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Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 23 de diciembre de 2019

La lapicera recargada de un híper presidente


Jorge Fernández Díaz
LA NACION

En sus tiempos dorados, durante el reinado de Néstor I, el jefe de Gabinete lucía en su despacho una estatuilla de Sarmiento.
La severa y elegante escultura llamaba la atención de algunos dirigentes peronistas:
El autor del Facundo es el archí villano de los revisionistas de manual.
La pedagogía y el discurso único del justicialismo en las escuelas y universidades llama a escupir su imagen y a repudiar eternamente sus páginas.
Que por lo general no se han tomado el trabajo de leer ni de contextualizar.

Alberto Fernández siempre les respondía a sus amigos que Sarmiento lo acompañaba porque había sido el escritor más progresista de la historia argentina:
El padre de la educación popular y de la sociedad del conocimiento.
Cristalizarlo en las viejas guerras civiles y en la añeja cultura social del siglo XIX es un miserable anacronismo.
Examinarlo con ojos del presente, un grave error y una militancia rústica.

Cuando F. desalojó el despacho en 2008, enojado con la radicalización del matrimonio gobernante, su sucesor ordenó retirar de inmediato la estatuilla. Fernández la reclamó hace una semana para sentirse acompañado durante su gestión presidencial.
Sarmiento vuelve a observarlo, día tras día, con su mirada pétrea.

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