligente, paciencia y esfuerzo,
más
lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico, y al repaso constante de
sus conocimientos.
La viveza no
puede permitirse estas demoras.
Los
efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir, de
modo que el vivo está obligado a la rapidez, y consecuentemente a la
improvisación de sus métodos, generalmente empíricos.
Otra
vez el inteligente en comparación con el vivo parecerá lento y hasta torpe. Si
los efectos del problema por magnitud o complejidad sobrepasan las
posibilidades de ser eludidos por la viveza, el vivo resulta acorralado como un estúpido, y no sucumbiendo a la
resignación o la violencia, no confesará
jamás su fracaso, buscando algún chivo emisario en quien cargar las culpas.
En
todas las sociedades conviven los inteligentes, los vivos y los estúpidos en
proporciones distintas para cada una de ellas.
Para
Borges, entre los italianos y judíos no hubo nunca ningún estúpido.
Exageraba,
a no dudarlo.
Pero
imaginemos ahora un país ficticio donde, por razones genéticas o históricas,
los vivos sean mayoría.
Esbozaré
la novela de lo que en ese país imaginario podría ocurrir.
Puesto que son
mayoría, unos vivos ocuparían el gobierno.
Y otros vivos
los eligen.
Estos
vivos que eligen con el concurso de los estúpidos, incapaces de solucionar los
problemas del país, los
transferirían a los elegidos.
Estos
como vivos que son, se dedicarán a lo suyo, o sea ponerse a salvo de los
efectos de los problemas, sacarles
provecho o desviarlos a otros terceros, así éstos sean vivos, inteligentes o
estúpidos.
Durante
un tiempo, los estúpidos parpadearán de catatonía mental.
Los
inteligentes se sentirán más marginados.
Y los vivos
tratarán de imitar a los gobernantes.
Mientras
tanto los problemas sin resolver se acumulan, se multiplican, se potencian, y
se superponen.
Hasta
que fatalmente llega el día en que los problemas acumulados forman una pared
compacta con un cartel que dice:"¡Stop, no va más!"
Es
aquí donde la sociedad se detiene y paraliza, y los estúpidos, si no se
resignan, se vuelven violentos.
Los
inteligentes toman las valijas y huyen, y los vivos corren de efecto en efecto,
vendando aquí, remendando allá, y emparchando más allá.
Dejan los bofes
en este desesperado trajín por entre el caos sin control.
Y
para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios
internos y externos, y
a un lenguaje esquizofrénico que, disociado con la realidad circundante, seguirá pronunciando aquellos discursos con
los que alguna vez embaucaron a la estupidez. (1)
Estúpidos
de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en ese país ficticio caído
al pie del ominoso “stop”: no habrá para vuestro país otra salvación posible
que no sea:
“¡La
inteligencia al poder!” (2)
Salvo
que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis altamente improbable,
la
novela podría tener un final feliz.
(1) CFK
& Co.
(2) Mauricio Macri - María E.VIDAL – Elisa (Lilita) Carrió
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