LA NACION
Cuando
Cristina Kirchner dijo en el Senado que una homérica conspiración internacional
trata de impedir su candidatura presidencial el año que viene, estaba diciendo
algo más.
Anunciaba
que definitivamente será candidata presidencial.
Avanzó
en la monumental teoría conspirativa y se comparó con Lula, que es un candidato
preso en Brasil.
Será
candidata, entonces.
Pero
¿estará presa?
Las
pruebas acumuladas por el juez y los fiscales en la causa caratulada
"Fernández Cristina Elisabet y otros sobre asociación ilícita"
justificarían ya su prisión preventiva, sobre todo porque conserva espacios de
poder como para obstruir la investigación.
La conspiración
contra ella es un recurso trillado de los que no pueden explicar nada.
O
a Cristina le falta conocer muchas más cosas antes de denunciar una
persecución.
Cristina no sabe
todavía, por ejemplo, todo lo que dijo José López, el que fue su todo terreno
secretario de Obras Públicas, quien ya habló hasta cansarse (y cansar)
ante el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio.
Cuando
se conozca la devastadora denuncia que ese hombre fundamental del régimen
kirchnerista hizo ante los magistrados, al Senado no le quedará ningún margen
para negarle el desafuero y mandarla presa.
Pichetto
cuestionó la ausencia de “veedores de la Justicia” en los allanamientos a
Cristina Kirchner
La
investigación judicial estableció que Néstor Kirchner ideó un sistema de
sobornos con todos los negocios del Estado que funcionó desde 2005 hasta su
muerte, en 2010. Él era un hombre meticuloso que sabía el valor del dinero y
que le dedicaba una pasión desenfrenada a conseguirlo y administrarlo.
Cristina
congeló el sistema durante dos años, desde 2010 hasta 2012, pero en este último
año decidió reinstaurarlo usando las anotaciones de su marido en un cuaderno
Arte (no Gloria, como se creía hasta ahora).
No es
contradictorio:
Construir
semejante fortuna en tan poco tiempo no deja de ser un arte.
El
sistema estuvo vigente con Cristina hasta que ella dejó el poder, en diciembre
de 2015.
Aquel
paréntesis de dos años construyó la imagen de una mujer que se había alejado (o
no sabía nada) de los negocios espurios de su marido.
Imagen
que se instaló en la más destacada dirigencia política no kirchnerista.
La
realidad era otra.
Ella
hacía lo mismo que Néstor, pero de
manera más desordenada y con menos conocimientos del mundo de los negocios.
Empresarios
y ex empleados suyos han confesado ante la Justicia que Cristina estaba
permanentemente al tanto de los sobornos que sus funcionarios cobraban.
Los
investigadores judiciales se encontraron con una sorpresa: los porcentajes.
Están
llegando a la conclusión de que los empresarios mintieron cuando hablaron de
coimas del 5 por ciento.
La
Justicia cree que, en el caso del transporte, pagaron un 30 por ciento de sobornos, otro 30 por ciento se
lo quedaron los propios empresarios y mantuvieron el servicio con el 40 por
ciento restante.
Esta es la razón,
por ejemplo, de que todo el servicio de ferrocarril haya sido un desastre
durante el gobierno kirchnerista, no solo el Sarmiento, que terminó con la
tragedia de Once.
Hubo
otros accidentes en otras líneas que, por la hora o el día, no tuvieron la
repercusión ni la cantidad de víctimas del choque de Once.
Un
sagaz funcionario judicial, que nada tiene que ver con esta investigación,
decía el viernes:
"En
todos los países del mundo los arrepentidos dicen la verdad ante la Justicia.
“Este es el
único país donde los arrepentidos mienten".
La
conclusión es grave porque la ley del arrepentido se acaba de estrenar, y no
sería un buen precedente que sirva para prolongar la impunidad.
Aseguran
que Bonadio y los fiscales Stornelli y Rívolo investigarán lo que dijo cada
arrepentido para exponerlo luego ante el tribunal oral que en algún momento
juzgará el caso.
Lo
que ellos digan será fundamental para que el tribunal atenúe o agrave las
condenas.
Un
caso paradigmático del arrepentido a medias es el del financista Ernesto
Clarens, que se presentó por segunda vez ante los magistrados, pero no cambió
su actitud. Retacea información, desliza
nombres de otros culpables, se contradice, cambia las fechas.
Nunca
conformó ni al juez Bonadio ni al fiscal Stornelli.
