Ricardo
Kirschbaum / CLARIN
Los
candidatos deberían pronunciarse sobre el ataque al periodismo que se cuece en
Dolores.
No
sorprende: antes los descalificaba desde el poder K.
"Sólo
un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está
probado”.
Así
concluía la nota que Alberto Fernández escribió el 16 de febrero de 2015 en La
Nación sobre la muerte de Nisman y el Pacto con Irán.
Dos
días después una multitud marchaba en silencio bajo una lluvia feroz pidiendo
el esclarecimiento de la muerte del fiscal.
Fernández,
entonces, ya había pasado a la oposición y convertido
en un ácido crítico de los actos de gobierno de Cristina.
Pasaron
más de tres años de aquel silencio atronador.
Ya
como candidato principal designado por la ex presidenta, declaró ante el juez
Bonadio por sus afirmaciones sobre el encubrimiento presidencial de los
presuntos culpables iraníes del mega atentado contra la AMIA.
Alberto
F. intentó hacer pasar sus afirmaciones basadas en su conocimiento del derecho
como opiniones periodísticas, en su afán de diluir la contundencia de aquellos
dichos y así desvanecer la grave acusación a su ahora compañera de boleta.
La conclusión de
aquella columna se volvió como un bumerán contra su autor.
En
mi editorial del viernes pasado, cuyo tema central fue esa voltereta dialéctica
para evitar agravar la situación judicial de su candidata a vice y jefa
política, dije también que Alberto Fernández había rechazado agresiones de
Cristina y de sus seguidores a periodistas.
Algo
que fue cierto, pero ocurrió cuando ya había dejado el poder.
Ese
recuerdo, el día que AF se cruzó con movileros, despertó críticas.
Pero
antes de aquel volantazo, el candidato del Frente con Todos fue parte del
mecanismo de coacción al periodismo independiente que había montado Néstor
Kirchner y que perfeccionó y sofisticó - ya sin AF- Cristina.
Aquello
fue un aparato de lapidación del cual los periodistas de Clarín tenemos un vivo
recuerdo.
De aquel intento
de sojuzgamiento de los medios no se salvó ni el propio Alberto.
Por
haber pasado a la oposición, al ex jefe de gabinete le dieron a tomar la misma
medicina de la censura K cuando lo sacaron del aire en C5N durante una
entrevista de Marcelo Longobardi, escándalo que terminó con el periodista fuera
de ese canal, que luego fue vendido por Daniel Hadad a Cristóbal López, hoy
preso en la cárcel de Ezeiza.
La
política argentina es muy dinámica y fluida.
Las
posiciones mudan pero los hechos son indesmentibles.
Es
el caso de Alberto F.
Su
papel en el despido de José Eliaschev de Radio Nacional o en la descalificación
pública de Claudio Savoia, de Clarín, por publicar la corruptela de Romina
Picolotti en la Secretaría de Medio Ambiente, como también en el episodio de
censura a Julio Nudler en Página/12, entre otros hechos de los tiempos en los
que se desempeñó en la Casa Rosada, son
antecedentes que no se deben olvidar.
Tampoco,
el manejo de la publicidad oficial castigando a los medios que no formaban
parte de la propaganda K. Esto luego se profundizó más.
Tras
las críticas a sindicalistas K, empresarios de primera línea salieron a
advertir por los ataques a la libertad de prensa
Como
editor general de Clarín he dado testimonio de primera mano aquí y en el exterior
de lo que el kirchnerismo ha querido hacer con el periodismo que no se le
subordinó.
Sería
importante, además, que todos los candidatos, empezando por Macri y Fernández,
se pronuncien de manera urgente sobre uno de los actos más escandalosos contra
el periodismo que se está desarrollando en el juzgado de Ramos Padilla contra
Daniel Santoro,
también de Clarín.
Sería
una contribución a la democracia...
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