"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 24 de marzo de 2018

Es hora de contar la verdad completa


María Zaldívar

Mientras la sociedad se apresta a recordar un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1973, los hechos ocurridos antes y después siguen enfrentándonos.
La guerra librada en el país para contrarrestar el ataque subversivo nunca fue debidamente esclarecida.
Desde el retorno al sistema democrático de gobierno, mucho se ha intentado por echar luz sobre esos años, por buscar justicia y por contar lo sucedido.
Sin embargo, que cuarenta años después el tema nos mantenga divididos indica que la revisión no se hizo del todo bien.

Tras el reciente cambio de gobierno, hubo alguna esperanza en que se caminara hacia una auténtica reconciliación, que no significa entregar banderas, ni siquiera dejar de sufrir.
Pero para seguir adelante es imprescindible asumir nuestra historia completa y es lo que no se hizo durante las últimas décadas.
Cuando las Fuerzas Armadas fueron convocadas por el Gobierno constitucional para “aniquilar el accionar subversivo”, el país estaba sumido en el terror, iniciado por el accionar de grupos armados paramilitares extremadamente violentos, entrenados en Cuba para matar.
El tiempo transcurrido sirve para mirar con perspectiva los acontecimientos.
Hoy se hace evidente que nunca se alcanzó un tratamiento pleno de los hechos.

Los movimientos de derechos humanos, que se multiplicaron en las últimas décadas, se enfocaron en demandas parciales.
Desde entonces, sólo los grupos violentos que se armaron contra el Estado y el orden institucional del país tuvieron voz.
Se escucharon con exclusividad sus reclamos, sus historias y su versión de nuestro pasado reciente.
Sin entrar en la discusión respecto de esos contenidos, la narrativa de los hechos los erigió en víctimas.
Y, casi por defecto, a quienes los reprimieron, en victimarios.

Pero la realidad suele ser más compleja que la explicación binaria que se quiso dar a aquella década trágica.
Nos hemos cansado de escuchar: “justicia lenta no es justicia”.
Pues verdad a medias tampoco es verdad.
Que los terroristas se hayan reivindicado subiéndose al colectivo de las víctimas de la represión es una lectura sesgada y caprichosa de los hechos.

Una de las preocupaciones iniciales del presidente Mauricio Macri fue la de diferenciarse de Fernando de la Rúa, quien pasó a la historia como un hombre débil de carácter.
En el apremio por generar hechos, Macri se equivoca y, a veces, rectifica.
Tras sus primeros meses de gobierno y habiendo aventado aquella sombra al encarar rápidamente varios temas pendientes, corre otro riesgo: parecer improvisado.
Hacer y, luego de las críticas, deshacer, puede interpretarse como el producto de decisiones tomadas sin la suficiente elaboración.
Sus simpatizantes exaltan la virtud de rectificarse…
Sus detractores, la carencia de convicción suficiente para defender sus propuestas.

Mientras sus votantes festejan, aún eufóricos, el alejamiento del kirchnerismo y con él el clima de discordia, las cadenas nacionales y la arenga permanente, algunos observadores empiezan a reclamar la existencia de un plan maestro, una proyección más allá de la coyuntura, un catalizador que oficie de marco a las políticas implementadas.

Sin ello, los indicios en materia de derechos humanos no son auspiciosos.
Más allá de la firmeza y a propósito del mensaje que pretende enviar, no suma que en el tema de derechos humanos el primer mandatario haya sucumbido al lobby de Abuelas de Plaza de Mayo y del presidente de los Estados Unidos, ya que ambos responden a intereses particulares que en nada coinciden con los de la sociedad argentina.
Unas quieren mantener el peso político obtenido en la década anterior;
el otro, construir un líder latinoamericano con epicentro en la temática de los derechos humanos, mientras que todos nosotros necesitamos trabajar sobre esa herida aún abierta.

Los actos previstos por la administración de Mauricio Macri alrededor del 24 de marzo, haciendo lugar a los reclamos de los organismos de derechos humanos para que no se escuche a las víctimas del terrorismo y tomando el año 1976 como fecha de inicio de la tragedia, hacen pensar en que tampoco ha llegado la hora de la verdad completa.

Del kirchnerismo no puede esperarse sino mala fe, pues fue una gestión signada por la mala fe, la trampa y el doble discurso.
Pero en Cambiemos había depositada una expectativa distinta.
No podremos superar nuestras diferencias mientras se siga consumiendo una versión falaz de nuestra historia reciente.

¿Qué tiene de memoria, de verdadero y de justo un acto que invisibiliza a gremialistas, empresarios, militares y civiles que el terrorismo asesinó?
¿Hay muertos de primera y muertos “kelpers”?
A Augusto Timoteo Vandor lo mataron en 1969.
¿Qué les decimos como sociedad a sus familiares y a los de los sindicalistas José Ignacio Rucci (asesinado en 1973) y José Alonso (asesinado en 1970)?
¿A los del empresario italiano Oberdan Sallustro (asesinado en 1972)?
¿A los de los militares Jorge Ibarzábal (secuestrado en enero de 1974 y asesinado diez meses después) y de Argentino del Valle Larrabure (secuestrado en 1974 y asesinado en 1975)?
¿A los del juez Jorge Quiroga (asesinado en 1974) o a los del profesor Carlos Sacheri (asesinado en 1974)?

¿Son menos condenables los asesinatos de Paula Lambruschini, Francisco Soldati y los de miles de víctimas de ese terrorismo que sin piedad sembró de sangre y muerte la historia del siglo XX?

¿Cómo se puede adherir a la mentira de una historia mal contada?
¿Cómo se construye concordia sobre la falsedad?
Un llamado a la unidad a partir de una injusticia está vaciado de contenido; es sólo un eslogan de campaña.
Es puro marketing.

La ausencia de justicia ha sido tal durante estos años que, agotada esa vía, algunos presos se han dirigido directamente al presidente Macri para ponerlo en antecedentes de las irregularidades a las que están sometidos.
Tal es caso de un suboficial principal que en 1973, con 17 años, ingresaba a la Escuela de la Fuerza Aérea, hoy detenido en Mendoza y cuyo proceso engrosa la lista de los que esperan, presos, que alguien resuelva sus situaciones.
La respetuosa carta que Julio Escudero le envió a Mauricio Macri en diciembre pasado es la expresión afónica y desesperada de una situación insostenible para una sociedad que votó un cambio porque parece decidida a abandonar la anarquía y la adolescencia.

Ahora falta que la dirigencia política también se anime.

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