Su
declaración no fue homologada todavía y difícilmente lo sea si no aporta más
datos.
Uno
de los investigadores le preguntó si había contribuido a fugar los dólares de
Daniel Muñoz, el ex secretario de Néstor
Kirchner, que murió hace dos años.
A Muñoz le
encontraron propiedades por 65 millones de dólares en Miami.
Clarens
contó que una vez Muñoz le preguntó cómo hacer una sociedad offshore para
manejar dinero en el exterior, pero que no avanzó más allá de una pregunta vaga
y nunca volvió sobre el tema.
¿Es
creíble?
Clarens
aseguró que Aldo Ducler era el financista que sacaba dinero de Néstor Kirchner
al exterior.
La estrategia es
perfecta: Ducler y Kirchner están muertos, y los muertos no
hablan ni la ley penal rige para ellos.
Hay
quienes están seguros de que Clarens fue una pieza importante para fugar al
exterior unos 1000 millones de dólares.
Clarens calla y
protege.
Los
investigadores creen que el monto de dinero que circuló entre coimas y
sobreprecios es muy alto, pero que también una parte de esa plata se quedó en
los recovecos entre empresarios, exfuncionarios que se hicieron ricos y los
gastos de la política.
La
Cámpora o Justicia Legítima, por caso, fueron señalados por testigos como
beneficiarios del dinero mal habido.
Ellos
desmienten o culpan a la CIA (Larroque
dixit).
Pero
¿qué otra cosa pueden hacer?
¿Auto
incriminarse, acaso?
Cierta
dispersión del dinero de la corrupción sucedió sobre todo cuando ya la jefa del
sistema era Cristina, menos experta que su marido en el férreo control del
dinero de la corrupción.
Nadie
se explica cómo la familia Kirchner no hizo, con semejante cantidad de dinero,
una empresa de la envergadura de Techint o de Arcor.
"Tenían
los reflejos de los inmigrantes italianos o españoles de los años 20 o 30 del
siglo pasado:
“Efectivo o bienes
inmuebles",
dice uno de los investigadores.
Lázaro
Báez, un testaferro del ex matrimonio presidencial, tiene 300 propiedades en el
sur.
Los
investigadores también se sorprendieron por la tosquedad del método para robar.
A
Báez le dieron no menos de 35 obras en Santa Cruz.
No
hizo ninguna, pero se llevó toda la plata que costó cada una. El delito quedó
al descubierto, demasiado vulnerable ante la primera investigación del
latrocinio.
Regresemos
a la primera pregunta.
¿Cristina
irá presa?
Depende
de la decisión del Senado y este decidirá no por lo que dice ahora, sino por
las pruebas que aporte el juez cuando procese a Cristina y, eventualmente,
vuelva a pedir su desafuero para ponerla presa.
El principio no
escrito de que los senadores solo son desaforados cuando hay una sentencia
definitiva es inconstitucional.
El
artículo 70 de la Constitución dice que cualquiera de las dos cámaras del
Congreso deberá "examinar el mérito del sumario" en el caso de que un
juez pida el desafuero. Con los dos tercios de los votos, la cámara podrá
"ponerlo a disposición del juez para su juzgamiento".
Este
matiz es importante.
El juzgamiento es
anterior a la sentencia definitiva.
Cuando
existe una sentencia definitiva es porque el juzgamiento ya sucedió.
Por
lo tanto, Cristina está en condiciones de ser desaforada para ir a prisión si
Bonadio lo pidiera por segunda vez.
Ya
pidió el desafuero y su prisión en el tramo inicial de la investigación de los
cuadernos.
La
sociedad está escéptica y desconfiada con esta causa.
Una
mayoría no cree que todos los acusados terminen presos y todavía un 30 por
ciento de los consultados confía en la honestidad de Cristina.
Coincide
con el porcentaje de su imagen positiva.
Con
todo, llama la atención la respuesta a una pregunta de la consultora D'Alessio
Berensztein:
Le
preguntaron a la gente si prefería que termine la corrupción o que mejore la
situación económica.
Un
51 por ciento contestó que era mejor terminar con la corrupción y un 46 por
ciento respondió que prefería que mejorara la situación económica.
Eso
ya no es una grieta ideológica ni política.
Es una crisis de
valores expuesta casi obscenamente.
Es
una parte significativa de la sociedad que explica por qué se pudo robar tanto
durante tanto tiempo.
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