Carlos Mira
Bergoglio
acaba de escribir los pobres nos facilitan el acceso al Cielo.
Ya
desde ahora son el tesoro de la Iglesia.
Nos
muestran la riqueza que no se devalúa nunca, la que une la Tierra y el Cielo y
por la que verdaderamente vale la pena vivir:
“El
amor”.
Francamente
resulta difícil elegir por dónde empezar a entrarle a este conjunto de
dislates.
Solo
la naturaleza resentida que abriga el alma de Francisco puede explicar lo que
el concepto encierra en general, como mensaje al Universo.
Naturalmente
la primera reacción es que para el Papa la pobreza constituye una instancia
moral superior del hombre y -casi me
animaría a decir- sugiere que solo los pobres son verdaderamente morales, éticos y
buenos.
El
mensaje que no se lee pero que está encerrado allí, es que el rico no tiene la
relevancia moral del pobre y que su vida no facilita el acceso al Cielo.
Es
curioso pero esa concepción es exactamente la contraria a la que indica el
protestantismo, en especial en su variante calvinista, que entiende que el
éxito material (léase “la riqueza”) que se obtiene en la Tierra es la señal de
predestinación que el Señor envía para indicarte que te has ganado el reino de
los cielos.
Podría
parecer solo un detalle, pero cuando uno observa la lista de países que han
logrado vencer la pobreza o tener avances sustanciales en su reducción,
coincide, sugestivamente, con países
de religión protestante.
A la inversa, cuando uno
estudia el listado de países con severos problemas de pobreza e indigencia, en su mayoría son católicos.
Se
trata de un hecho verificado hace décadas ya por Max Weber quien explicó con claridad cómo la ética protestante y su concordancia
con el capitalismo producía riqueza donde otras “éticas” producían pobreza.
La
primera conclusión entonces se transforma en una pregunta.
¿Está
Bergoglio interesado en conocer los secretos que sacan a los pobres de la
pobreza o solo le preocupa hacer política demagógica con ellos?
Porque
siguiendo sus ideales deberíamos ser todos pobres, matar a la inmoral riqueza y
andar por la vida como podamos, sobreviviendo.
El problema con
el discurso del Papa es la queja.
Si
no se quejara por las consecuencias de la pobreza todo estaría bien.
El problema es
que se queja.
Lanza
acusaciones a diestra y siniestra por la situación en la que se encuentran los
que él considera moralmente mejores.
Si
esa gente llegó al paroxismo de la bondad, Bergoglio ¿qué es lo que lo molesta?
Luego está esa
subrepticia intención, cargada de culpa y de acusaciones, respecto a que los pobres
son todos buenos.
Lamento
informarle, Bergoglio, que a diario se conocen historias de pobres que
asesinan, que violan, que roban, que ocasionan pérdidas irreparables a los
demás, que venden droga, que mienten, que atropellan los derechos ajenos
¿Son
ellos también el tesoro de la Iglesia?
¿Van
al cielo ellos también, mostrando el sacrosanto salvoconducto de “soy pobre”?
Usted,
Bergoglio, es uno de los principales propagadores universales de la pobreza hoy
en día.
Con su mensaje
insidioso, cargado de resentimiento, de odio y de rencor, inflama la mente de
la gente y la lanza a aventuras de las que muchos no vuelven
¿Se
hace cargo usted de sus vidas, Bergoglio?
Sus
palabras de fuego hacen que muchos se sientan empoderados para “hacer lío”,
como textualmente usted pidió en las calles de Río de Janeiro, poco después de
llegar al trono de Pedro.
En Chile
murieron 22 de los que usted mandó a hacer lío.
¿Cómo
lleva en sus espaldas esas muertes?
¿Le
resultan pesadas acaso?
¿O
les facilitó usted el ingreso a Cielo, sin más trámite?
¿Está
realmente interesado en sacar a los pobres de la pobreza?
Y
si así fuera (cosa que obviamente dudo) ¿a cuántos pobres sacó de la pobreza con sus
métodos?
Lo
único que eleva el nivel social de las personas es la inversión, Bergogilo.
¿Sabe
por qué?
Porque
la inversión genera trabajo y el trabajo genera riqueza nueva que entonces se
halla lista para repartirse entre quienes la produjeron.
Sin
capital no hay inversión y sin inversión no hay empresas.
A su vez sin
empresas no hay trabajo y sin trabajo no hay trabajadores.
Cada
palabra suya que condene al capital deberá ser interpretada de ahora en más
como una alegoría a la pobreza.
Si
a eso le sigue una queja suya por lo que no son otra cosa que las consecuencias
de la pobreza, entonces habrá que concluir que usted es un cínico,
Bergoglio. Si escuchó bien: un
cínico.
Alguien
que usufructúa su investidura para destilar lo que no son otra cosa que venenos
personales que no sé de qué furias le provienen.
Usted
debería aplaudir a todos los gobiernos de la Tierra que aumentan la cantidad de
pobres porque querrá decir que han escuchado su palabra y la han obedecido,
generando más gente de la que usted cree se ubica en un estadio moral superior.
Siento
repugnancia por sus palabras.
Siento
repugnancia personal por usted.
Usted
ofende al Cristianismo.
En
lo personal haré lo que esté a mi alcance para convertirme al protestantismo.
Y si no lo logro, seré un protestante de alma
de ahora en más.
Su
palabra ha terminado de confirmar que no tengo nada que ver con su fe, con su
superchería y, sobre todo, con su visión social resentida, rencorosa y llena de
odio.
Adiós, Bergoglio.
Siento
por usted el mismo respeto que siento por las personas malas y por las malas
personas.
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