En
"1943″, que Sudamericana publicará en octubre, la historiadora María Sáenz
Quesada cuenta cómo era la Argentina antes del derrocamiento del gobierno de
Ramón Castillo, repasa la formación del líder justicialista y sus
consideraciones sobre lo que ocurría en Europa.
Por
María Sáenz Quesada
En los años de
la Concordancia, los oficiales del Ejército Argentino dividieron su actividad
entre lo profesional y lo político.
Respondían
así a los estímulos que les llegaban desde los institutos militares, las
publicaciones especializadas y los estudios sobre el terreno en los sucesivos
destinos en que se desempeñaron…
Así
mismo, en los tiempos convulsionados de entre guerras, fueron sensibles al
mundo externo de la política nacional e internacional.
Ese
fue el caso de Juan Domingo Perón, dueño de una buena foja de servicios
profesionales, cuando el golpe de Estado del 4 de junio de 1943 le abrió las
puertas de la política.
Como
su acceso al poder se vincula con la actividad de la logia militar Grupo de
Oficiales Unidos (GOU), en este capítulo se verá en primer lugar su trayectoria
profesional hasta 1943, seguida por la fundación del GOU, proyecto político según el cual el Ejército se constituía en
custodio de la República.
Egresado
del Colegio Militar en 1913, donde no se destacó como estudiante, Juan Domingo
Perón revistó en la infantería.
Entre
sus destinos figuraban Paraná, Santa Fe, Chaco —durante la huelga de La
Forestal—, Jujuy, Neuquén, Mendoza y Comodoro Rivadavia.
Sus
sucesivos jefes le pronosticaron un excelente porvenir.
De
su desempeño como instructor en la Escuela de Suboficiales dijeron:
“Nervio,
actividad, eterno buen humor, parece un niño y sin embargo su pasta es la del
verdadero soldado, despierta en el más apático el deseo de trabajar”
“Vive
para la compañía, es un atleta campeón de espada, absolutamente sincero y
leal”.
En
cartas dirigidas a sus padres, que vivían en una estancia en Chubut, el joven
subteniente revela una temprana vocación por la historia argentina y fuertes
sentimientos antibritánicos.
“Fui
contrario siempre a lo que fuera británico, y después de Brasil, a nadie ni a
nada tengo tanta repulsión”, escribía en noviembre de 1918.
Todo
esto lo llevó a apoyar la neutralidad del país en la Primera Guerra Mundial,
contra la opinión de sus padres, partidarios de los Aliados (la Entente).
Más
tarde manifestó su oposición al presidente Hipólito Yrigoyen.
Justificaba
su enojo en “todo el daño que este infame causó en desmedro de la disciplina de
nuestro tan querido Ejército, que siempre fue modelo de abnegación y de trabajo
honrado”.
El
descontento hacia el gobierno radical era común en el ámbito militar, no solo
por haber reincorporado en las filas a oficiales dados de baja por participar
en las intentonas revolucionarias, sino
también por el uso de las fuerzas armadas en tareas de represión y en las
intervenciones a las provincias.
Según
el joven oficial, Yrigoyen no tenía “la talla moral de un Mitre o de un
Sarmiento”, cuando el bien disciplinado Ejército era “la admiración de
Sudamérica”.
Perón,
que simpatizaba con las corrientes nacionalistas y argentinitas de la época,
criticaba las consecuencias de la inmigración al advertir que “la honradez
criolla” desaparecía: [...] contaminada por el torbellino de gringos muertos de
hambre que diariamente vomitan los transatlánticos en nuestro puerto.
Después,
uno oye hablar a un gringo y ellos nos han civilizado.
Oye
hablar a un gallego, ellos nos han civilizado.
Oye
hablar a un inglés y ellos nos han hecho los ferrocarriles; [...] no se
acuerdan de que cuando vinieron eran barrenderos, sirvientes y peones.

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