Diego
Cabot
LA
NACION
Hacía
calor el 8 de enero pasado en Buenos Aires.
A las 13.38, cuando llegó a mis
manos una caja con los documentos sobre una de las tramas corruptas más
detalladas de las que hasta ahora se tiene conocimiento, la temperatura era
insoportable.
Un
anotador, seis cuadernos espiralados y uno azul de tapa dura, que bien podrían
haber sido de cualquier nostálgico que decidió guardar los apuntes de primaria.
Facturas
de alguna marroquinería de Once en las que probaba la compra de bolsos.
Videos
y unas pocas fotos no muy nítidas.
Poco
más que eso sirvió para exhibir el recorrido de las coimas que partían de las
instrucciones de Néstor Kirchner, continuaban con los recorridos millonarios de
los laderos de Julio De Vido por las empresas contratistas del Estado para
recolectar bolsos llenos de millones de dólares sucios y terminaban en la
Quinta de Olivos,
en
la Jefatura de Gabinete o en el departamento de la familia de los
expresidentes, en Juncal y Uruguay.
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