Por
Jorge Liotti
LA NACION
Cambiemos
enfrenta su momento más delicado; Cristina, asediada por la Justicia, y el
peronismo, sin un liderazgo claro, completan el escenario de mayor
incertidumbre desde 2003
Probablemente,
desde 2003 la Argentina no enfrentaba un proceso electoral tan incierto como el
que se abre este año.
Todas
las variables que pueden definir el voto tienen una dinámica imprevista:
La economía
naturalizó un nivel de inestabilidad peligrosa, la Justicia no deja de impactar
y la política es incapaz de garantizar una grilla de candidatos con algún grado
de certeza.
¿O
acaso alguien puede asegurar hoy que Cristina Kirchner va a ser candidata o que
Roberto Lavagna terminará representando al peronismo?
Incluso
Mauricio Macri, el único postulante cierto, está sometido a una batería de
fuego graneado que impide anticipar cómo llegará a los meses de votación.
"Es
imposible gobernar y hacer campaña cuando todos los días hay malas
noticias".
Desolado,
un funcionario nacional sintetizaba así el espíritu que se expande
silenciosamente en la Casa Rosada.
La
semana pasada se conoció la cifra de inflación de 3,8 %.
Después
fue la suba de la desocupación a 9,1% y la caída de la actividad de 2,6%.
En
los próximos días tocará el índice de pobreza.
Sin
contar que el dólar parece desconocer la suba de tasas y las nuevas concesiones
del FMI.
En
este contexto, no sorprende que los indicadores de aceptación de Macri hayan
retrocedido estructuralmente, ya no en forma coyuntural.
Según
un reciente sondeo de Poliarquía, la aprobación del Presidente cayó de 34% a
30%, lo que marcó el mínimo registro para su gestión.
Perdimos
el voto blando que nos acompañó en 2017.
“Hoy
estamos cuidando nuestro tercio", grafica una fuente oficial.
También
se contrajo la percepción de la situación general del país y de las
expectativas económicas.
La
imagen positiva de Macri bajó de 28% a 25% y arrastró a María Eugenia Vidal (de
47% a 42%) y a Horacio Rodríguez Larreta (de 34% a 30%).
El
índice de confianza en el Gobierno que mide la Universidad Di Tella bajó casi
11 puntos en un mes, después de una temporal recuperación en febrero.
Son
solo algunos números que marcan el mal momento de Cambiemos.
El
problema real es que el oficialismo se está acercando peligrosamente a la fase
de no retorno, al punto de inflexión a partir del cual se torna irreversible la
tendencia e ineficaz un eventual rebote de los indicadores.
"Si
Macri tiene un as en la manga que lo saque ya", imploró esta semana con
sabiduría popular Margarita Barrientos, en la misma línea del "hagan
algo" del obrero Dante.
El
argumento de los estrategas oficialistas es que tanto en 2015 como en 2017 a
esta altura del año también corrían de atrás.
Pero
existe una teoría de la relatividad electoral según la cual el paso del tiempo
depende del contexto político.
Hoy
hay un clima de malestar social creciente que apunta hacia la gestión
Cambiemos, que antes no estaba.
El
"nunca votaría a Macri" por primera vez es más alto que el
"nunca votaría a Cristina Kirchner", aunque también es menos rígido.
El
Presidente todavía tiene chances de ganar, y eso es un mérito para un no
peronista, contemplando la situación económica.
Pero
no debería confiarse mucho tiempo más.
Cristina
Kirchner atraviesa una situación dual.
Por
un lado, el mismo trabajo de Poliarquía revela que su imagen subió de 30 a 33%.
Es
más: en el Gobierno admiten que hoy le ganaría a Macri por dos o tres puntos en
una PASO.
Cosecha sobre la
tierra quemada que deja el macrismo en ciertos sectores sociales.
Sin
embargo, atraviesa un momento de profunda inestabilidad emocional por la
situación de su hija (quienes la conocen dicen que está angustiada por su
salud) y de debilidad judicial al sumar ya diez procesamientos en su contra.
Las
revelaciones del ex contador de los Kirchner Víctor Manzanares, admitido esta
semana como colaborador de la Justicia, exhibieron
como nunca antes la obscenidad de la corrupción.
Fue
un relato entre Julio Verne y Mario Puzo, con tesoros escondidos, negocios
ilegales y aprietes.
Un
cuento fantástico si no fuera que exhibe cuánto se rompió la Argentina en los
últimos años.
El
Instituto Patria es un centro de desconcierto.
Ni
los propios kirchneristas saben decodificar los movimientos de su jefa.
Balbucean
respuestas improvisadas cuando se les pregunta si el operativo Cuba tuvo un
significado político.
No
hay aún allí una estrategia nacional nítida, aunque no parece haber razones
contundentes para que Cristina no se postule.
