Fernando
Iglesias
La
Argentina ha sido invadida, una vez más, por el delirio de unanimidad.
Al
grito de "no es momento para la política" y "tenemos que
encolumnarnos detrás del Presidente" muchos pretenden suprimir la
democracia y la pluralidad.
Es cierto que es
obligación de toda oposición apoyar al gobierno en las horas difíciles.
Habría
sido bueno que los oficialistas de hoy lo hubieran entendido cuando fueron
oposición y sus principales autoridades hacían declaraciones incendiarias
("hay vacío de poder", "estamos en default", etc.) y su
legión de periodistas militantes llamaba a retirar depósitos de los bancos,
pero ya está.
Sin
embargo, ¿en qué consiste "apoyar al Presidente"?
En
opinión de quienes creemos que la superioridad de la democracia sobre las
dictaduras vale siempre, apoyar al Presidente consiste en compartir los
anuncios y respetar y pedir respeto por las decisiones tomadas por el Gobierno.
Todos los
miembros de la oposición lo hemos hecho.
Del primero al
último.
El
ex presidente se ha expresado contundentemente sobre la necesidad de respetar
las medidas de cuarentena dispuestas por el Ejecutivo, nuestros gobernadores
han compartido los anuncios y los han aplicado en sus distritos, sin excepción,
y nuestros interbloques de diputados y senadores han estado en contacto
permanente con las autoridades de ambas cámaras, haciendo llegar propuestas
sanitarias y económicas que antes debatimos digitalmente en estos tiempos de
coronavirus y aislamiento social.
Pero apoyar al
Gobierno no consiste en suprimir la democracia, que implica la crítica a lo que
se está haciendo mal o se hizo mal.
No
es un daño al país ni un intento de dividirlo ni de sacar ventaja política.
Es
la mayor contribución que puede hacer una oposición.
Doy
ejemplos.
Nuestro ex
embajador en China Diego Guelar pidió controles estrictos en Ezeiza para los
viajeros que llegaban desde aquel país desde enero.
Y
luego, para los de Italia y otras zonas afectadas.
Pero
el ministro de Salud subestimó el problema, sostuvo que el coronavirus no
llegaría en verano y después admitió que lo sucedido "lo había
sorprendido".
Por
eso, cuando se hizo algo en Ezeiza,
se hizo tarde y mal.
¿Cuántas
vidas nos va a costar?
Otro
ejemplo:
El
ministro de Educación declaró un viernes que no se cerraban las escuelas, y fue
la presión de la oposición y la opinión pública en las redes la que lo hizo
cambiar la decisión el domingo por la mañana, una semana antes de que el
Gobierno sancionara la cuarentena total
¿Cuántas
vidas se salvaron gracias a que siguieron funcionando la crítica y la
democracia?
Uno
más. El Gobierno prohibió los vuelos de retorno que no fueran de Aerolíneas,
dejando varados a miles de argentinos en el exterior.
No
todos habían salido esa semana, como la vicepresidenta.
Pero
lo único que se les ocurrió fue montar una campaña laudatoria de Aerolíneas
para tener que revertir luego la medida, después del papelón del canciller con
Iberia.
También en esto
se movieron solo ante las críticas, e hicieron y siguen haciéndolo tarde y
mal.
Lo
más importante:
Se
perdió un tiempo precioso para comprar respiradores y reactivos.
El
Gobierno tuvo tiempo de ver lo que pasaba en Italia y España, pero subestimó el
impacto, no lo hizo cuando era posible y centralizó los controles en el
Malbrán.
Solo
ahora, por las críticas, revirtió la medida.
Pero hoy los
respiradores escasean en todo el mundo y se compraron pocos reactivos.
Que
el Presidente haya anunciado el número exacto de infracciones a la cuarentena
sin mencionar un solo dato del número de tests realizados es una pésima señal.
¿Hay
que callarse la boca para no dividir al país?
La
Argentina tiene hoy uno de los índices más bajos de testeo por habitante.
Eso
hace que subestimemos el problema.
Y
saber quién está enfermo y quién no está enfermo es una información vital para
cuando, tarde o temprano, haya que levantar la cuarentena.
Para tener esa
información imprescindible es necesario trabajar bien hoy, y no se ve que
el Gobierno lo esté haciendo.
El
papel de la oposición, también aquí, ¿es aplaudir?
Fueron
la falta de democracia y el silencio totalitario los que provocaron Chernobyl,
y probablemente -como argumentan varios expertos- esta pandemia venida de
China.
Por
eso, la democracia no se suspende en las emergencias.
Es
más necesaria que nunca.
E
implica crítica y libertad de opinión.
No
se le gana al virus con totalitarismo y alineamiento, sino con ciencia,
información y cooperación.
Es
creencia extendida que el mal que nos aqueja es la falta de unidad.
Pero
la historia muestra que, por el contrario, nuestras peores tragedias han sido
fruto de nuestros delirios de unanimidad;
del
militarismo verticalista disfrazado de unidad nacional.
Ya vimos esta
película.
En
los setenta había que alinearse con la revolución socialista, cuya llegada era
inminente.
Luego,
con los que tenían que matarlos a todos porque así no se podía seguir.
Más
tarde, con Galtieri.
Vamos
ganando, traigan al principito.
En
los noventa, con la convertibilidad, que el 80% de la población apoyaba en
noviembre de 2001.
Después,
con Duhalde y los Kirchner, salvadores de la patria.
Además,
el gobierno que los argentinos votamos con más entusiasmo (1973, Perón-Perón,
62%) fue el peor gobierno democrático de la historia.
Para entonces,
la Argentina llevaba diez años de crecimiento y había duplicado su producción
industrial,
y en dos años tuvimos el Rodrigazo, primer gran shock económico-social
regresivo de nuestra historia, y el recrudecer del terrorismo, las listas
negras, los exilios y las primeras desapariciones.
En
1975, no en 1976.
En
todos esos episodios, quienes no estábamos de acuerdo y alertábamos del peligro
éramos considerados traidores a la patria por los que confunden unidad con
unanimidad y disfrutan convirtiendo al presidente en un jefe militar.
No
estoy de acuerdo.
No soy diputado
para callarme si veo que se toman decisiones malas y tardías que cuestan vidas
y daños económicos innecesarios.
Apoyaré
lo que crea que corresponde y criticaré lo que crea que tenga que criticar.
Mejor
harían el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires en
suprimir los mensajes partidarios que cuelan en sus discursos al mismo tiempo
que llaman a encolumnar detrás de ellos.
Los
que aman hacer la venia no cuenten conmigo.
Un
país no es un regimiento militar.
La
cooperación no es silencio ni acatamiento ciego, y la libertad no se negocia.
La democracia no
admite la verticalidad...
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