“La absolución del culpable es la condena del
Juez”. Publio Siro
Mucho hemos hablado todos, desde que Mauricio
Macri se perfilara como seguro ganador en el ballotage de 2015, acerca de la
lluvia de inversiones que acompañaría el cambio de rumbo ya que, a partir de su
asunción, nos convertiríamos en un país atractivo y confiable.
Rápidamente, el Gobierno consiguió hacer los
deberes elementales:
Salimos del default, arreglamos la enorme
mayoría de los conflictos judiciales en el exterior, recuperamos la
confiabilidad en las estadísticas oficiales y modificamos el irracional
alineamiento internacional con el arco de naciones que padecían el “socialismo
del siglo XXI”, ya probadamente fracasado y corrupto.
A pesar de todo ello, el diluvio que
esperábamos se transformó en una leve llovizna que no consiguió empapar la
economía nacional, tan necesitada de la fe de empresarios locales y extranjeros
para su evolución positiva, con la consiguiente creación de fuentes de trabajo
genuino y formal.
El blanqueo instrumentado por Cambiemos
consiguió ampliar mucho el universo de quienes pagan sus impuestos, ya que las
tenencias externas comenzaron a tributar, pero no tuvo el mismo éxito en lograr
que los capitales argentinos que miran desde afuera volvieran a la patria.
Inclusive algunos ministros del Gobierno se
han visto obligados a confesar que no los traen de vuelta por falta de
confianza, no en la gestión que comparten, sino
en la Argentina, que lleva décadas extraviada.
Además de atribuirles una falta de “calle”
importante para manejarse con el periodismo, debemos reconocer que, al menos
hasta ahora, no les faltan motivos.
Es cierto que el nada honorable Congreso, transformado en
un aguantadero de delincuentes de distintos pelajes, fue responsable del terrible daño que causó a la
reputación del país cada vez que anuló leyes promulgadas relativamente poco
tiempo antes, que sancionó normas
“interpretativas” para que no todos fuéramos iguales ante la ley penal y
que ésta fuera aplicada con retroactividad, que permitió que se echara a
escobazos y por televisión a los miembros de la Corte Suprema, que cubrió con fueros de impunidad a sus
integrantes reclamados por el Poder Judicial,
que ahora eligió como presidentes de sus
comisiones a los mismos que destruyeron y saquearon cada actividad, que
aplaudió de pie la cesación de pagos internacionales,
que aprobó el memorándum con quienes
cometieron terrorismo en el país, que aprobó privatizaciones y estatizaciones
sucesivas de las mismas empresas, que mantuvo al país en emergencia económica
durante la década en que más ricos hubiéramos debido ser, en fin, en cada
oportunidad en que se transformó en un circo donde los payasos se limitaron a
levantar la mano para dar luz verde a cuanta locura se le ocurrió al
transitorio inquilino de la Casa Rosada.
También es cierto que, cuando ese mismo
Congreso modificó la composición del Consejo de la Magistratura a instancias
del kirchnerismo, abriendo sus puertas al ingreso de la politiquería más infame
–una rectificación en que Cambiemos aún
debe a la sociedad- ese organismo que debiera garantizar la correcta
administración de justicia, vigilando la conducta de los jueces y la evolución
de sus patrimonios, dejó de cumplir ese
rol fundamental para transformarse en protector de los peores magistrados y en
un antro de negociaciones espurias.
Sólo reaccionó cuando la presión de la
ciudadanía y de la prensa le resultó insoportable:
Las renuncias forzadas o las destituciones de
Norberto Oyarbide, Eduardo Freiler, Antonio Solá Torino, Raúl Reynoso y
poquísimos más, se debieron a que se tornaron en demasiado indefendibles, pero la lista tiene aún una enorme cantidad
de jueces prevaricadores, corruptos e impunes.
Pero, sin lugar a dudas, el responsable mayor de nuestra
decadencia es el Poder Judicial,
lamentablemente encarnado de cara a la sociedad en el fuero federal, en
especial el de la Capital, que tiene su base de operaciones en el gigantesco
edificio de Comodoro Py.
Porque hay preguntas que, de tan obvias, se
vuelven retóricas:
¿considera usted que en la Argentina hay
seguridad jurídica?,
¿se sentaría usted a jugar en una mesa
sabiendo que las reglas podrán modificarse para permitir ganar siempre al dueño
de casa?,
¿aceptaría usted disputar un partido donde el
referí, invariablemente, invalidará sus marcaciones y no cobrará las faltas de
su adversario?,
¿debemos aceptar como borregos que nos
juzguen y decidan sobre nuestra libertad, nuestra honra y nuestro patrimonio
personajes tan cuestionados?
Y el Poder que tiene la responsabilidad de
que eso suceda es precisamente el Judicial, que ha hecho todo lo posible para cavar
y enterrarse en una tumba muy profunda y, con él, a la República.
Las instituciones de ésta están corroídas hasta la médula
por la corrupción pero, sobre todo, por la descarada impunidad
que le otorgan –y reciben- los jueces y camaristas federales en lo criminal.
Lo sucedido en Ecuador y en Perú y lo que en este mismo
momento está pasando en Brasil habla a las claras de cuál debe ser el proceder
de la Justicia y cubre de vergüenza a la nuestra.
Las razones sobre las que se apoyan las
erráticas conductas de los magistrados son múltiples y, a veces, coincidentes:
incapacidad para el cargo, afinidad política, rastrera sumisión al poder de
turno, vocación por el lujo y la ostentación, vicios humanos de todo tipo, etc.
Algunos de esos problemones afectan también a
los demás fueros y a las otras jurisdicciones pero, con más de 50 años de
ejercicio profesional, tengo la más absoluta certeza de que la gran mayoría de
los magistrados del país son probos, preparados y justos; y algunos hasta han
sido perseguidos por hacer cumplir la ley a rajatabla contra los deseos del
poder.
Para dejar el extravío y recuperar nuestro
destino, para gritar ¡BASTA! a esa mala Justicia,
para decirle al Poder Judicial que estamos
hartos, que no soportamos más y queremos vivir en una sociedad en la que todos
seamos libres por ser exclusivamente esclavos de la ley e iguales ante ella,
lo invito a que nos acompañe el jueves 12 de
abril, a las 19:00 horas, a Plaza Lavalle, en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, frente al Palacio de Justicia, o en cada ciudad del país, frente a sus
tribunales.
Una vez más, haga un esfuerzo, demórese en
llegar a su casa y acompáñenos.
Hágalo por sus hijos, por sus nietos y por
usted mismo.
Porque sólo de nosotros depende nuestro
futuro, y porque sin Justicia no lo tendremos.
Piense que “con una Justicia seria,
independiente, transparente y rápida, todo será posible…
“Sin ella, nada lo será…”
Bs.As., 7 Abr 18
Enrique Guillermo Avogadro
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