Jorge
Fernández Díaz
LA NACION
En
sus tiempos dorados, durante el reinado de Néstor I, el jefe de Gabinete lucía
en su despacho una estatuilla de Sarmiento.
La
severa y elegante escultura llamaba la atención de algunos dirigentes
peronistas:
El
autor del Facundo es el archí villano de los revisionistas de manual.
La pedagogía y
el discurso único del justicialismo en las escuelas y universidades llama a
escupir su imagen y a repudiar eternamente sus páginas.
Que
por lo general no se han tomado el trabajo de leer ni de contextualizar.
Alberto
Fernández siempre les respondía a sus amigos que Sarmiento lo acompañaba porque
había sido el escritor más progresista de la historia argentina:
El padre de la
educación popular y de la sociedad del conocimiento.
Cristalizarlo
en las viejas guerras civiles y en la añeja cultura social del siglo XIX es un
miserable anacronismo.
Examinarlo
con ojos del presente, un grave error y una militancia rústica.
Cuando
F. desalojó el despacho en 2008, enojado con la radicalización del matrimonio
gobernante, su sucesor ordenó retirar de inmediato la estatuilla. Fernández
la reclamó hace una semana para sentirse acompañado durante su gestión
presidencial.
Sarmiento vuelve
a observarlo, día tras día, con su mirada pétrea.
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