El
caso de Alberto Nisman pone en crisis las "áreas de influencia" de
Alberto Fernández y de Cristina Kirchner
Por
Marcos Novaro
La
inyección de súper poderes fortaleció al Presidente, pero sólo en algunos
sectores y para dar sobre todo malas noticias.
En lo demás pesa
la vice, y la gestión enfrenta cortocircuitos seguido.
Sabina
Frederic se salió con la suya.
Es
decir, a través de ella se salió con la suya Cristina Kirchner:
Habrá nomás una revisión del peritaje de Gendarmería sobre la muerte de Alberto Nisman, cuya única función es tratar de que la vice quede solo manchada por un suicidio, no por un asesinato político.
Habrá nomás una revisión del peritaje de Gendarmería sobre la muerte de Alberto Nisman, cuya única función es tratar de que la vice quede solo manchada por un suicidio, no por un asesinato político.
Por
decisión del Ejecutivo, entonces, se intervendrá, manipulará y deslegitimará un
informe técnico, solicitado en su momento por los jueces, en contra de los
técnicos y los jueces.
La Justicia no
solicitó esa revisión, ni el fiscal ni el juez del caso la avalan, pero
nadie los va a consultar.
Y
para torcer la voluntad de los técnicos se recurrirá al expediente de solicitar
la intervención de otros, sobre todo de la Corte Suprema, más dóciles a los
intereses de las nuevas autoridades.
“Nunca
más el poder político va a interferir en los tribunales", ¿les
suena?
Cuando
Frederic habló del tema por primera vez sin consultar a su jefe formal, el
Presidente, causó malestar en la Rosada.
Desde
allí se hizo saber que no estaba en los planes del gobierno intervenir en el
tema.
Pero
se ve que convenció a Alberto Fernández de que le convenía disimular su
renuencia: l
La
ministra se acaba de reunir con él y "se pusieron de acuerdo" en
darle para adelante.
Ni
siquiera estuvo presente en la reunión la encargada del área, Marcela Losardo.
Y
el mandatario, para más detalle, dice ahora que el peritaje de Gendarmería es
un mamarracho, como si opinar al respecto fuera parte de sus
atribuciones, y que ahora tiene claro que lo de su vecino fue un suicidio.
Algo
lo habrá convencido, ¿qué habrá sido?
Es
probable que él no tenga mayor problema en disimular en adelante sus dudas en
la materia.
Porque
en el fondo es difícil saber no solo qué opina, si no si le interesa realmente lo que pasó con Nisman, dado
que cambió de tesitura varias veces al respecto, siempre acomodándola a sus
intereses en otros terrenos, la interna peronista, la opinión pública,
etcétera.
Parece
que, para él, en suma, es una pieza de cambio no muy difícil de sacrificar.
Pero
la cuestión fundamental no es esa, si no el impacto que el manejo del caso
tendrá en dos terrenos, la Justicia y la política exterior, donde hasta aquí
cabía suponer que su posición iba a predominar sobre la de su
"socia", pero se ve que no.
En
relación a los jueces, Alberto acaba de dar la señal que faltaba para que
desconfíen de sus intenciones y de la seriedad de su proclamada reforma.
Eso de que no
iba a tolerar más operadores e interferencias políticas en los tribunales pasó
a mejor vida:
Hasta
la ministra de Seguridad se recibió de operadora todo terreno, con su aval.
En
relación a la política exterior la señal que da el Presidente es aún más preocupante.
Hasta
ahora parecía que Felipe Solá iba a ser el "Canciller para Estados
Unidos", y la gente de Cristina se iba a ocupar del resto del mundo.
Ahora
queda a la vista que Solá se va a tener que ocupar, en realidad, de una función
aún más incómoda:
Disfrazar
frente a los diplomáticos norteamericanos todo lo que Cristina y su gente, más
el propio mandatario cuando quiere quedar bien con ellos, van tejiendo con su
diplomacia ideológica.
