Pese
a todo, hay todavía gente que cree.
No
en esta administración, claro, sino en la posibilidad de que las cosas
cambien.
Muchos
calculan que quizás cuando la demagogia y el populismo terminen chocando con
sus propias contradicciones podrá verse más claro que el corto plazo no es el
camino, nunca lo fue.
Se
juntan con quienes todavía se pueden mirar a los ojos y se dan fuerza.
Y
se cuentan las heridas.
Y
piensan, con razón, que el hecho de que algo haya ocurrido de determinada
manera en circunstancias anteriores no significa necesariamente que se repita
así en el futuro.
Y
creen que dejar por escrito cada una de los desaguisados del poder es la manera
que tienen para que los relatos no le ganen a la realidad.
El
país que alguna vez convocó a los buenos,
ahora expulsa a los mejores.
Sin
embargo, nada es para siempre.
Y
son millones los que saben que acá o allá es posible hacer mucho aún para que
esas valijas que hoy se van tomen, más temprano que tarde, el avión de regreso.
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