Yo,
Policía en mi hora libre, estaba de compras cuando lo vi suceder.
El
delincuente se aproximó sobre su víctima.
Era
una madre que llevaba a su niño de la mano.
Le
apuntaba con un arma en el rostro, anunció el robo amenazándola.
Al
verlo, mi impulso policial surgió.
Pero
así como surgió se detuvo.
Y
pensé:
"No
tengo apoyo del lugar donde trabajo, no tendré carrera, el Ministerio no me
defenderá, la legislación está siendo adulterada, la sociedad me condena. Mi
familia: ellos me esperan en casa".
La
pobre mujer asustada ni siquiera reaccionó.
El
delincuente (víctima de la sociedad opresora), sin motivos y luego de obtener
lo que quería, dispara su arma.
La
mujer cae al suelo con su rostro envuelto en sangre.
El
niño llora, llora sin saber qué hacer.
En
ese momento, el delincuente no sólo se llevó los valores de la mujer sino que
también destruyó una familia, se llevó sus sueños, sus planes y su vida.
No reaccioné.
Hice
la llamada al 911 y avisé.
Al
fin y al cabo, es ese el procedimiento.
Llegué
a casa y estaban mi esposa y mis hijos.
No
tuve que ver al Ministro expresando que fui irracional al impedir que el
victimario matase a una mujer por un bolso (porque
él es una pobre víctima de la sociedad y tiene derechos y necesidades).
No
leí en las redes sociales el desprecio de la sociedad enceguecida en contra de
la Policía.
No
vi fotos ni vídeos mostrando la agresión policial en contra de una persona que
sólo quería llevarse un bolso.
No
vi las manifestaciones de los organismos de derechos humanos reclamando
justicia e indemnización para la familia del pobre muchacho muerto vilmente a
manos de la Policía poco preparada y que actúa precipitadamente, a la vez que
pide encarcelar al Policía por abuso de poder.
Tampoco
vi la falange de la prensa haciendo sus cadenas de noticias desacreditando la
labor policial.
Mi arma no me
fue retirada y no estuve seis meses sin poder trabajar mientras deciden si voy
a prisión o no.
Sí.
Yo
estuve allí.
Pero
fue como si no hubiese estado.
El
problema será cuando toda la Policía actúe así.
La
inseguridad será mayor aún, el caos
lo gobernará todo.
El
miedo a ir a trabajar, llevar nuestros hijos a la escuela, ir al mercado, nos
acompañará y se sentará a la mesa con nosotros.
Al
fin pareciera ser que estamos buscando vivir en este caos.
Hemos
perdido el norte.
Hemos
transgredido valores y principios.
Llamamos
bueno a lo malo y malo a lo bueno.
No
importa quién lo escriba, importa quién lo lee.
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