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Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Perón, un militar admirador de Mussolini y de Hitler que llegó a la política a través de un golpe de Estado


En "1943″, que Sudamericana publicará en octubre, la historiadora María Sáenz Quesada cuenta cómo era la Argentina antes del derrocamiento del gobierno de Ramón Castillo, repasa la formación del líder justicialista y sus consideraciones sobre lo que ocurría en Europa.
Por María Sáenz Quesada

En los años de la Concordancia, los oficiales del Ejército Argentino dividieron su actividad entre lo profesional y lo político.
Respondían así a los estímulos que les llegaban desde los institutos militares, las publicaciones especializadas y los estudios sobre el terreno en los sucesivos destinos en que se desempeñaron…
Así mismo, en los tiempos convulsionados de entre guerras, fueron sensibles al mundo externo de la política nacional e internacional.
Ese fue el caso de Juan Domingo Perón, dueño de una buena foja de servicios profesionales, cuando el golpe de Estado del 4 de junio de 1943 le abrió las puertas de la política.
Como su acceso al poder se vincula con la actividad de la logia militar Grupo de Oficiales Unidos (GOU), en este capítulo se verá en primer lugar su trayectoria profesional hasta 1943, seguida por la fundación del GOU, proyecto político según el cual el Ejército se constituía en custodio de la República.

Egresado del Colegio Militar en 1913, donde no se destacó como estudiante, Juan Domingo Perón revistó en la infantería.
Entre sus destinos figuraban Paraná, Santa Fe, Chaco —durante la huelga de La Forestal—, Jujuy, Neuquén, Mendoza y Comodoro Rivada­via.
Sus sucesivos jefes le pronosticaron un excelente porvenir.
De su desempeño como instructor en la Escuela de Suboficiales dijeron:
“Nervio, actividad, eterno buen humor, parece un niño y sin embargo su pasta es la del verdadero soldado, despierta en el más apático el deseo de trabajar
“Vive para la compañía, es un atleta campeón de espada, absolutamente sincero y leal”.

En cartas dirigidas a sus padres, que vivían en una estancia en Chubut, el joven subteniente revela una temprana vocación por la historia argentina y fuertes sentimientos antibritánicos.
“Fui contrario siempre a lo que fuera británico, y después de Brasil, a nadie ni a nada tengo tanta repulsión”, escribía en noviembre de 1918.
Todo esto lo llevó a apoyar la neutralidad del país en la Primera Guerra Mundial, contra la opinión de sus padres, partidarios de los Aliados (la Entente).
Más tarde manifestó su oposición al presidente Hipólito Yrigoyen.
Justificaba su enojo en “todo el daño que este infame causó en desmedro de la disciplina de nuestro tan querido Ejército, que siempre fue modelo de abnegación y de trabajo honrado”.
El descontento hacia el gobierno radical era común en el ámbito militar, no solo por haber reincorporado en las filas a oficiales dados de baja por participar en las intentonas revolucionarias, sino también por el uso de las fuerzas armadas en tareas de represión y en las intervenciones a las provincias.
Según el joven oficial, Yrigoyen no tenía “la talla moral de un Mitre o de un Sarmiento”, cuando el bien disciplinado Ejército era “la admiración de Sudamérica”.
Perón, que simpatizaba con las corrientes nacionalistas y argentinitas de la época, criticaba las consecuencias de la inmigración al advertir que “la honradez criolla” desaparecía: [...] contaminada por el torbellino de gringos muertos de hambre que diariamente vomitan los transatlánticos en nuestro puerto.
Después, uno oye hablar a un gringo y ellos nos han civilizado.
Oye hablar a un gallego, ellos nos han civilizado.
Oye hablar a un inglés y ellos nos han hecho los ferrocarriles; [...] no se acuerdan de que cuando vinieron eran barrenderos, sirvientes y peones.

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