"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 25 de mayo de 2019

25 de Mayo 2002


Homilía en la Catedral de Buenos Aires (abreviada)
Card. Jorge Mario Bergoglio, S.J., arzobispo de Buenos Aires.

En esta tierra bendita, nuestras culpas parecen haber achatado nuestras miradas.
Un triste pacto interior se ha fraguado en el corazón de muchos de los destinados a defender nuestros intereses, con consecuencias estremecedoras:
La culpa de sus trampas acucia con su herida y, en vez de pedir la cura, persisten y se refugian en la acumulación de poder, en el reforzamiento de los hilos de una telaraña que impide ver la realidad cada vez más dolorosa.

Así el sufrimiento ajeno y la destrucción que provocan tales juegos de los adictos al poder y a las riquezas, resultan para ellos mismos apenas piezas de un tablero, números, estadísticas y variables de una oficina de planeamiento.
A medida que tal destrucción crece, se buscan argumentos para justificar y demandar más sacrificios escudándose en la repetida frase «no queda otra salida», pretexto que sirve para narcotizar sus conciencias.
Tal chatura espiritual y ética no sobreviviría sin el refuerzo de aquellos que padecen otra vieja enfermedad del corazón:
La incapacidad de sentir culpa.
Los ambiciosos escaladores, que tras sus diplomas internacionales y su lenguaje técnico, por lo demás tan fácilmente intercambiable, disfrazan sus saberes precarios y su casi inexistente humanidad.
Hoy como nunca, cuando el peligro de la disolución nacional está a nuestras puertas, no podemos permitir que nos arrastre la inercia, que nos esterilicen nuestras impotencias o que nos amedrenten las amenazas.
Tratemos de ubicarnos allí donde mejor podamos enfrentar la mirada de Dios en nuestras conciencias, hermanarnos cara a cara reconociendo nuestros límites y nuestras posibilidades.
No retornemos a la soberbia de la división centenaria entre los intereses centralistas, que viven de la especulación monetaria y financiera, como antes del puerto, y la necesidad imperiosa del estímulo y promoción de un interior condenado ahora a la «curiosidad turística».
Que tampoco nos empuje la soberbia del internismo faccioso, el más cruel de los deportes nacionales, en el cual, en vez de enriquecernos con la confrontación de las diferencias, la regla de oro consiste en destruir implacablemente hasta lo mejor de las propuestas y logros de los oponentes.
Que no nos corten caminos las calculadoras intransigencias (en nombre de coherencias que no son tales).
Que no sigamos revolcándonos en el triste espectáculo de quienes ya no saben cómo mentir y contradecirse para mantener sus privilegios, su rapacidad y sus cuotas de ganancia mal habidas, mientras perdemos nuestras oportunidades históricas, y nos encerramos en un callejón sin salida.
Como Zaqueo hay que animarse a sentir el llamado a bajar:
Bajar al trabajo paciente y constante, sin pretensiones posesivas sino con la urgencia de la solidaridad.

Hemos vivido mucho de ficciones, creyendo estar en los primeros mundos, nos atrajo «el becerro de oro» de la estabilidad consumista y viajera de algunos, a costa del empobrecimiento de millones.
Cuando oscuras complicidades de dentro y fuera, se convierten en coartadas de actitudes irresponsables que no vacilan en llevar las cosas al límite sin reparar en daños:
Negocios sospechosos, lavados que eluden obligaciones, compromisos sectoriales y partidarios que impiden una acción soberana,
operativos de desinformación que confunden, desestabilizan y presionan hacia el caos…

Cuando sucede esto de poco nos sirve la tentación ilusoria de exigir chivos expiatorios en aras del supuesto surgimiento de una clase mejor, pura y mágica... 
Sería subirse a otra ilusión.
Debemos reconocer con dolor que, entre los propios y los opuestos hay muchos Zaqueos, con distintos títulos y funciones;
Zaqueos que intercambian papeles en un escenario de avaricia casi autoritaria, a veces con disfraces legítimos.

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