Harold
Schlumberg
Pasó
la hora de las responsabilidades des velantes.
Ahora
nos gusta estar solos, disfrutar buenas conversaciones con gente que no nos
insulta y que cree lo mismo que nosotros, o que no le importa que opinemos
diferente.
Es la hora de
hablar de todo sin necesidad de sostenerlo como medio de defensa.
Es
hora de ver películas, de estar en una finca, de ir a pescar al río durante la
semana, de leer, de escuchar, de sonreír
y de burlarse de
la mayoría de los mortales que viven pendientes de las pendejadas.
Nosotros
ya demostramos que las responsabilidades fueron bien atendidas por nosotros,
que
hicimos las cosas lo mejor posible, que dejamos huellas, que somos buenas personas.
Lo
que nos queda de vida es para nosotros, para disfrutar, para cumplir el
mandamiento divino de amarnos a nosotros mismos.
¡¡Por
eso vamos a hacer lo que nos da la gana!!
Viajar
al máximo, tomando café con amigos, conversando con todo el que nos encontremos.
Ya
pasó la época de los roles.
Lo
que fuimos, fuimos…
Ahora
somos para nosotros mismos sin tener que rendir cuentas a nadie.
Los
demás seguirán su camino de responsabilidades y de afanes, de preocupaciones y
nerviosismos.
Nosotros
ahora, estamos por encima del bien y del mal.
Vamos
a museos, asistimos a conferencias y si no nos gusta nos salimos sin que nos
importe.
Re
descubrimos al Quijote.
Ahora
asistimos con mayor frecuencia a entierros y nos damos cuenta de que se
aproxima el nuestro, pero estamos preparados, pues al fin y al cabo vivir es
mortal.
La
vida es para nosotros una profunda experiencia interior, lejos de mitos, ritos,
limosnas y pecados sin fin.
Es
la hora de empezar a relajarnos, y de
conversar largas horas con uno mismo, que es el único que permanece
siempre, ahora y después de que abandonemos la nave del cuerpo.
Nos
rodean pocos seres a quienes amamos profundamente y que seguirán viviendo sus
propias experiencias, estemos nosotros o no.
Mandaremos
para donde sabemos a la gente que nos molesta, "la tóxica".
Quienes
nos buscan sin egoísmos van a encontrar una sonrisa, una mirada tierna y
comprensiva, un consejo acertado o no, y afecto.
Somos,
ahora sí, libres de ataduras, de prejuicios, de creencias.
Somos libres
porque ya no le tememos ni a la vida ni a la muerte.
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