Héctor
M. Guyot
LA
NACION
La
caída del relato kirchnerista es el triunfo de la palabra escrita sobre la
palabra hablada.
De
un lado, una presidenta en la cima del poder, reverenciada y temida, capaz de
construir una épica redentora con los restos del naufragio setentista en
discursos que embriagaban a sus seguidores tanto como a ella, que acabó
enamorada de su propia voz.
Del
otro, un remisero munido apenas de papel y birome que no se proponía levantar
castillos en el aire, sino apuntar, como un contable escrupuloso, con una
paciencia que insumió ocho cuadernos, cada una de las coimas que pasaban ante
sus ojos y que él mismo se encargaba de transportar.
Mientras
ella hablaba, él anotaba.
Así
durante años.
Ella
soltaba largas peroratas ante un público bien entrenado que le respondía con la
música del aplauso en performances que se transmitían a todo el país, él
escribía en el más oscuro anonimato, sin recompensas ni propósitos pero como si en ello le fuera
la vida.
Mientras
ella filosofaba sobre la revolución nacional y popular o los beneficios afrodisíacos
de la carne de cerdo, él escribía con
una ansiedad conmovedora que en un bolso con 800.00 dólares había sido trasladado
desde los sótanos de una gran firma hasta los jardines de la quinta de Olivos o
hasta un coqueto piso de la calle Uruguay.
Así
durante años…
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