En
verdad no hay de qué asombrarse:
La división del
trabajo tal como estaba planteada no podía funcionar.
El
caso es revelador al respecto, y muy poco oportuno.
Porque
si algo preocupa hoy en día a Estados Unidos, es Irán, y el gobierno argentino
le está diciendo a sus colegas del norte que en ese tema no piensan seguir
ayudando demasiado.
Como
mucho habrá compensaciones:
Se
seguirá considerando a Hezbollah una organización terrorista, contra el deseo
de Frederic y Cristina, pero no se va a seguir apuntando en esa dirección en el
caso del fiscal.
¿Puede
que tampoco en el tema AMIA?
¿Y
respecto a los acuerdos nucleares?
¿Y
si la escalada entre Donald Trump y los iraníes continúa, qué posición van a
tomar?
Volviendo
a la escena local, ¿qué nos dice todo esto sobre la relación entre la pareja
que triunfó en las últimas elecciones y viene acumulando y repartiéndose todo
el poder disponible desde entonces?
Que las áreas de
influencia que se repartieron no van a producir en conjunto una administración
muy funcional que digamos.
En
economía Cristina le concedió a Alberto una amplia libertad de acción, lo deja
cumplir su sueño de ser como Néstor Kirchner, un "híper presidente".
Pero
sólo mientras las cosas anden mal y porque sabe que quiera o no, ser súper
poderoso en la materia lo obliga ante todo a dar malas noticias en ese terreno,
sin intervención del Congreso, es decir, de ella.
En
otros temas Cristina es la que decide, hace
y deshace a voluntad:
Es
el caso de Cultura, Género, Educación, Seguridad y otras áreas "identitarias"
para el progresismo K.
Algunas
poco relevantes en lo inmediato, salvo la última, donde se está jugando con
fuego.
Y
la ministra Frederic no ofrece muchas garantías de que no vayan a salir todos
chamuscados.
Pero
el problema más serio no está ahí si no sobre todo en las áreas grises, las que
comparten, porque se repartieron los cargos salomónicamente, un poco para cada
uno:
En
ellos más que equilibrio o una tensión contenida, como era de esperar, lo que
se observa es que la gente de Cristina sabe lo que quiere, mientras que la de
Alberto da vueltas, a veces contiene y a veces es arrollada por las iniciativas
mucho más decididas de los otros.
Cancillería
y Justicia ilustran el punto, y terminar chamuscados es lo menos que les espera
Alberto y su gente, pues son dos áreas suficientemente sensibles como para que
los efectos disruptivos de iniciativas mal concebidas, auto interesadas o
ideológicas, repercutan muy mal en toda la gestión.
¿Con
qué cara Alberto y Solá van a ir a convencer ahora a los enviados de Washington
de que el revisionismo no va a seguir avanzando, no se va a extender al caso
AMIA?
¿A
un "neutralismo" que apenas disfrace el antinorteamericanismo que
típicamente practicaron los gobiernos peronistas, salvo excepciones, o que se
toman en serio la tarea de contener a quienes colaboran aquí militantemente con
el sostenimiento del régimen de Nicolás Maduro o la vuelta de Evo Morales al
poder?
¿Cuánto
del apoyo de Washington en la renegociación de la deuda ellos dos creerán poder
sacrificar, justo ahora que la temperamental gestión norteamericana la emprende
contra la mala costumbre de los ayatolas de meterse en las embajadas ajenas a
través de los grupos terroristas que financian?
¿Cómo
los demás gobiernos van a confiar en lo que Alberto y Solá les prometan, si se
dejan llevar tan fácil de las narices por los que, ellos dicen,
son
inocentes carmelitas que nunca meterían la mano en la lata,
nunca
colaborarían con una teocracia terrorista,
nunca
manipularían la Justicia ni romperían otras reglas republicanas y
constitucionales, pero se la pasaron haciendo todo eso y mucho más desde que se tenga
memoria?
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