El
término templanza significa moderación, sobriedad y continencia.
Expresa
también una de las cuatro virtudes cardinales por la que debemos moderar los
apetitos y el placer excesivo de los sentidos.
En
un sentido más personal significa la buena disposición de la persona y la
armonía en la que vive.
El
uso de la palabra se expresa en dos sentidos, en la relación de uno mismo con
sus apetitos y deseos, y en la relación del hombre con sus semejantes y con el
mundo que lo rodea.
En
el lenguaje común, se lo emplea como la fortaleza de quienes deben afrontar
dificultades y problemas, como así
también tragedias y angustias personales, y la realidad de las
respuestas que su comportamiento da a dichas cuestiones.
Es
una cualidad humana, un valor que hace al hombre proceder en forma cautelosa y
justa tanto en sus palabras como en sus acciones, dándole el dominio y control
sobre sus actos.
Hace
al individuo libre y permite que se libere de violencia, y viva en armonía y en
paz.
La templanza
como virtud moral forma el carácter de la persona, y adorna a su
existencia con buen juicio, prudencia, discernimiento, precaución y sabiduría.
Su
vida transcurre en un equilibrio sin excesos y le permite gozar de las cosas
buenas, porque tiene pleno dominio de su voluntad, y puede superar la tendencia
natural a cierto egoísmo en sus relaciones.
Le
permite reconocer las verdaderas y reales necesidades en favor del desarrollo y
bienestar de sí mismo y cuyo alcance se extiende a los demás y distinguirlas de
aquellas que se crean por deseos que salen de la satisfacción del ego y
perjudican al mismo y a su entorno.
La
persona templada reaccionará de manera justa ante las circunstancias que le
plantee la vida o sus semejantes.
No
habrá en él, excesos, ni rencores o deseos de venganza, ya que sabrá apreciar
adecuadamente cuales son los motivos de los hechos y cómo reaccionar ante
ellos.
Es
alguien que priorizará el amor, la bondad
y la comprensión y estará dispuesto al perdón y al diálogo.
La
vida moderna nos plantea situaciones difíciles, en las cuales nos involucramos
o a veces quedamos inmersos sin querer, o sin tener injerencia, pero que nos tocan, nos afectan y necesitan
una respuesta de nosotros.
Quien
posea la virtud de la templanza, no se dejará llevar por la situación, sino que
tomará el control de la misma, y procederá con justicia, pero también con
misericordia.
El
mundo actual pone a prueba las virtudes del hombre, y las situaciones que vive
son motivo de reflexiones y equívocos, que suceden con la relación con los
demás, el modo en cómo se inserta en la sociedad, el rol que ocupa y su
comportamiento.
Es
difícil mantener el equilibrio cuando alrededor de uno, tanto en las
comunidades como en las individualidades, se procede de manera violenta,
rencorosa, muchas veces con odio y tratando de someter y sojuzgar al otro.
La justicia, la
paz y la libertad, se encuentran permanentemente amenazadas y hasta avasalladas
en este tiempo que nos tocó vivir.
El
hombre templado, que debe ser probo, honesto, justo, bondadoso, está a merced
de las circunstancias que lo rodean.
Si
bien personalmente puede tener valores, decisiones firmes y justas, hay
decisiones que son grupales y comunes en las cuales está involucrado, a pesar
de su disconformidad.
Pero
se debe anteponer el deber al deseo; pensar que aquellos que viven en comunidad
deben compartir y tratar de equilibrar
el reparto desparejo de los bienes; saber que cada hombre es responsabilidad de
todos, y que sus necesidades deben ser hechas nuestras; conduciéndonos en
nuestra existencia de acuerdo a estos principios y sobre todo brindando todo el amor que somos capaces de
dar.
Recuerdo
mi infancia y a mi abuela materna; ella sostenía que quien le golpeaba la
puerta era un enviado de Dios, por eso lo hacía pasar, comer con nosotros y
trataba de darle lo que necesitaba.
Era
la década de 1940, posiblemente condiciones que no volverán, pero el sentido de
la dignidad humana y el significado de la templanza era la solidaridad y la
hermandad.
Elias D. Galati
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