Eduardo
Chaktoura
Fuente:
LA NACION
Nadie
puede negar la importancia que tiene el poder decirlo.
Lo
que sea, lo que pienses, lo que sientas
Decirlo
como puedas, pero decirlo…
A
pesar del pudor, del temor, de las consecuencias.
Decirlo
a conciencia plena, con compromiso, aunque duela, y evitar así otros dolores.
Decirlo
aunque, como dice Cortázar, "las palabras nunca alcanzan cuando lo
que hay que decir desborda el alma".
Decirlo,
sabiendo que siempre hay un qué, un cómo y un cuándo.
¿Qué
te gustaría o es necesario decir?
¿Cuál
sería el mejor modo?
¿Por
qué no lo dijiste aún?
Decirlo,
decírnoslo.
Siempre
hay una forma, un tiempo.
Habrá
que definir cuál es el oportuno, el necesario.
Evitemos
escudarnos en el "no hay forma, nunca hay tiempo, nunca es fácil, no me
escuchás, nunca se puede decirte nada"
Decirlo,
con la voz, con el cuerpo, con el puño.
Si es con el
puño, que sea empuñando una pluma o un lápiz.
La
violencia, así como el desencuentro, comienza cuando no hay palabras.
En
las últimas décadas, diversas investigaciones científicas se han encargado de
destacar el valor de la escritura como herramienta terapéutica.
No
es necesario conocer de reglas o técnicas narrativas.
Sólo
hace falta lápiz, papel y animarse.
Los
estudios dicen que "cuando escribimos, se produce un desbloqueo emocional intenso en
el que se comprometen el pensamiento, la emoción y la palabra escrita"
"A
través de la escritura, las personas atravesadas por situaciones de estrés
logran mejorar su bienestar psicológico y físico"; "descubrimos lo inconsciente,
revertimos miedos, descubrimos las causas de tantos dolores, sufrimiento y
limitaciones".
La
humanidad dio un gran paso acelerado en su evolución al adquirir un vínculo
entre el pensamiento y los símbolos materiales.
Pinturas
rupestres, símbolos, signos, retratos, diarios íntimos, autobiografías,
blogs...
Cuando
escribimos ocurre algo distinto a cuando decimos.
El
pensamiento es más lento que la emoción…
Así
como escribir es más lento que pensar.
En
este cruce de tiempos del sentir-pensar-escribir, la razón libera las palabras
necesarias.
La
escritura puede reducir la tensión arterial e incrementa el nivel de linfocitos
circulantes en el torrente sanguíneo; así es como aumentan las células
responsables de la respuesta inmunitaria.
De
este modo, la escritura, el cerebro y el sistema inmunológico se triangulan en
busca del bienestar.
Algo,
mucho, cambia cuando uno se dispone a escribir, cuando comienza la catarsis, el
desahogo.
Recomiendo
profundizar leyendo al profesor James Pennebaker, pionero en la investigación y
el descubrimiento de todo lo que ocurre cuando se le propone a alguien
escribir, en primera persona, sobre la situación más traumática que nos haya
tocado vivir.
La
doctora en psicología Mónica Bruder invita a escribir un cuento terapéutico,
buscando un final feliz para aquello que tanto nos impactó.
Con
la escritura terapéutica, en definitiva, regulamos los procesos mentales,
avivamos la actividad creativa y se amplían las posibilidades de hacer
productiva la actividad neuronal.
El
cerebro nos pide que escribamos.
Quienes
quieran dar un paso más en nuestro entrenamiento emocional, permítanse jugar a
escribir.
Acepten
estas sugerencias:
Encuentren
un espacio y tiempo para escribir sin interrupciones.
Prométanse
escribir un mínimo de 15 minutos diarios, por lo menos durante 3 o 4 días
seguidos.
Escriban
sobre lo que surja. Palabras, frases, cuentos, novelas.
Escriban
sobre temas en los que piensan mucho, que preocupan, o que evitan; cosas con
las que sueñan; cuestiones que afectan su vida de modo no saludable.
Díganlo,
escriban.
Los
más escépticos pueden comenzar por escribir:
Me
niego a escribir...


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