Sí
funciona un laborioso armado para unificar fuerzas con el peronismo en todas
las provincias posibles (por ejemplo, ayer en Tierra del Fuego), a pesar de que
el fracaso de Neuquén dejó muchas secuelas internas.
Y
también hay mucho impulso al efecto D'Alessio.
Los
protagonistas de la grieta están sufriendo un desgaste muy grande, lo cual no
implica que se consolide automáticamente una alternativa.
Pero
en el cúmulo de incertidumbres de esta campaña también se inscribe la pregunta
sobre si se repetirá un esquema de la polarización como en 2015 y 2017. No
siempre funciona el mismo truco.
El
círculo más cercano al Presidente sigue confiando en la infalibilidad del
instrumental de Marcos Peña y Jaime Duran Barba.
Aunque
cerca de ellos hay quienes dudan.
Sobre
todo, el entorno de Vidal, donde analizan sin eufemismos un posible escenario
de derrota si Cristina es candidata.
La
gobernadora está preocupada por los números, pero también confundida con la
revelación de que fue espiada.
El
cónclave de veinte minutos que mantuvo el jueves con Macri y Rodríguez Larreta
en la camioneta presidencial después de un acto ya pasó a formar parte de la
mitología.
Nadie
sabe de qué hablaron.
Pero
pocos niegan que hay mayor tensión en el trío.
El
fantasma de un renunciamiento del Presidente a su reelección no tiene asidero
por cómo concibe Macri su construcción política, pero nadie pudo evitar que
sobrevuele otra vez.
A
paso ágil pese a las sandalias con medias, Roberto Lavagna consolidó esta
semana su rol de candidato "de consenso", como le gusta predicar.
En
poco más de 24 horas se reunió con Juan Schiaretti, un referente del peronismo
federal, y con Ricardo Alfonsín, líder de la revuelta radical.
También
se vio hace un par de semanas con Martín Lousteau.
Piensa
su postulación como la suma de sectores de ambos partidos, más el socialismo de
Miguel Lifschitz y GEN, de Margarita Stolbizer.
Cuenta
con el apoyo de un sector del sindicalismo y con simpatías empresariales.
Se
ha transformado en un postulante socialmente aceptado para quienes reniegan de
la grieta.
Su
prédica consiste en recrear un gobierno de coalición, con la inspiración de la
mesa de diálogo de 2002, convencido de que la Argentina está en una situación
similar a entonces.
Busca
contrastar su mensaje productivista con el fiscalismo actual.
"Solución
mágica", en el lenguaje de Macri.
Según
la consultora Opinaia, es el dirigente opositor con mejor imagen y con menor
rechazo.
Pero
tiene una particularidad más:
Le puede restar
más votos a Cambiemos que al kirchnerismo porque su posible electorado es de
clase media urbana, y sobre todo adulta.
Es
parte del ADN que el radicalismo le aportó a la coalición gobernante.
Por
eso se agitó tanto el avispero en la UCR, donde ahora hasta dudan de que se
haga la convención y es más probable que declaren libertad de acción en los
distritos.
También
así se entiende que el Gobierno haya salido esta semana a criticar a Lavagna,
en una estrategia que pareció más reacción que cálculo.
Sin
embargo, las encuestas no hablan de la irrupción de un fenómeno político.
Pese
a su fuerte instalación desde el verano, Lavagna solo tiene un par de puntos
más que Sergio Massa y un par más que Juan Manuel Urtubey.
Por eso
Schiaretti le ratificó esta semana que no podrá ser candidato del espacio sin
atravesar una PASO.
Tampoco
cuenta con penetración en los sectores populares.
La
discusión sobre si debe haber internas o no en el peronismo alternativo en
realidad oculta una discusión más profunda:
Lavagna
no quiere quedar atrapado en una candidatura del PJ federal, pero al mismo
tiempo depende mucho del anclaje nacional de los gobernadores e intendentes
para poder crecer.
"Las
PASO son parte de la construcción. No le vamos a entregar el peronismo sin
internas", remarcan cerca de Urtubey.
Pero la cuestión
más delicada para Lavagna es Massa.
Pasaron
de formar parte del mismo equipo a ser rivales ("No lo vimos venir",
admiten cerca del tigrense).
Se
tienen afecto y respeto, pero el ex ministro entiende que el ex jefe de
Gabinete debería correrse, y el ex jefe de Gabinete está convencido de que en
una interna le gana al ex ministro (de hecho, en la encuesta de Poliarquía
Massa subió y Lavagna bajó en el último mes).
Hoy todos buscan
sumar intención de votos para imponer condiciones en una mesa de negociación
para fin de mayo.
Hay
una sortija girando en el aire que permite acceder al poder de un país que ha
hecho de la incertidumbre su estado natural.
Se
asemeja demasiado a una trampa…
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